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El “Fusca” del millón

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Entre nosotros uno de los valores sociales más importantes es la igualdad ciudadana. Siempre ha sido bien visto que los políticos sean austeros y probos, y Mujica lo sabe bien. Lo aprendió sobre todo de sus años mozos vinculados a la figura de Erro. Cuando fue ministro blanco, por ejemplo, Erro se preocupaba por mezclarse entre la gente viajando en ómnibus desde La Paz a Montevideo.

Entre nosotros uno de los valores sociales más importantes es la igualdad ciudadana. Siempre ha sido bien visto que los políticos sean austeros y probos, y Mujica lo sabe bien. Lo aprendió sobre todo de sus años mozos vinculados a la figura de Erro. Cuando fue ministro blanco, por ejemplo, Erro se preocupaba por mezclarse entre la gente viajando en ómnibus desde La Paz a Montevideo.

La esencia del personaje del Pepe, que tanto éxito tiene, pasa por exhibir esa austeridad cotidiana. Así, el episodio del millón de dólares por el Fusca no hace más que confirmar ese designio político. Quien filtró a la prensa la noticia del llamativo ofrecimiento, de ribetes exóticos, fue Pepe. Quien días más tarde argumentó que debía dejar de lado la suculenta oferta, por tratarse el Fusca de un “regalo de amigos”, también fue Pepe.

Lo increíble es constatar como el país entero creyó, anonadado y feliz, el cuento del Fusca. A nadie se le ocurrió lo evidente: Pepe ya sabía, cuando filtró la primera noticia, cuál sería su decisión final y, sobre todo, ya tenía claro el motivo por el que rehusaría la propuesta. Sin embargo, con candidez infantil, el autocomplaciente nuevo uruguayo quiere creer los cuentos de Pepe. Los disfruta, porque deja en alto los viejos valores de probidad y desprecio por el dinero, a la vez que santigua los lindos compromisos que conllevan la amistad. Los comenta, porque se enorgullece de tener un presidente que no se tienta por el dinero fácil, y que así se erige en modelo para el mundo.

La fascinación por el Pepe, que le permitió encabezar el segundo senado más votado del país en octubre, tiene una doble explicación. Por un lado, la más vieja de todas: el encantamiento que envuelve al demagogo que adula al pueblo. El líder demagogo es aquel que apela a los prejuicios, emociones y esperanzas de la gente para ganar su apoyo popular.

Mujica, hombre inteligente y perspicaz, conoce hasta la entraña ese sentimiento nacional que ensalza lo austero y lo probo. Y, desde su cotidiano, se ocupa de seguir caminando por el sendero llano del “presidente más pobre del mundo”: donando su sueldo, tomando vino en caja, y ahora, conservando el Fusca aunque valga fortunas.

Por otro lado, es una fascinación que solo puede extenderse gracias al silencio cómplice de quienes, pudiendo denunciar sus artilugios, prefieren aplaudirlo o mirar hacia el costado. Son los intelectuales compañeros que aceptan ominosamente confundir austeridad republicana con demagogia. Son los líderes de opinión que festejan y justifican las ocurrencias presidenciales, así ellas contradigan la dignidad de los hechos y los valores. ¿O no saben nuestros historiadores que nuestra Constitución no fue redactada por representantes de los estancieros? ¿O no saben nuestros politólogos que en una buena democracia lo político no puede estar por encima de lo jurídico?

La inteligencia de Mujica es desgranar su demagogia sin contradecir el alma provinciana y discreta de nuestra sociedad amortiguadora. Conquista, al final de su vida, un culto a su personalidad que él sabe bien se extenderá por décadas tras su muerte. Mella, como en los sesenta, nuestra convivencia pluralista y liberal, pero esta vez desde la seducción de la palabra. Permite que deambulen la mentira, la ignorancia y la ambición, tras el velo de su mirada honda, acerada y melancólica: la del perfecto demagogo oriental.

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Francisco Faig

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