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La grieta

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La grieta que separa a la “superioridad” moral del Frente Amplio del resto es cada vez más profunda.

La grieta que separa a la “superioridad” moral del Frente Amplio del resto es cada vez más profunda.

Hay que reconocer que en esta década la oposición ha intentado cerrarla. Pero, cada vez que tendió la mano en busca de acuerdos, fracasó. Primero, porque el Frente Amplio no los precisó para gobernar: siempre que se avino a la mímica del entendimiento fue por mera estratagema coyuntural. Segundo, porque toda vez que fue electoralmente útil, la izquierda reavivó su extendida convicción de la indecente esencia moral de los dirigentes de los partidos opositores, deslegitimando así toda franca entente multipartidaria.

En la oposición hay quienes discrepan con este diagnóstico. Muchos intendentes reivindican, por ejemplo, los acuerdos con Mujica, que en realidad fueron simples, baratas y exitosas maniobras del viejo caudillo para amansar a la oposición. Otros agitan la coparticipación en entes estatales. En realidad, ella no ha sido más que el reparto de unos pocos chinchulines sobrantes de la bacanal del Estado clientelista. A cambio, eso sí, primó la discreción y la escualidez del rol opositor. Finalmente, están los Amado. Convencidos, con razón, de que su supervivencia pasa por tender puentes en un escenario de actores múlti- ples, no quieren ver que su discurso para la vieja Olímpica ciudadana es una quime-ra: porque esa tribuna está casi vacía, y porque quie- nes desde allí ven el partido hace rato que se obnubilaron con los gritos de la Colombes o los improperios de la Amsterdam.

La grieta es evidente. Tendrá razones ideológicas, como la esencia antiliberal del marxismo difuso frenteamplista; motivos institucionales, como la estructura binaria que impone el balotaje; influencias regionales, como el extendido populismo sudamericano o, más cerca, el fascismo peronista; o convicciones generacionales propias, como el analfabetismo democrático con el que comulgan las nuevas dirigencias de izquierda formadas en el constanzamoreirismo político. Pero lo cierto es que el futuro del país tendrá, inexorablemente, una grieta cada vez más honda.

Asumir esa grieta permi- te entender por qué reptó Abdala alrededor de Maduro en representación del Pit-Cnt: convencido de estar del la- do correcto de la Historia, se considera moralmente superior. También aclara los motivos que hacen imposible propiciar ahora, desde la oposición, la derogación del delito de abuso de funciones: porque significa adherir a una nueva “michelinada”, esta vez en favor de los amigos corruptos de izquierda en Ancap, en el BROU o donde fuere. Sabido es que al poseer el frenteamplismo el monopolio de la moral, la corrupción del gobierno, en realidad, no existe. Se trata, simplemente, de un compendio de errores sin mala voluntad, así sea que hayan costado miles de millones de dólares. Al plantear ahora esta derogación, la izquierda intenta evitar, sin vergüenzas, que su concepción política-moral sufra por causa penal.

Es imposible construir políticamente con el constanzamoreirismo y las michelinadas, es decir, con los cultores schmitteanos de la grieta. Como explicó Perón, en política la única verdad es la realidad. Guste o no, la realidad hoy es la grieta, y cierto espíritu bambi-opositor que no quiere asumirla.

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Francisco Faig

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