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Trump y Corea del Norte

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Tiene razón el presidente Trump cuando hace algunas semanas insistió en que corresponde a China un mayor protagonismo para controlar las iniciativas del régimen de Kim Jong-un, que además le es tan afín ideológicamente.

Aunque haya tenido un respiro de alivio la semana pasada, la álgida escalada de amenazas verbales entre el líder norcoreano Kim Jong-un y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parece lejana y completamente alejada de nuestros intereses de política exterior. Sin embargo, importa prestarle atención porque allí se está jugando la crisis más importante del tablero mundial.

Desde el auge económico y comercial de China en este siglo XXI, la zona del Asia-Pacífico pasó a ser la región más importante de todo el mundo. En efecto, allí Estados Unidos —que se considera a sí mismo y con toda razón como potencia de dos océanos— tiene fortísimos intereses militares, políticos, económicos y comerciales. Pero también forman parte de esa región con protagonismos económicos fundamentales Japón y Corea del Sur; Rusia, que aunque a veces lo olvidemos, también es potencia del Pacífico y limita territorialmente con Corea del Norte; y, por supuesto, la propia China, que entiende que deben prevalecer allí sus intereses naturales de mayor potencia continental y demográfica.

En este escenario, la confirmación en 2006 de que Corea del Norte poseía armamento nuclear cambió la ecuación del equilibrio militar en Asia-Pacífico. Tiene razón Trump cuando hace algunas semanas insistió en que le corresponde a China un mayor protagonismo para controlar las iniciativas de su vecino, cuando además le es tan afín ideológicamente. Y tiene razón la comunidad internacional en involucrar a Japón, China, Rusia, Estados Unidos y la propia Corea del Sur en el tratamiento al más alto nivel de la situación de seguridad que se vive en toda la península de Corea.

Desde su perspectiva de elemental aprendizaje internacional, el régimen de Kim Jong-un sabe bien que el armamento nuclear representa su mayor seguro de vida. Desde su interpretación, es claro que por haber cedido a las negociaciones nucleares con Estados Unidos y Gran Bretaña en 2003, el poder dictatorial de Libia terminó debilitándose. Fue así que no pudo enfrentar en 2011 la intervención multilateral que terminó con el asesinato de Gadafi. Hoy Libia sufre una terrible e interminable guerra civil. En el mismo sentido está el ejemplo de Hussein en Irak, que por no disponer de armas nucleares no pudo evitar la invasión de Estados Unidos y sus aliados en 2003, la caída de su régimen y su propia ejecución a fines de 2006.

El problema es que nadie gana nada con una escalada de amenazas militares que involucren la utilización de armamento nuclear. Para Kim Jong-un, cumplir con sus amenazas y atacar territorio continental estadounidense o algunas de las bases militares de Washington en el Pacífico implicaría desatar una reacción feroz que terminaría con su régimen y aniquilaría a la inmensa mayoría de los 24 millones de coreanos del norte. Para Estados Unidos de ninguna manera es conveniente iniciar una guerra atómica en el Pacífico, cuando allí hay potencias nucleares también involucradas como China, Rusia y Francia, y cuando sus alianzas políticas y militares —sobre todo con Japón y Corea del Sur— lo obligarían a un protagonismo completamente contradictorio con el lema "american first" por el cual fue electo Trump en noviembre pasado.

Evidentemente, la resolución de esta crisis no llevará poco tiempo. Por un lado, las sanciones ya aprobadas contra Corea del Norte perjudican seriamente su ya menguado desarrollo económico. Por otro lado, el aislamiento internacional de Kim Jong-un encierra su dictadura en una lógica paranoica que perjudica al equilibrio regional.

En este sentido, Rusia y China, países fronterizos con Corea del Norte, no tienen ningún interés en que el régimen sanguinario de Kim Jong-un se desestabilice políticamente, ya que ello podría implicar un mayor peso de Estados Unidos en toda la península de Corea a través de sus bases e influencia militar en Corea del Sur. Sin embargo, hay una perspectiva optimista que no debe perderse de vista: quizá toda esta escalada verbal sea el preámbulo de negociaciones regionales fructíferas que permitan normalizar las relaciones norcoreanas, sobre todo con Corea del Sur y Japón.

En todos los casos, el interés de Uruguay en todo esto que parece tan lejano es bien claro: tanto China como Corea del Sur y Japón son importantes mercados para toda Sudamérica. Compran en particular soja y carne a los principales países del Mercosur. Para que nuestro comercio se multiplique y todos nos beneficiemos del crecimiento económico de Asia-Pacífico, precisamos que allí reine la paz.

EDITORIAL

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