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El poder de las imágenes

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En la que venía siendo una campaña política bastante anodina y previsible según muchos analistas, la imagen del candidato Luis Lacalle Pou haciendo una pirueta digna del Cirque du Soleil, provocó una sacudida mediática. La repercusión fue instantánea y su difusión en las redes, viral.

En la que venía siendo una campaña política bastante anodina y previsible según muchos analistas, la imagen del candidato Luis Lacalle Pou haciendo una pirueta digna del Cirque du Soleil, provocó una sacudida mediática. La repercusión fue instantánea y su difusión en las redes, viral.

Los comentarios a favor y en contra se dispararon y la foto de su gimnástica "bandera" fue luego convertida en réplicas -llamadas memes- que derivaron en versiones satíricas de todo tenor. No sé si esto le deparará al candidato réditos o quitas en el terreno electoral, pero de lo que no tengo dudas, es que el poder de las imágenes volvió a quedar demostrado, porque la aludida acrobacia operó como un disparador de mensajes e interpretaciones que convirtieron una travesura en un hecho político.

Dejando de lado la valoración política del gesto -que además fue acompañado por un comentario que acaso el acróbata debió evitar- es bueno concentrarse en la situación previa: candidatos que se mueven en un escenario estándar, que obviamente no llaman demasiado la atención porque cumplen con las expectativas de lo que podría definirse como un modelo establecido. Entonces, uno de esos candidatos rompe el protocolo y se despacha con algo que no estaba en el libreto.

Hace medio siglo, el líder laborista a las elecciones de Gran Bretaña, Harold Wilson, en plena campaña electoral se tomó fotos junto a los Beatles, que en ese momento (1964) eran las estrellas mimadas del Reino Unido y representaban una revolución no sólo musical. Pertenecían, además, a la clase obrera. Esas imágenes tomadas en marzo, fueron recogidas por toda la prensa y sin duda influyeron en el resultado de la elección: en octubre Wilson fue electo Primer Ministro. Wilson conocía de sobra el poder de una imagen. El año anterior, el gobierno conservador de Harold Macmillan se había desplomado por las repercusiones del caso Profumo, con un triángulo amoroso que implicaba a la modelo Christine Keeler, al propio John Profumo, entonces ministro de Guerra, y a Yevgeny Ivanov, agregado naval de la embajada soviética. Una foto de la Keeler tomada por Lewis Morley y publicada por el Sunday Mirror, desató el escándalo del que se sospechaba un año antes. A Wilson nada lo distanciaba más de aquello que hundió al partido rival, que ser fotografiado junto a quienes representaban lo más nuevo y renovador que había en Inglaterra.

Por supuesto que existen más ejemplos del poder de las imágenes en la política. En los famosos debates de Kennedy versus Nixon en 1960, más allá del cruce de ideas, pesó en los electores que vieron el encuentro por televisión este detalle: Nixon transpiraba en cámaras mientras que su rival lucía fresco como una lechuga. Para colmo, en el primero de los debates, Nixon se negó a que lo maquillasen, por lo cual lució demacrado en comparación al bronceado Kennedy. Más próxima en el tiempo y la geografía, la imagen del presidente argentino Fernando de la Rúa se resquebrajó por completo luego de una infeliz comparecencia en 2000, en el programa de Marcelo Tinelli. El propio de la Rúa admitió después que su gobierno empezó su crisis luego de esa aparición.

El poder de las imágenes se combina hoy con los recursos digitales. Un reciente estudio internacional reveló hace muy poco que en lo referente a los tweets, quedó demostrado que los que incluyen una imagen despiertan cinco veces más interacciones que el resto. Como nunca antes en la historia, que una sola imagen vale por mil palabras ha cobrado un sentido más allá de la metáfora.

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