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La ideología del siglo XXI

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Vivimos un período carente de motivaciones del que po-co cabe esperar. Camina en sentido contrario al progreso.

Vivimos un período carente de motivaciones del que po-co cabe esperar. Camina en sentido contrario al progreso.

Trump, la derecha impensable, obtiene la presidencia de los Estados Unidos. Erdogan, el anacrónico sultán acrecienta sus poderes; Orban, en Hungría, reprime con saña a los refugiados; Le Pen, en Francia, auspicia el gobierno de la extrema derecha; el Reino Unido se aleja de la promesa de una Europa unida; la democracia se desvanece en Polonia; “Podemos”, en España, reivindica a Lenin; en Venezuela se desmorona el chavismo; Ortega reincide en Nicaragua y Morales, el boliviano porfiado, se reitera para su enésima presidencia.

¿Qué pensar de este deterioro?

Algunos, los nostálgicos, siguen añorando la segunda mitad del siglo veinte, cuando las opciones ideológicas reunían una virtud: estaban definidas. El socialismo era el fin de la explotación y el capitalismo de libre mercado y estado mínimo, (cuanto más mínimo mejor), era su única y solitaria alternativa. Corolario, la guerra fría dominaba el panorama.

Todo esto concluyó, corresponde a un pasado que no volverá. El socialismo salvo para ilusos o soñadores del absoluto, que los hay, carece de retorno. En Rusia y derredores colapsó para siempre en medio de una gigantesca deflagración, dejando tras sí solo muerte, miseria y desolación. Allí y en todos sus ejemplos, tanto europeos como asiáticos, americanos o africanos. En su otra presentación, la socialista-democrática, acreditó su versatilidad para reformar el capitalismo y en lo posible humanizarlo, pero fracasó irremisiblemente en su propósito, mil veces reafirmado, de trascenderlo. En alrededor de un siglo de esfuerzos no consiguió concretar un solo ejemplo de economía socialista -más bien demostró su imposibilidad-, aunque, muchos de sus representantes, no cejan en el empeño.

En cuanto al capitalismo de libre mercado, el modelo puro, para sus “fans”, solo subsiste la nostalgia de lo que fue en su juventud, a fines del siglo XIX y en la primera mitad del siguiente, antes de la globalización y las transnacionales. En ese lapso su ajenidad ante los más débiles auspició el nacionalismo económico, los saqueos imperiales, el fascismo y las constantes dictaduras del subdesarrollo. Mostró que, en el presente, ya dividido el mundo entre las grandes potencias, para quienes llegaron tarde al banquete, sin acuerdos y regulaciones internacionales más estado keynesiano no hay desarrollo ni equidad posibles. Al presente solamente Donald Trump, un hombre del pasado que, vaya paradoja, preside el estado más poderoso de la Tierra, imagina revivirlo. Pese a que reserva el proteccionismo para su país.

Tal la razón por la que advertimos un tiempo nuevo. Al vacío ideológico de la izquierda con el definitivo fracaso del socialismo, sustituido por el populismo, se suma el inesperado retorno del Islam. Lo cual, junto al retraso socioeconómico de sus estados, habilitó un “revival” del fundamentalismo religioso, tanto dentro co-mo fuera de su zona geográfica, con minorías extremistas como el ISIS o Al Qaeda, volcadas hacia la violencia explícita, inaugurando una renacida guerra santa, que tanto recuer- da en su saña, al siglo XVI europeo. Un fenómeno que desató el actual proceso migratorio hacia el viejo continente azuzando su extendida esquizofrenia política. Particularmente por parte de sus derechas políticas, dispuestas como respuesta, a quebrar su reciente pacto civilizatorio y disociar la democracia del liberalismo, auspiciando un modelo populista no tan ajeno al fascismo. En el nuevo “aproach”, entre izquierdas y derechas.

Ya no se trata del choque entre dos concepciones (dos opuestos modos de producción), ambas de tradición occidental que amagaron, en su pugna durante el siglo XX, con dirimir el destino político del mundo. Un tema que, considerando los fracasos comentados, si bien lejos de resuelto, no parece admitir más alternativas que las que pueda ofrecer un capitalismo racionalizado e internacionalmente regulado. Por más que ello dependerá más del desarrollo de la ciencia y la tecnología que del cambio revolucionario de las estructuras sociales.

Esta reformulación modifica el escenario o pospone sus prioridades anteriores, para situarnos ante un panorama de diferente naturaleza, que desborda las evaluaciones tradicionales y se concreta en el enfrentamiento entre el redivivo nacionalismo tribal y el universalismo moral humanista, como reacción ante aquel. Un choque que recuerda el terror frente a las invasiones. Solo que ocurre, de allí la reacción, en un tiempo donde los derechos ya han conseguido consagración internacional. Lo que a su vez explica el regresivo ajuste ideológico en proceso.

Autoritario, xenófobo, belicista, reactivo, exclusivista en religión, el actual nacionalismo desconfía de todo internacionalismo de raíz solidaria. Vacío de complejidades, opta por un populismo que comparten ambos extremos del espectro político. Razón por la cual, más allá de sus profundas contradicciones internas, consecuencia de sus múltiples particularismos nacionales, agrupa bajo un mismo techo a la derecha radical europea y a la izquierda populista latinoamericana, al flamante proteccionismo conservador norteamericano, a la autocracia paneslava, al imperialismo isabelino, así como a las expresiones nacional-religiosas del dogmatismo musulmán, incluyendo a Irán, Turquía y Arabia Saudita. Por solo citar protagonistas notorios.

A esta novedosa corriente se opone la otra concepción en juego: la democrático liberal inspirada en la Ilustración, el racionalismo situado, la tolerancia y una confianza en el hombre que no ignora el costo del progreso y por eso diferencia dogmatismo de falibilidad. Que apuesta por los derechos fundamentales, el progreso moral y la capacidad para concretar un mejor futuro y en esa medida, rechaza que el egoísmo nacionalista en boga opaque la común identidad del homo sapiens.

Quizás todavía haya tiempo para elegir.

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Hebert Gatto

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