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Una final atípica

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Parece mentira. A una semana de las elecciones, la política casi ha desaparecido de escena. No hay debates, escasos actos y eventos públicos, los intercambios se han reducido al mínimo, lo mismo que la publicidad. La explicación es fácil; a los que ganan con la inercia de octubre, no les interesa mover el avispero, y los que votaron menos de lo que esperaban, siguen embotados por el golpe recibido. Pero hay excepciones.

Parece mentira. A una semana de las elecciones, la política casi ha desaparecido de escena. No hay debates, escasos actos y eventos públicos, los intercambios se han reducido al mínimo, lo mismo que la publicidad. La explicación es fácil; a los que ganan con la inercia de octubre, no les interesa mover el avispero, y los que votaron menos de lo que esperaban, siguen embotados por el golpe recibido. Pero hay excepciones.

La más chocante es la del Partido Colorado, sumido en una fractura tan cruenta como expuesta. Algo inimaginable solo unos años atrás para esa fuerza política, históricamente diferenciada de los blancos por su manera discreta, casi quirúrgica, de resolver sus dilemas internos. A esta altura, ese sector político parece vivir un sálvese quien pueda, donde los que no hacen cola para ir a posar con un magnánimo Tabaré Vázquez, mastican un comprensible desvelo por el futuro inmediato del partido de Rivera y Batlle.

Otros que no han pisado el freno son los encuestadores. Tras el patinazo histórico de hace un par de semanas, se creería que los oráculos electorales tratarían de bajar los decibeles de sus apariciones estelares en la TV. Lejos de eso, los informativos centrales siguen paralizándose por eternos minutos de admiración, cada vez que uno de sus expertos anuncia el último resultado de sus estudios. Esta semana, por ejemplo, nos ilustraron sobre quién cree la mayoría de los uruguayos que será el nuevo presidente. Algo tan útil y revelador como cuando un “notero” sale a 18 de Julio a preguntarle a los pasantes quién ganará el próximo clásico.

El rol más ingrato le ha tocado, por lejos, a Lacalle Pou. Si bien nada está dicho hasta que se cuenta el último voto (ya ni en el boca de urna se puede creer) es claro que la diferencia entre las expectativas y el resultado de primera vuelta ha sido un mazazo difícil de digerir. Y para peor, ¡Julio Frade pidió pase al Frente Amplio! Al ver al candidato blanco encarar estoico cada nueva aparición pública, no queda más que reconocer lo dura que es a veces la profesión política, más allá de flashes y figuración.

Pero por encima de anécdotas y mezquindades, lo que ha llamado la atención de todo este proceso electoral es la ausencia de debate profundo que la misma ha generado en la sociedad uruguaya. Toda la discusión se ha centrado en aspectos de mera estrategia electoral, pero no en temas de verdadera política. Para comparar, la reciente campaña de medio período en Estados Unidos (un país al que se suele mirar muy por arriba del hombro desde Uruguay en materia de cultura política) ha tenido debates realmente sustanciosos e interesantes. Uno de los principales ha sido el del rol que debe tener el Estado en la sociedad, cuál debe ser el límite de los impuestos, y si el Estado tiene derecho a “redistribuir” la riqueza. Lo mismo en cuanto a la reforma de la salud, gran emblema de la presidencia Obama, pero que a la gente de a pie no le termina de convencer. De hecho, así le fue en la elección.

Otro tema que ha sido eje de la campaña americana fue el rol de ese país como gendarme global. Y la realidad es que buena parte de los republicanos vencedores son partidarios de un cambio drástico, que llevaría a la principal potencia global a un papel más aislacionista que interventor, lo cual puede tener impacto muy fuerte en la política global a futuro.

La diferencia es chocante. Mientras en Uruguay se informa que el déficit del Fonasa crece 5 puntos por año, la reforma de la salud ha estado bien lejos del centro de la campaña. Mientras el gobierno vota a la argentina que lideró la lucha contra Botnia nada menos que para el tribunal de La Haya, e invita a un expresidente de Brasil a un evento partidario, la política exterior no figura en el debate. Mientras las noticias policiales dejan en evidencia situaciones de marginalidad y miseria (humana más que económica) desoladoras, a nadie parece importarle mucho hacer un balance sobre la efectividad de las políticas de asistencia social. Mientras nos enteramos que una burrada insólita en la última ley de presupuesto nos va a costar 60 millones de dólares por año (según el gobierno) a los contribuyentes, el presidente Pepe se congratula de que haya menos profesionales en el Parlamento.

Y mientras cada día parece haber nuevas empresas en problemas económicos, y las señales financieras externas alertan de un futuro inmediato mucho más apretado, el mayor reclamo popular de estos días ha sido el posible freno a las compras del exterior por internet, y colas de gente se aglomeran en un centro comercial a pugnar por las ofertas de una nueva tienda que promete hacernos sentir para siempre que tenemos 21 años. Que lo explique un politólogo.

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Martín Aguirre

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