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Extrañando a Julissa

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Cuando la embajadora de Estados Unidos era Julissa Rey-noso, la de acento caribeño y cabellera revuelta, estas cosas no pasaban. Eran tiempos de José Mujica, de asados en el Quincho de Varela, del favorcito a Obama con los presos de Guantánamo, de la luna de miel con Washington.

Cuando la embajadora de Estados Unidos era Julissa Rey-noso, la de acento caribeño y cabellera revuelta, estas cosas no pasaban. Eran tiempos de José Mujica, de asados en el Quincho de Varela, del favorcito a Obama con los presos de Guantánamo, de la luna de miel con Washington.

Mujica la elogiaba como a nadie: que si ella nos abrió el mercado de cítricos, que si iba a exonerar a los uruguayos de visa para viajar a su país, que si nos iban a subir la cuota de carne exportable. Uruguay y Estados Unidos, un solo corazón.

Cuando Julissa se fue, medio gobierno con Mujica al frente salió a despedirla. Según el entonces presidente uruguayo, fue la mejor representante diplomática que nos mandó su país en toda la historia. Exagerado, sin duda, pero es que gracias a ella un extupamaro se dio el lujo de entrar en la Casa Blanca por la puerta grande. Luego Mujica volvió de allí contando maravillas de Obama y hasta de su vicepresidente, Joseph Biden, al que describió, casi casi, como un hombre de izquierda.

¡Qué tiempos aquellos! Ahora, de golpe, todo cambió. Un poco antes que Trump (lo más parecido a la peor de las imágenes del Tío Sam) llegó la embajadora Kelly Keiderling, que habla español sin acento caribeño y no dice, como solía decir Julissa, que ella es “más de izquierda que los gobernantes del Frente Amplio”. Kelly es profesional y hace los deberes que le indica el Departamento de Estado, como por ejemplo advertirle al país que preside este mes el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que Corea del Norte es un enfermo al que hay que poner en cuarentena.

Esa advertencia encabritó al Partido Comunista, que no se enteró que la Guerra Fría terminó y que escribió un comunicado diciéndole de todo a la embajadora y a Estados Unidos con un léxico y un tono sesentista que en estos días amaga a renacer entre nosotros. Porque, en efecto, un anticipo del retorno de ese estilo lo brindó pocos días antes uno de los oradores en el acto del 1º de mayo que gritó tres veces seguidas “¡Fuera yanquis!”, como si con eso resolviera los reclamos de los trabajadores, en tanto otra oradora calificó al presidente de Estados Unidos como “el anormal”. Todo ello ante el aplauso de una platea en donde alternaban ministros y legisladores frentistas. Para rematar la faena, el inefable Raúl Sendic declaró después que compartía plenamente lo dicho por el Pit-Cnt en ese acto.

Así las cosas parecería que como reacción ante Trump y su embajadora, el viejo credo antiyanqui se perfila como “leitmotiv” de la política exterior del Frente Amplio, lo que aparte de anacrónico carece de sentido en el mundo en que vivimos. Tabaré Vázquez, que en su primer gobierno supo recibir en Anchorena a George W. Bush (y hasta deslizarle que Uruguay quizás necesitara apoyo militar estadounidense si se agravaba el conflicto con Argentina), debería intervenir para dar línea. Dejemos para la Venezuela de Maduro y los países bolivarianos la prédica contra el “imperialismo yanqui” y ocupémonos de mejorar nuestro comercio con Estados Unidos.

Y olvidémonos de Julissa, la embajadora que prometió más de lo que hizo, aunque eso sí, era muy simpática cuando se las daba de izquierdista en los asados del Quincho de Varela.

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Antonio Mercader

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