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Todo Luna

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Nací en la época de Rosas y ahora transcurro entre ingenios como el teléfono, el aeroplano, el automóvil, el fonógrafo; maravillas que mi naturaleza, anticuada y un tanto rural, se resiste a aceptar aunque las disfrute”, le hizo decir a Roca.

Nací en la época de Rosas y ahora transcurro entre ingenios como el teléfono, el aeroplano, el automóvil, el fonógrafo; maravillas que mi naturaleza, anticuada y un tanto rural, se resiste a aceptar aunque las disfrute”, le hizo decir a Roca.

Un Roca que no dudaba en expresar, en esa primera persona inusual para un personaje histórico: “Fui vanidoso en algún momento de mi vida, lo reconozco. Pero a medida que pasan los años y se alcanzan las honras más altas, la vanidad de desvanece y surgen en cambio, el hastío y el escepticismo”. No me afecta ya -agregaba- “el cariño de la gente, que nunca busqué, ni tampoco su malquerer”. En boca del presidente que modernizó Argentina, era una frase capaz de desnudar una modalidad de poder. Todo el libro (“Soy Roca”) lo hacía, con tal calidad de prosa, que lo leía con avidez un amplio público.

No fue menos agudo su estilo cuando la retratada resultó ser mujer. “Fraseo urgido, apurado, dicción perfecta; voz desgarrada y dramática, sin matices, que tenía en vilo a los oyentes aunque sus descargas no fueran sino una sucesión de lugares comunes. Porque Evita no agregaba una idea nueva, un concepto original: todas sus arengas eran apelaciones reiterativas a la lealtad peronista, a la adhesión incondicional al líder, o incitaciones al odio contra los ‘oligarcas’, los comunistas o ‘la contra’. Pero aún en esas efusiones torrenciales se veía que su personalidad se hacía plena con el contacto directo y mareante de la multitud”.

Félix Luna, el autor de este formidable identikit político y humano, fue uno de los grandes historiadores argentinos del siglo XX. Alguien que buscó siempre las voces de los vencidos, aunque entendiera porqué habían sido derrotados. “Es difícil -confesó- reconstruir la patria de los bárbaros: la que soñarían en las vigilias de los ‘campamentos en marcha’ o en la rabiosa esperanza del alzamiento. Acaso un país con olor a cuero y ganado pampa”.

Sin descuidar el lugar que se había ganado en la academia, se empeñó en difundir la Historia a todos los niveles, para lo cual escribió biografías, ensayos, novelas históricas, pero también poemas y canciones. Mientras escribía “Los caudillos” (libro en el que dedicó un formidable capítulo a Artigas), trabajaba en el disco homónimo con el talentoso compositor y pianista Ariel Ramírez. Luego lanzaron el poema musical “Mujeres Argentinas”, que -en la voz de Mercedes Sosa- recorrió el mundo. También lo hizo “La Misa criolla”, en la misma línea de reivindicación del folklore rioplatense y de las figuras olvidadas de la historia.

Pero sin duda su mayor obra de divulgación fue “Todo es Historia”, la revista que fundó en 1967 y mantuvo plural y renovadora hasta su muerte en 2009. Revista que fue continuada desde entonces por su hija Felicitas y su entrañable discípula María Sáenz Quesada y que supo cruzar el río desde el primer número, tanto para incluir la historia del Uruguay en sus artículos, como para ser leída entre nosotros. Hoy, 17 de mayo, recibirá el Premio de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por sus 50 años de ininterrumpidas ediciones mensuales. La postura ecléctica, el no alineamiento político y la revisión del relato histórico (incluso el propio) fueron y son el distintivo de esa revista decana y de su inolvidable fundador.

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Ana Ribeiro

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