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La gran cantinela

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Un documento relativo a educación que se imparte en Japón (plan piloto llamado “cambio valiente”), es razón medular de esta prosa.

Un documento relativo a educación que se imparte en Japón (plan piloto llamado “cambio valiente”), es razón medular de esta prosa.

En dicho país basado en programas educativos exitosos, están formando a los niños como “ciudadanos del mundo” y no solamente como japoneses. Cambio conceptual que rompe paradigmas.

Sucintamente: comprende cinco materias básicas: aritmética de negocios, lectura (leen un libro por semana), civismo (respeto a la ley, la ética, el respeto a las normas de convivencia, la tolerancia, el altruismo y el respeto a la ecología), computación y cuatro idiomas (obviamente japonés, inglés, chino y árabe).

Incuestionablemente me gana el escepticismo. ¿Cuántos años hace que hablamos del tema y organizamos asambleas, congresos, conciliábulos, sobre el mismo? (Los japoneses no hacen esas cosas). Y todavía cuando aparecen experiencias bien exitosas como Jubilar, Impulso, Providencia, Francisco, ahora otro en Puntas de Manga, comienzan los escollos, los eternos obstáculos en la búsqueda de la permanencia del statu quo… Aquí dejemos todo quietito, “que la vamos llevando”. Frase nefasta y trepidante, que nos define y nos ubica en un subdesarrollo cada vez más acendrado.

La educación es el camino más efectivo para el crecimiento, se trate de un país o una persona. Hay que educar y educarnos para mejorar la forma de relacionarnos, para generar capacidades de comunicación, para que podamos conocernos mejor y para saber qué queremos y cómo lograrlo. Y pese a ello, nuestra educación pública es la gran causa de la inequidad existente.

Países con otra cabeza, tienen a su población con el 80% del bachillerato terminado y al 60% con títulos universitarios. Nuestro promedio indica que en el primer caso se llega al 30% y en el segundo, al 7%...

El artículo 70 de la Constitución expone sobre la obligatoriedad de la enseñanza primaria, media, agraria o industrial. Pero dicha obligatoriedad es desoída por los docentes y sus paros recurrentes, por el gobierno que no puede o no sabe tomar el toro por las astas, por los padres de los niños que en algunos casos no los envían a la escuela y sí al semáforo a intentar recaudar. Edificamos una gran mentira; las pretendidas acciones que salen a la luz rodeadas de cámaras de televisión, de voces impostadas y de preocupación por el tema, chochan con la realidad más cruel que nos atosiga: seguimos en una retórica criminal.

Así como el presidente Vázquez ha convocado a la oposición a una mesa de diálogo por el tema Seguridad, lo mismo debe hacer con el tema Educación para lograr consensuar una oportuna política de Estado. Claro, el presidente debe poner coraje para modificar la situación imperante. Obviamente tendrá que soportar el embate del corporativismo docente, de algunos moralistas que intentan imponer en los otros su visión de cómo se debe de vivir, especuladores con la intemperancia del que piensa distinto, no olvidemos que existe una ley de educación vigente desde la época del primer gobierno de Vázquez, pero con la decisión de terminar con este lamentable estado de situación cuyos resultados rompen los ojos, abrirá una cuota de esperanza al porvenir.

Fíjense cómo salen preparados los niños japoneses y cómo seguirán saliendo los nuestros; los nipones hablan 4 idiomas, conocen de otras culturas, son expertos en el uso de la PC, leen 52 libros por año, respetan la ley, la ecología, la buena convivencia, manejarán la aritmética de los negocios con idoneidad.

El ministro Astori reclama inversión como el recurso más genuino para destrabar el aquelarre en que vivimos. Pero a la juventud que se está formando hay que darle armas para que se instruya, que tenga confianza en que el trabajo generará un halo de esperanza, que los conocimientos solidificarán a dicho joven en el mundo globalizado y competitivo que le toca vivir.

Es lamentable concluir que así como hablamos de la reforma del Estado con la educación pasa lo mismo. No hay voluntad política para cambiar nada. Y que nadie se rasgue las vestiduras porque los porfiados hechos así lo determinan.

Hay que hacer una revolución cultural, dejar de lado la cháchara vacía de tanto dirigente que “luce” ocupado en el tema, pero nada cambia.

Hay mucho versado en educación; basta de tontos pruritos, de lesivas ideologías paralizantes y comencemos a transformar el país.

Hoy nos sacudió el IRPF, sus consecuencias recesivas y la credibilidad lacerada, pero este desgraciado hecho empalidece ante la REVOLUCIÓN EDUCATIVA que tenemos por delante. O la encaramos o el subdesarrollo se enquistará para siempre.

Y los culpables tienen nombre y apellido.

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Anibal Durán

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