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Hay mitos que matan

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Acabo de leer The Idea of America, de un historiador moderno que explica la fuerza que algunos mitos han tenido -todavía tienen- en la composición cultural e institucional de los Estados Unidos.

Acabo de leer The Idea of America, de un historiador moderno que explica la fuerza que algunos mitos han tenido -todavía tienen- en la composición cultural e institucional de los Estados Unidos.

El más fundamental, parte del cerno del ser americano: es el mito de la Democracia. Los norteamericanos siempre se han considerado los creadores (y, más peligroso, los custodios) de la Democracia Occidental.

Sin embargo, ni la Revolución Americana, ni mucho menos la Constitución de 1787, tuvieron por meta establecer una democracia. Es más, tampoco es totalmente cierto que la libertad, en el sentido de liberación de la opresión, haya estado en la motivación real del movimiento. “Los americanos no eran un pueblo oprimido, no soportaban opresivas cadenas imperiales que debieron romper” señala Gordon Wood, autor del libro. Esa fue la retórica y la retórica tuvo una fuerza enorme en la revolución, pero la realidad fáctica tuvo más de reivindicación filosófica y política que de reacción profunda de desgarro social y económico.

Concepción que se nutrió, fuertemente, de dos vetas: el liberalismo inglés de Locke, filósofo de la Revolución Gloriosa y los clásicos latinos, fundamentalmente Cicerón, con su exaltación de la República Romana.

Es de ahí que nace y se fortalece el sentido de la Revolución Americana: no en busca de establecer una democracia, sino de formalizar aquello que los líderes revolucionarios creían que la sociedad de las colonias ya era: una república.

Más aún, todo el proceso que llevó a la creación de la constitución (que, a diferencia de lo ocurrido en las revoluciones Iberoamericanas, no fue lo primero encarado por los líderes), estuvo muy fuertemente inspirado en el temor a la vida democrática puesta en práctica a partir de la independencia.

Los inspiradores de la Democracia Americana, empezando por Madison, buscaron, casi desesperadamente, crear un sistema que parara la demagogia desatada en los nuevos estados confederados, a partir del ejercicio de la democracia por sus parlamentos, en fiel seguimiento de las expectativas de sus electores.

Esa es la realidad. Lo de la cuna y único exportador genuino de la Democracia es el mito.

¿Cuál ha tenido más fuerza?

No son los EE.UU. un caso raro de una sociedad que se basa sustancialmente en un mito, (lo que no debe confundirse con una ficción). Simón Bolívar forma parte del “pegamento” cuasi místico que ayuda a dar sentido como nación a varios países de nuestro continente (aún antes de su banalización histórica a manos de personajes como Maduro). El propio San Martín, con su pasaje tan breve por la pre-historia de la nación Argentina, es una creación mítica, funcional (y fundamental) al sentido de nuestros vecinos.

¿Y Artigas?

Por supuesto que también. Si existieran dudas, lo tardío y lo discutido de su reconocimiento como Padre de la Patria, son pruebas más que contundentes.

La historia está llena de mitos. Las sociedades con frecuencia viven con ellos y hasta de ellos. Mito y ficción, como dije, son cosas muy distintas.

Tampoco hay que creer que todos los mitos son épicos y son buenos -o, por lo menos quieren serlo- como los que menciono aquí. Los hay de distinto signo. Pero eso sí, todos son fuertes, todos generan efectos.

Nuestro país, por ejemplo, vive un par de mitos de gestación más reciente (y fundamentos muchos más irreales que el Artiguismo).

Ambos nacen al mismo tiempo. Ambos por los mismos motivos. Ambos con mucho éxito.

Mito 1: el Uruguay vivió una etapa de su vida bajo el imperio del mercado, dominado por el capital financiero, enfocado a desguazar el Estado y oprimir a la clase trabajadora.

Sus resultados, obviamente, fueron desastrosos (salvo para una pequeña oligarquía). Tan desastroso que, al decir del Dr. Vázquez, en esa época los niños comían pasto (¿!?!).

No importa que los datos digan otra cosa: que la economía en esos años creció, que el salario también, que la inflación y el desempleo cayeron, etc. y que -lo más significativo- no se hayan tocado las reformas hechas por el gobierno Lacalle. Gana el mito.

Mito 2, (que, me dicen, ha consagrado su victoria en los textos de historia): los Tupamaros fueron un movimiento nacido y explicado por la opresión dictatorial vivida en el Uruguay y encarnada por los militares. Dicho mal y pronto, los Tupas se alzaron contra los milicos.

¡Reíte de Bolívar! ¡Esto sí que es mito y pico! No importa que los Tupamaros hayan comenzado sus actividades delictivas atentando contra un gobierno democrático, el Colegiado electo en 1962 y continuado luego contra otros dos, electos en 1966 y 1971, ni que los militares llegaron al poder diez años después de aparecido el movimiento subversivo.

A propósito, estos intentaron crear su mito: que el golpe del 73 fue contra los Tupas, para evitar que tomaran el poder.

En el 73 los Tupas esta- ban en cana, como los mili-cos estaban en 1962 en los cuarteles.

Solo que un mito prendió y el otro no.

Algunos mitos prenden, otros no. Algunos mitos traen buenas consecuencias.

Otros… pésimas.

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Ignacio De Posadas

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