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¡¿Ignorar a la persona?!

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Consultado sobre el asesinato del comerciante que llevaba un millón de pesos para depositar en un Banco del Géant, el Subsecretario del Interior recomendó “manejar escaso dinero” e instrumentar personalmente “medidas de seguridad”. Agregó que “no hay que crear alarmismo” sobre los homicidios en rapiñas del corriente año, pues son “mucho más preocupantes las muertes por ajustes de cuentas y violencia intrafamiliar, en accidentes de tránsito y por enfermedades tumorales”. Y remató: “Si usted no es un delincuente que integra el crimen organizado ni tiene problemas familiares, tiene pocas posibilidades de ser asesinado”.

Consultado sobre el asesinato del comerciante que llevaba un millón de pesos para depositar en un Banco del Géant, el Subsecretario del Interior recomendó “manejar escaso dinero” e instrumentar personalmente “medidas de seguridad”. Agregó que “no hay que crear alarmismo” sobre los homicidios en rapiñas del corriente año, pues son “mucho más preocupantes las muertes por ajustes de cuentas y violencia intrafamiliar, en accidentes de tránsito y por enfermedades tumorales”. Y remató: “Si usted no es un delincuente que integra el crimen organizado ni tiene problemas familiares, tiene pocas posibilidades de ser asesinado”.

Ni una mueca de dolor ante el crimen. Ni un gesto de amor hacia los dolientes. Apenas un cálculo de probabilidades aventurado a la marchanta, en sustitución de su deber constitucional de garantizarle la vida a todos y cada uno de los ciudadanos.

Semejantes declaraciones fueron de nivel ministerial. Las emitió un pariente de sangre de un ex Presidente que lo tuvo de mano derecha y que ahora anda a los pujos, intentando volver. Por eso importan. Y también porque su contenido no indica falla de expresión ni timidez microfónica.

Lo que queda a la vista es otra cosa: una actitud de base que ignora o acalla las verdades del sentimiento. Es una doctrina que relega y menosprecia lo individual, desvalorizándolo por romántico y subjetivo. Separa los hechos de la conciencia, la cual se reduce a contabilizarlos “socialmente” —sin valorar los dolores y sin condenar los crímenes. Eso deja un hueco, pero se lo disimula por la anestesia que provoca la cuantofrenia, una desviación que consiste en colocar números sobre las apariencias medibles y, al mismo tiempo, silenciar u olvidar todo lo que importa moral o espiritualmente. Contra ese mal nos alertó Sorokin, cuando, medio siglo atrás, lo vio nacer desde las entrañas de los materialismos que se apoderaron de la sociología estadounidense capitalista en paralelo con los que provenían del marxismo socialista.

A los familiares de cada comerciante rico o pobre asesinado a mansalva ¿puede consolarlos una frívola declaración de que el cálculo de probabilidades torna poco predecible que el episodio se les repita?
Quien conoció a alguna de las víctimas, ¿puede tranquilizarse con el argumento de que el crimen habría sido improbable si los muertos no andaban entre la violencia doméstica o el crimen organizado? ¿O, al revés, sentirán agraviada la memoria de los que perdieron su vida a manos de delincuentes?

Por lo demás, digan lo que digan las estadísticas sobre porcentajes de riesgo, los que se mueren pierden el 100% de sí mismos y los que quedan pierden el 100% de su ser querido. Y todo eso vale, y debe defenderse con doctrina y acción del Estado, porque es parte de los derechos inalienables de la persona individual, según muy bien manda la Constitución en sus artículos 7 y 72.

Antes de la Primera Guerra Mundial, en “El hombre que fue Jueves”, Chesterton denunció el forcejeo intelectual de los que ya entonces se empeñaban en borrar la diferencia entre el bien y el mal. Predijo que la policía iba a adivinar los crímenes futuros entresacando las doctrinas que los contenían en germen, por mucho que se envolvieran en sonetos.
Leyendo estas declaraciones —ellas sin poesía y nosotros sin adivinar nada— nos asoman, patentes, el cortejo de indiferencia y la laya de insensibilidad que se busca instalarnos en el alma.

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Leonardo Guzmán

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