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Fotografías agridulces

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Cartier Bresson decía que el fotógrafo debía tener ojo de lince para hacer foco exactamente en el detalle y mano de seda para disparar el clic en el momento preciso y fugaz que lo narra todo, sin alterar la realidad que se capta.

Cartier Bresson decía que el fotógrafo debía tener ojo de lince para hacer foco exactamente en el detalle y mano de seda para disparar el clic en el momento preciso y fugaz que lo narra todo, sin alterar la realidad que se capta.

Encontró en la Leica la maravilla técnica imprescindible para tal labor, contribuyendo a convertirla en una máquina fotográfica de leyenda. A cien años del nacimiento de Leica, la agencia de publicidad brasileña F/Nazca Saatchi & Saatchi decidió crear un corto publicitario para homenajearla. Fue realizado por la productora uruguaya Salado con la técnica de cámara en movimiento, en contraste con actores inmóviles, recreando fotografías famosas de ese siglo que la historia de la mítica cámara evoca. La filmación se hizo enteramente en Uruguay, con locaciones en Montevideo y en la ciudad de los picapedreros, La Paz, en el extraño paisaje de sus canteras: de esos cráteres salió todo el granito rosado que enlozó Buenos Aires y la rambla sur de Montevideo.

El marinero curva el cuerpo de una muchacha al besarla, pero un barco ocupa el lugar que ocupaba en la foto original el emblemático Times Square de Nueva York; enteramente vestido de negro y sin su gorra, el marinero contrasta con la muchacha, enfundada en medias y zapatos blancos, con una pollera corta y a lunares. El barco, herrumbrado e inerte, flota en la bahía montevideana, pidiendo a gritos la banda sonora del tango “Niebla del Riachuelo”, que canta a los “barcos carboneros que jamás han de zarpar” pero que “sueñan sin embargo que hacia el mar han de partir”.

Una mujer joven de rostro desencantado, fotografiada en medio de la gran Depresión, se abraza a sus hijos junto a la columnata de la Estación Central de AFE, mientras detrás de ella pasa otra pareja que también se detiene para besarse, recreando aquella fotografía de Robert Doisneau que inmortalizó el romanticismo del París de los años 50. Annie Leibovitz retrata a John Lennon desnudo y abrazado con devoción a Yoko Ono, el mismo día en que habría de morir; un valiente hombre solitario vuelve a enfrentar a los tanques en la plaza Tiananmen y se apunta de nuevo a la sien del vietnamita que fue ajusticiado frente al lente de la cámara en 1968.

Las figuras de Sebastián Salgado, cubiertas por el polvo de las minas que oradan el suelo brasileño, posan espectrales al borde del agua, en las canteras de La Paz, mientras un astronauta hace del lugar un paisaje lunar y en lo alto del paisaje picapedrero cae, nuevamente impactado por una bala, el miliciano de la Guerra Civil española, que abre los brazos, rifle en mano, tal como lo fotografió Frank Capa. El niño que camina por París llevando dos botellas de vino, vuelve a bambolear su carga, mientras avanza por la calle Lindolfo Cuestas y sonríe para la cámara.

Este comercial que acaba de ser premiado con el León de Oro en Cannes fue enteramente realizado en Uruguay por dos razones que -confieso- me producen sentimientos encontrados. Me enorgullece saber que el primero de esos motivos fue la capacidad técnica de decenas de especialistas uruguayos en arte, iluminación, logística, actuación y diseño. En cambio, me duele que el segundo haya sido esa facilidad que ofrecen nuestros paisajes urbanos para recrear viejos esplendores sometidos a lentos procesos de erosión o espantosos bombardeos. Estas fotografías recrean otras, pero también retratan implacablemente un presente.

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Ana Ribeiro

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