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La locura doméstica

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El mundo está cada día más loco. Atentados en Barcelona y Finlandia, elecciones donde todos se sienten ganadores en Argentina, marchas neonazis en Virginia, y el presidente Trump, el hombre más poderoso del planeta, diciendo que entre los racistas que cantaban “no me reemplazarán con judíos”, había gente macanuda.

El mundo está cada día más loco. Atentados en Barcelona y Finlandia, elecciones donde todos se sienten ganadores en Argentina, marchas neonazis en Virginia, y el presidente Trump, el hombre más poderoso del planeta, diciendo que entre los racistas que cantaban “no me reemplazarán con judíos”, había gente macanuda.

Pero cuando uno gira la mirada para Uruguay, buscando ese oasis de paz y clima de concordia aldeano que siempre ha sido el último consuelo de los nacidos en la Banda Oriental, resulta que la cosa ni es tan pacífica ni hay concordia.

Es que la furibunda salida del senador Mujica, amenazando “trancar” el Parlamento, y exigiendo la salida del equipo económico si no se resuelve la traba bancaria que amenaza ser el tiro de gracia a su proyecto sobre distribución estatal de marihuana, dejó de boca abierta incluso a sus más fervientes seguidores. “Esto del cierre de cuentas a las farmacias lo arreglás sí o sí. ¡Hablá con Polgar o con quien sea, pero esto lo vas a resolver porque con este tema nosotros vamos a hacer patria!”.

Lo primero que uno se pregunta es de qué forma piensa Mujica que vender marihuana en farmacias “va a hacer patria”. Ya cuando uno escucha a un político del siglo XXI usar esa terminología nacionalistoide (Maduro y pocos más), le da como cosita en el estómago. Un lector distraído podría creer que la patria ya estaba hecha hace años, pero capaz se equivoca. A no ser que se entienda por “hacer patria”, que su foto salga en algún medio internacional.

Lo segundo, es de qué manera se beneficia el país de que una institución como el Parlamento “se tranque”, porque a un político le viene una rabieta cuando un proyecto al que le tiene aprecio (aunque nunca fue eje de su discurso), se da de frente con las regulaciones internacionales bancarias. ¿Es patriótico poner al país de rehén de un capricho personal?

En todo caso, tal vez la rabieta debería estar destinada a la gente encargada de implementar ese patriótico programa, que no se tomó el trabajo de hacer una búsqueda en Google poniendo “marihuana, EE.UU., bancos”, ya que solo con eso le aparecerían 392 mil resultados con piezas que describen los problemas que tienen los estados de ese país que liberaron la venta, con las regulaciones federales que rigen a los bancos. Regulaciones que, además, se están haciendo más rígidas desde la llegada del nuevo Fiscal General, Jeff Sessions, enemigo declarado de la apertura con la marihuana.

Los “cerebros” que desarrollaron este plan, los iluminados que van por el mundo hablando de nuestra revolución verde, ¿no estudiaron este tema? ¿No escucharon a quienes advirtieron hace meses de este problema? Otro detalle a la pasada, ver a varios burócratas de esos que han acusado a cualquiera que ose discrepar con la bancarización obligatoria de trogloditas, decir que habrá que apelar al efectivo, no deja de ser tragicómicamente reconfortante.

Pero incluso para los estándares de improvisación y salidas de tono a que nos tiene acostumbrados el senador Mujica, esta reacción parece exagerada. Una cosa es meterse con las esposas de los líderes opositores, o con los hábitos miccionales del ministro Astori, pero amenazar con “trancar” el Parlamento parece revelar que hay algo más detrás de esto.

Tal vez tenga que ver con esa guerra sorda que viene teniendo lugar tras bambalinas entre Mujica y los sectores más afines al equipo económico y que, lejos de ser un invento de los medios para dividir a la grey progresista como ha dicho Mujica, sale a luz con frecuente regularidad.

Una guerra que muestra chispazos cuando un grupo un día le quita la financiación al Fondes, y el otro le traba la reforma de la Caja Militar, uno le critica la gestión de las empresas públicas, y el otro le menta las exoneraciones a las empresas extranjeras, uno bombardea a Sendic, y el otro mete pechera con Venezuela.

Esta dinámica que ha marcado especialmente a los dos últimos gobiernos del FA, tiene como eje una relación tan simbiótica como exasperante: el éxito electoral del Frente Amplio se ha basado en la capacidad del astorismo de dar garantías de cierta seriedad a las capas medias en el manejo económico, y en la de Mujica de sumar votos en sectores bajos y rurales, donde la izquierda hasta su llegada nunca tuvo entrada.

Ahora bien, llega un punto en el que esta tensión, explicable desde el lado político, pasa factura al país en general. La amenaza de Mujica, como el 90% de lo que dice, difícilmente llegue a algo concreto, pero en el ínterin los testigos externos, y la ciudadanía con cierta información, no pueden menos que agarrarse la cabeza de solo pensar que el funcionamiento del país dependa de los humores y de estas relaciones de amor-odio casi de telenovela venezolana, entre dirigentes de un mismo partido. Ahí es donde da para pensar que la locura doméstica será menos visible, pero no por ello menos dañina, que la que vemos en otros países.

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Martín Aguirre

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