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De Gaulle: el ejemplo

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RUBEN LOZA AGUERREBERE

Acaba de publicarse una espléndida biografía, escrita por Don Cook, titulada "Charles de Gaulle" (Vergara/Ediciones B).

Devolver la vida a un personaje, como decía André Maurois, no es tarea sencilla. Pero Dan Cook lo consigue válidamente: evoca con vivacidad, sintoniza las convicciones y principios de la conducta que marcó aquella vida de principio a fin.

Ante una obra tan vasta y tan rica, imposible de reseñar en pocas palabras, que invito leer, voy a recordar el último día de la vida del General de Gaulle, en Colombey-les-Deux-Eglises: el 9 de noviembre de 1970.

Escribió hasta la hora del almuerzo. Tras la comida, dio un paseo por el jardín con su esposa. Recibió a su vecino, M. Piot.

Redactó dos cartas y, al atardecer, se fue un rato a la biblioteca donde tenía, además de sus libros, el televisor y la mesa de bridge.

Se sentó ante la mesa de bridge disponiéndose a jugar un "solitario", de cara al televisor, a la espera de la cena.

Eran las 19.15 cuando se quejó: "¡Ay! Me duele aquí, en la espalda...". Y cayó sobre un lado, sin conocimiento.

Los primeros en llegar fueron el doctor Lacheny y el padre Jauguey.

El médico detectó la rotura de la aorta abdominal. A las 19.30 horas, de Gaulle había dejado de existir.

Varias horas después le llegó la información de la muerte del General de Gaulle al Presidente Pompidou.

Este tenía en su poder, desde hacía dieciocho años, un sobre, con las últimas voluntades del viejo General. Ahora debía abrirlo.

Y allí estaba escrito: "Quiero que mis funerales tengan lugar en Colombey-les-Deux-Eglises. Si muero en otro lugar, deseo que mi cuerpo sea trasladado sin ninguna ceremonia pública".

Pedía que "mi tumba deberá ser aquella en la que ya descansa mi hija Anne y en la que, un día, habrá de descansar mi mujer. Inscripción: Charles de Gaulle (1890-...) Nada más".

Decía también: "La ceremonia deberán organizarla mi hijo, mi hija, mi yerno y mi nuera, con la ayuda de mi gabinete, procurando que sea lo más sencilla posible. No quiero exequias nacionales; ni la presencia del presidente, ministros, representaciones de asambleas o cuerpos constituidos".

Solicitaba que "las fuerzas armadas francesas serán las únicas que podrán participar oficialmente como tales: su participación, sin embargo, habrá de tener unas proporciones modestas, sin música, marchas militares ni toques de trompeta".

Y agregaba De Gaulle: "No se pronunciará discurso alguno, ni en la iglesia ni en ningún otro lugar. No habrá oración fúnebre en el Parlamento. Durante la ceremonia, no habrá lugares especialmente reservados, salvo para mi familia, mis compañeros miembros de la orden de la Liberación y el ayuntamiento de Colombey. Los hombres y mujeres de Francia y otros países del mundo que así lo deseen podrán rendir honor a mi memoria acompañando mi cuerpo hasta su última morada. Pero deseo que sea conducido hasta ella en silencio".

Finalmente, señalaba: "Declaro de antemano que rechazo toda distinción, promoción, dignidad, citación o condecoración, ya sea francesa o del extranjero. Si alguna de ellas me fuera concedida, esta- rían violando mis últimas voluntades".

Desde la muerte, de Gaulle seguía marcando la historia de nuestro siglo.

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