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Los adaptados

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En el correr de muy pocos días va quedando cada vez más a la vista el grado de deterioro de la sociedad que habitamos.

En el correr de muy pocos días va quedando cada vez más a la vista el grado de deterioro de la sociedad que habitamos.

El Uruguay, nuestro país, está enfermo. Lo que sucedió el domingo en el Estadio y lo que había sucedido semanas atrás en Santa Lucía son dramática demostración.

Pensar que se trate de un problema del deporte es una inconsciencia, y centrar la discusión en si se suspende el campeonato, se juega a puertas cerradas o ideas por el estilo, es ignorar el grado de descomposición de la convivencia al que hemos llegado. Hay episodios, involucrando menos gente pero no menor saña, que suceden todos los días en todos los barrios.

El asunto no es cómo se controla el fútbol en el futuro, sino preguntarnos cómo hemos llegado a que haya tantos uruguayos que se sienten impulsados y autorizados interiormente a perpetrar las salvajadas que hicieron y que hay evidente disposición a reiterar en cuanto puedan. Se habla de los inadaptados de siempre y de que no serían más de trescientas personas ya identificadas. No es admisible tanta ceguera (o tanta estupidez). Las personas que cometen actos vandálicos y desmanes colectivos en los estadios de fútbol o en la Avenida 18 de Julio son personas comunes y corrientes, uruguayos del montón (son o comenzaron siéndolo). Esto es lo terrible y lo que no se puede ocultar ni minimizar.

El nivel humano del ciudadano promedio ha descendido y los frenos sociales -lo que la persona no se permitía a sí misma por decencia en ninguna circunstancia- han desaparecido. Lo trágico no son los inadaptados sino las camadas de ciudadanos comunes que se van adaptando a una convivencia sin responsabilidades, sin consideración por el prójimo, sin frenos autoimpuestos. El problema no son unos pocos inadaptados sino los muchos… adaptados.

Y yo no sé cómo se puede esquivar la alarmante sensación de que no pueden estar (ni declararse) ajenos a las deformaciones sociales aquellos que tienen la mayor influencia sobre el imaginario colectivo, aquellas fuerzas políticas ampliamente mayoritarias, con influencia determinante en la conducción sindical, en la educación pública y en la actividad parlamentaria y gubernamental. Dicho de otro modo: pensar o querer hacer creer que a la sociedad uruguaya -sus reacciones y costumbres- la moldean primordialmente otras personas, otros estilos y otros ejemplos que no son los dominantes, es desde ya inaceptable.

Con los dirigentes del fútbol ha pasado lo mismo que con los gobernantes del Frente Amplio: quisieron hacerse populares cediendo y cediendo y terminaron pudriendo lo que tenían que gobernar. Tomaron la autoridad como un peso vergonzante en vez de sentirla como una responsabilidad para ser manejada, con mesura pero sin ambages. En consecuencia el Uruguay ha perdido la convivencia civilizada que lo distinguió cuando el gobierno, el ejemplo y la influencia estaban en otras manos.

Ahora lo que queda es un descarte: la aceptación naturalizada de que todo está permitido, certificados truchos de licencia por enfermedad, libretas de conducir vendidas y compradas, un Presidente haciendo propaganda electoral durante el final de su mandato: nada hay prohibido para el pueblo progresista (y menos para sus voceros y dirigentes), el orden es un resabio burgués, todo da lo mismo: decir que se tiene un diploma cuando no se tiene nada y como te digo una cosa te digo la otra. ¡Chau Uruguay!

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Juan Martín Posadas

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