Publicidad

El terrorismo en París

Compartir esta noticia

El mundo volvió a estremecerse por el miedo del horror. París, cuna de la libertad, la igualdad y la fraternidad, fue otra vez blanco de la insania terrorista que dejó su marca implacable de muertos y su mensaje de guerra. Hombres y mujeres, desarmados e inocentes que disfrutaban de un espectáculo teatral o de un paso en la noche del viernes, fueron víctimas del fanatismo demencial que ha ganado los albores de este siglo XXI.

La tétrica siembra del miedo no se detiene en medios ni vacila ante inermes o inocentes. Antes llegaban con el rostro de Al Qaeda y Osama Bin Laden, ahora con el del Estado Islámico. Pero la consigna es la misma: matar y matar, no importa a quien.

La escalada del terror islámico irrumpió para el gran público, con fuerza brutal, el 11 de septiembre de 2001, cuando el primer avión se estrelló contra una de las Torres Gemelas del World Trade Center, ubicada en el corazón del principal distrito financiero de Nueva York. Casi veinte minutos después un segundo avión embistió sobre la otra y las explosiones, el fuego y el caos que rodean a la muerte, se apoderaron de toda la zona. Las imágenes de la gente arrojándose al vacío desde los pisos superiores para escapar de las llamas, que las emisoras de televisión pasaron una y otra vez, han quedado incorporadas a la memoria como uno de los más angustiantes episodios de horror que se recuerden. El saldo de estos ataques fueron casi 3.000 muertos.

Allí quedó marcado el mensaje de que para el mundo "Nada será igual". Una nueva forma de terrorismo desnudaba su rostro y exhibía con espeluznante fiereza que una nueva guerra empezaba y que los métodos que se iban a usar nada tenían que ver con los convencionales. Donde una de las partes disfrutaba con la muerte del "enemigo" y de la propia, porque estaba convencido de su recompensa en el más allá.

Se desató la guerra en Afganistán con el apoyo de Naciones Unidas porque allí estaba instalado el cuartel general de Al Qaeda, pero a poco de concluir, el entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, solo por sí y ante sí (aunque Gran Bretaña luego lo acompañó) decidió atacar al régimen de Saddam Hussein en Irak, con la falsa excusa de que poseía "armas de destrucción masiva". Torpeza infinita con graves consecuencias: Estados Unidos perdió legitimidad, el terrorismo de Bin Laden ganó adeptos y volvió a golpear. Los principales atentados fueron a Madrid (11/03/2004) en la estación de trenes de Atocha que dejó 191 muertos y 1.900 heridos, y al Metro de Londres (07/07/2005) con 52 muertos y 700 heridos. Otros fueron desactivados a tiempo.

Cayó Bin Laden, pero Al Qaeda no desapareció. Sí surgió un grupo tan o más peligroso, autodenominado Estado Islámico, el que reivindicó los atentados en París y juntos han puesto ahora a Rusia en la mira ("¿Y nosotros no somos capaces de dejar de pelearnos y dirigir nuestros esfuerzos en su contra?", se preguntó Al-Zawahiri, el actual líder de Al Qaeda).

No hay dudas de que el mundo se ha convertido en un lugar inseguro, donde los grupos terroristas mueven muchísimos recursos económicos que financian sus barbaries contra Occidente. Son los mismos recursos que no aparecen para sacar de la miseria a sus "hermanos", que deben buscar refugio en los países europeos. Y esta es la contracara del terrorismo: ¿cuál será el futuro de la formidable ola de refugiados árabes que día a día llegan al Viejo Continente? ¿Seguirán encontrando las puertas abiertas para cobijarlos, o el miedo a que lleguen infiltrados determinará un radical cambio de actitud?

Ya existen muchos movimientos nacionalistas que rechazan a los musulmanes. El principal argumento es que a diferencia de otras migraciones, los musulmanes no se integran al país que los recibe, sino que se agrupan en sus barrios y mantienen sus tradiciones, sus costumbres y su religión. Lo mismo ocurre con los hijos que allí nacen. Aprovechan, en la medida que pueden, la democrática protección a las minorías, para organizarse, mantener sus vínculos culturales y buscar imponerlos al resto de las poblaciones. Se sabe que muchos amparan a violentistas (yihadistas) que, en la peor interpretación del islam, intentan extender e imponer sus enseñanzas en todos los países a cualquier precio: desintegrar la nación que han elegido para vivir, deteriorar sus instituciones, menoscabar sus principios y derechos, aunque para ello se pague con sangre y muerte.

Pero también, que muchos son inocentes y solo pretenden una oportunidad para vivir en paz con sus familias y sus creencias, algo que no encuentran en sus tierras.

Para algunos, esto es un choque de culturas o de civilizaciones que pueden coexistir sin problemas. Para otros, es una Guerra Santa.

Editorial

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad