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Si hablamos de oligarquías...

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En campaña electoral, en medio de su desconcierto y mostrando que no entiende que los tiempos han cambiado, la izquierda desenterró uno de los eslóganes que utilizaba hace medio siglo: "oligarquía o pueblo". Lo enarboló hace unas semanas el comando del MPP al proclamar a José Mujica como primer candidato al Senado y acaba de lanzarlo al viento el intendente de Canelones, Marcos Carámbula, como caballito de batalla del Frente Amplio.

En campaña electoral, en medio de su desconcierto y mostrando que no entiende que los tiempos han cambiado, la izquierda desenterró uno de los eslóganes que utilizaba hace medio siglo: "oligarquía o pueblo". Lo enarboló hace unas semanas el comando del MPP al proclamar a José Mujica como primer candidato al Senado y acaba de lanzarlo al viento el intendente de Canelones, Marcos Carámbula, como caballito de batalla del Frente Amplio.

Si bien la alternativa entre "oligarquía o pueblo" pudo servir para enrolar incautos en los sectores de la izquierda radical durante el siglo pasado, hoy suena a consigna simplista, vacía de contenido y pasada de moda. Es que en ese tosco esquema, los frentistas serían el pueblo soberano en tanto que los partidarios de Luis Lacalle Pou y Pedro Bordaberry integrarían la detestada oligarquía. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas.

Según la Real Academia oligarquía es el "poder ejercido por un reducido número de personas". Por tanto, tal expresión se aplicaría, por ejemplo, a los miembros de ese contubernio político-sindical que maneja el Pit-Cnt, influye en la marcha del gobierno y gravita decisivamente en la interna del FA. Tomemos el caso del minúsculo partido Comunista que con unas pocas decenas de miles de votos incide de manera desmedida no solo en la orientación del gobierno sino adentro del aparato sindical y en áreas tan importantes como la enseñanza. Recuérdese cómo ese partido, aliado con algún otro y con la central sindical, logró bloquear años atrás la firma de un TLC con Estados Unidos que contaba entonces con el apoyo del 70% de los uruguayos. Lo mismo hizo al imponer el mecanismo de las ocupaciones de empresas repudiado por el 87% de los ciudadanos. Si hay que citar una oligarquía en este país, la primera que viene en mente es la oligarquía político-sindical.

El viejo cuento de que el poder reside exclusivamente en una mafia de banqueros, industriales y terratenientes que hacen lo que quieren con el Uruguay y con su pueblo había dejado de correr hace tiempo entre nosotros hasta que la izquierda decidió sacarlo del ropero y exhibirlo como un cuco bajo el rótulo "oligarquía". Con acierto, desde estas páginas, el columnista Gerardo Sotelo señaló que ese corte tan grueso, implícito en dicho eslogan, revela la "falta de Norte" en la campaña del FA a la vez que recordó que hay votantes que "sienten por ese léxico una especial aversión".

Así es: aversión. Solo el nerviosismo imperante en la izquierda ante su caída en las encuestas y la atonía de su candidato presidencial explica esta vuelta al lenguaje del pasado, el mismo que dividió a los uruguayos en los años de plomo y que tantos males le acarreó al país. Un léxico aborrecible que cierta gente de izquierda suele emplear cuando las papas queman y no hallan mejores argumentos que apelar a dicotomías tales como la lucha de clases, buenos vs. malos, La Teja contra Carrasco, etc.

El escritor inglés George Orwell decía que así como la política corrompe el lenguaje también el lenguaje corrompe a la política. Hacer del adversario un enemigo, atizar el fuego contra el que piensa distinto y partir el país en dos bandos opuestos por medio de una escalada verbal es el preanuncio de tiempos de intolerancia de triste memoria. Además, alguien debería advertirles a estos redivivos radicales que así, no se ganan elecciones.

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Antonio Mercader

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