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La historia y el montaje

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Refuerza su impronta izquierdista el exitoso empresario Vázquez —exhausto de ideas, lívido si se le pide debatir— con carteles donde aparece junto al empresario Sendic, que, tras encaramarse en Ancap salió con una indeleble cifra tatuada en el rostro: -US$ 169:000.000.

Refuerza su impronta izquierdista el exitoso empresario Vázquez —exhausto de ideas, lívido si se le pide debatir— con carteles donde aparece junto al empresario Sendic, que, tras encaramarse en Ancap salió con una indeleble cifra tatuada en el rostro: -US$ 169:000.000.

¿Un candidato con número negativo? Sí. Lo gestionó en un Ente Autónomo y no en la Corte Electoral. Divulgado en imperialistas dólares, suena menos: en pesos su lista se numeraría –$ 3.887.000.000, un guarismo impronunciable pero fiel, pues indicaría en moneda nacional cuánto perdió realmente la empresa en el último ejercicio.
Monopolizar la refinación, cobrar carísimo, arrojar déficit y exaltar al responsable de esa desgracia, tan luego ungiéndolo como candidato vicepresidencial, es una hazaña sólo posible entre gimnastas de la genuflexión y la obsecuencia, habituados a ahogar toda crítica en el aire desoxigenado —irrespirable, letal— de mesas políticas cerradas a cal y canto.

En lontananza quedaron los tiempos en que la izquierda buscaba acólitos a golpes de doctrina marxista y consideraba que no había intelectualidad sin su ideología, que todo lo explicaba y todo lo resolvía. Desde el poder, eso se sustituye con marketing y montaje, entreverando la propaganda del Estado con la imagen del lema gobernante. Sin detenerse en nada: el propio Presidente Mujica se pronuncia sin ambages sobre los temas electorales que le prohibe la Constitución, convencido hoy —o proclamó sin pudores— de que por encima del Derecho está la política, tanto como convencido estuvo anteayer de que por encima de la legalidad estaban las armas.

Tras la experiencia cumplida con semejantes dislates, regresa por sus fueros la conciencia crítica de la ciudadanía, fuente nutricia de la Constitución y titular nata de “la libertad civil y religiosa” que la tercera Instrucción artiguista mandó promover “en toda su extensión imaginable”, cuando —1813— no existían partidos que dividieran a los orientales.
Los movimientos de esa conciencia ciudadana valen y duran más que las encuestas: son su causa. Hoy vuelven a construir las convicciones profundas que nos impone todo lo sufrido al cabo de haber sido el país, campo de experimentación para sucesivos ultras.

Acicateada por los hechos educacionales, sindicales y policiales, reaparece la opinión pública, pero no ya como un guarismo que cuando indicó mayoría absoluta se pretendió totalizador y hasta totalitario, sino como una multitud de voces independientes donde cada cual aporta su énfasis, afinando las razones en la plaza pública.

Mirados desde la historia no sólo los blancos y los colorados resultan tradicionales. También lo son los independientes —versión actual de los constitucionalistas del siglo XIX— y aun los izquierdistas contrarios al mujico-vazquismo –que reviven la intransigencia de los primeros anarcos. A su vez, ninguna opción es monolítica: en todas se cruzan y debaten las opiniones sobre la imputación penal a menores, el aborto y Aratirí…

El país que edificó justicia y libertad sin admirar dictaduras ni calcar modelos, fue un Uruguay así de variopinto, que no se asustaba por la falta de mayoría absoluta de su Presidente, porque se inspiraba en principios de Derecho.

Ni el marketing ni los montajes ni el cálculo chico pudieron sustituir a tales principios.

Por eso, desde nuestra unión discrepante volvemos a esperarlo todo del regreso de la razón y la libertad.

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Leonardo Guzmán

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