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1815

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Bien se sabe que estamos viviendo tiempos de rescritura de la historia. La más reciente para denostar gobiernos, buenos o menos buenos pero democráticos, y bañar de tintes rosados los atentados violentos que sufrieron las instituciones.

Bien se sabe que estamos viviendo tiempos de rescritura de la historia. La más reciente para denostar gobiernos, buenos o menos buenos pero democráticos, y bañar de tintes rosados los atentados violentos que sufrieron las instituciones.

La más lejana, para exaltar algunos momentos, disminuir otros y, en términos generales, entreverar la cronología en nombre de unidades temáticas que responden más a visiones sociológicas que a reales análisis históricos. En ese contexto, se desvanecen las figuras protagónicas, se relega el estudio de los grandes mojones del proceso de la configuración nacional y terminamos siendo, como República, una especie de casualidad histórica.

Los 17 años de lucha, que van desde 1811 hasta 1828, primero contra los españoles, luego contra el autoritarismo porteño, más tarde contra las hegemonías portuguesa y brasileña, parecen ser poca cosa. Haberse ido Artigas al Éxodo seguido con su pueblo, no es más que una anécdota, despojada de su épica condición fundacional.

¿Que es una nación, si- no un pueblo que se recono- ce como tal y afirma su voluntad de gobernarse a sí mismo?

En esa peligrosa deriva, se sigue repitiendo que somos hijos de la diplomacia británica. ¿Los ingleses estaba en Las Piedras, luchando contra los españoles? ¿Estaban en 1815, en Guayabos, parando la arrogancia de los líderes de Buenos Aires? ¿Estaban en 1825 en Rincón y Sarandí, donde al mando de Lavalleja, combatieron Rivera, Oribe y Flores? ¿Estaban en febrero de 1828 cuando Rivera invade Las Misiones y precipita el reconocimiento de esa independencia con tantos sacrificios forjada?

Por cierto la intervención británica ofició de partera, pero de un nacimiento que llevaba larga gestación.

En estos días de efeméride artiguista, nos llevan a estas reflexiones los doscientos años de este 1815, que transcurren como un año más, cuando es el momento histórico en que Buenos Aires decide definitivamente aplastar la revolución artiguista y cruzan el río, con esa determinación, Alvear y Dorrego. Este ultimo dice que “tendrá el mayor gusto de contribuir a la destrucción de Artigas”, pero el 10 de enero, como escribió Luis Alberto de Herrera, “en ese día memorable, el bravo coronel Fructuoso Rivera, sableó a sus milicias, y también, a su arrogancia”.

Poco después los orientales liberan a Montevideo del saqueo de tropas porteñas e izan el tricolor pabellón artiguista, que marca otro hito en el proceso de nuestra independencia. El Cabildo de Buenos Aires reivindica entonces a Artigas y a su movimiento se plegarán, en su mejor hora, los pueblos confederados de Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba. Se dictarán las primeras normas de liberalización comercial y en setiembre el “Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de su campaña y seguridad de los hacendados”.

Ese es 1815.

Bien sabemos que la construcción histórica ha evolucionado notablemente y superado el simplificado relato de episodios políticos y heroicas batallas. La sociología, la economía, la psicología, han permitido ver el pasado con una riqueza mayor, incluyendo mentalidades diversas y realidades populares antes no reconocibles. Es una tendencia mundial. Como también lo es que estas nuevas y bienvenidas tendencias han conducido a excesos, que hoy mismo en Francia, tan influyente en la materia entre nosotros, motiva un apasionado debate. Felizmente, tanto historiadores liberales como socialistas han reaccionado vivamente reivindicando la cronología, el relato ordenado de los sucesos, el protagonismo de las figuras centrales que han encarnado ideas y sentimientos. No es esto ignorar los exámenes de mentalidades, los procesos sociales, la repercusión de “las ruedas del comercio” de que hablara Fernand Braudel, que han permitido ver los hechos del pasado con más luces. Por cierto que no. Se trata de no dejarse arrastrar por esa tiranía de lo “políticamente correcto” que nos invade y desdibuja los perfiles más nítidos de civilizaciones y naciones. En nombre del multiculturalismo, de una visión anacrónica de los derechos humanos, de un trasfondo corporativista y antiindividualista, de un economicismo envolvente, se construye una visión conspirativa del pasado.

La historia es la definición de lo que somos. Los tiempos de globalización se llevan muchas cosas por delante. Las fronteras son otras. Pero si cada nación no afirma sus valores esenciales y no se mira en el espejo de quienes la construyeron, terminamos de polizontes de la historia. Cuando fanatismos de la más diversa índole amenazan, a veces desde la violencia, en ocasiones también desde las aulas, recordemos que el mayor esfuerzo es el de “preservar” “las ventajas de la libertad y mantener un gobierno libre, de piedad, justicia, moderación e industria”, como reza la última frase de nuestras memorables “Instrucciones”.

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Julio María Sanguinetti

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