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Elogio de la ignorancia

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En los horas siguientes a la votación del 26 de octubre, el presidente Mujica se felicitó de que la mitad de los legisladores electos no tengan título universitario. Según dijo, ese dato le produjo “alivio”. Luego agregó: “le tengo miedo a los bachilleres que, porque saben algo, creen que saben todo”.

En los horas siguientes a la votación del 26 de octubre, el presidente Mujica se felicitó de que la mitad de los legisladores electos no tengan título universitario. Según dijo, ese dato le produjo “alivio”. Luego agregó: “le tengo miedo a los bachilleres que, porque saben algo, creen que saben todo”.

La misma idea apareció en la audición de la semana siguiente: “No hago votos por un país académico”. Quienes hacen estudios superiores tienden a adoptar “una arrogancia con tinte de nueva aristocracia” y también caen en el “diletantismo” (es decir, en la frivolidad intelectual).
Como corresponde a la lógica del “como te digo una cosa, te digo la otra”, Mujica también hizo afirmaciones que van en otro sentido (“Es obvio que aspiramos a que algún día la inmensa mayoría pueda acceder a una formación terciaria”). Pero eso no alcanza para ocultar su actitud prejuiciosa y descalificatoria hacia quienes buscan la excelencia en el terreno del saber. Mujica parece creer que hay una contradicción entre buscar esa excelencia y estar “al servicio de la gente”. También cree que la ignorancia encierra alguna forma de superioridad moral (“el que no sabe tiene la humildad del que no sabe”).

Esta visión no resiste la menor contrastación con los hechos. Hay gente con muchos títulos que no es frívola ni soberbia, y hay jugadores de fútbol que lo son. La ignorancia puede conducir a la humildad, pero también puede llevar a la necedad y al resentimiento. El mundo es complejo y no acepta miradas maniqueas.

Pero la cuestión que importa no es esa, sino intentar entender por qué Mujica insiste en sostener esta visión oscurantista. Y la primera respuesta que surge es la psicologizante: Mujica desprecia aquello que nunca alcanzó. En definitiva se estaría comportando como la zorra de la célebre fábula, que decide que las uvas están amargas luego de confirmar que no puede llegar a ellas.

Esta interpretación puede ser correcta o no, pero no es muy relevante. El debate público se anula si nos ponemos a hacerle el psicoanálisis a cada interlocutor. Como mucho, podrá decirse que el presidente está ignorando un consejo muy sabio: es mejor no criticar aquello de lo que uno carece, porque es inevitable caer bajo la sospecha de envidia.

Hay, en cambio, otra explicación más interesante. Ciertamente hubo un Uruguay enciclopédico y falsamente cosmopolita, que despreciaba los saberes técnicos e ignoraba los desafíos productivos. Esa mentalidad promovió la existencia de tipos humanos similares a los que critica Mujica. Pero no hubo que esperar a él para que eso fuera denunciado. El blanco Bernardo Prudencio Berro en el siglo XIX y el colorado Pedro Figari en el siglo XX lo hicieron con maestría.

Esa mentalidad lustrosa e improductiva todavía tenía peso durante la juventud del presidente Mujica. Pero el punto clave es que, en el Uruguay actual, apenas quedan rastros. Hoy predomina una cultura refractaria al esfuerzo, sin sentido de la excelencia y despreciativa de las instituciones. Y esta nueva cultura es mucho peor que la anterior: tiene sus mismos vicios (porque también conduce a la improductividad) pero ninguna de sus virtudes.

Los ataques del presidente Mujica al Uruguay enciclopédico llegan con medio siglo de atraso. Y al mismo tiempo que critica algo que ya no existe, estimula con sus dichos y con sus actos una mentalidad más nociva.

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Pablo Da Silveira

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