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Un síntoma que asusta

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La actuación del decano de Economía, Rodrigo Arim, en la polémica por la supuesta discriminación a mexicanos, es un síntoma de los problemas que enfrenta la academia uruguaya y genera alarma sobre la formación de las nuevas generaciones.

El episodio en torno a la denuncia de racismo contra un café por citar en un pizarrón una frase de una película de Quentin Tarantino, dice mucho sobre la sociedad uruguaya actual. Pero lo más inquietante fue la actuación de una de las figuras más reconocidas y respetadas de la academia nacional, el decano de la facultad de Economía de la Udelar, Rodrigo Arim. Toda su actuación en el tema, desde el "tuit" original que desató la polémica, hasta una cuestionable columna publicada en La Diaria donde intenta justificar su acción, merecen encender un alerta sobre la concepción republicana de nuestra actual academia.

Para empezar, el mensaje original de Arim denunciando la supuesta discriminación dejó en evidencia dos cosas: uno, la falta de cultura general y sentido del humor del académico (¿no se dio cuenta que era una cita cinéfila?). Dos, que el antiamericanismo infantil y afrancesado que ha hecho tanto daño a nuestra intelectualidad, sigue saludable en pleno año 2017. De hecho, con el mismo argumento de Arim, un estadounidense lo podría denunciar por discriminación de acuerdo a la ley 17.817.

Otro elemento inquietante surge de la actuación del académico. Si el cartel le generó tanta indignación, ¿no hubiera sido más razonable ingresar al café y preguntar al dueño si lo que decía era en serio una práctica institucionalizada del local? ¿Manifestarle personalmente que esa actitud no corre en este país? ¿Qué tipo de razonamiento lleva a pensar que es más republicano salir a pedir una sanción en el mundo de las redes sociales antes que hablar con el ser humano responsable, o en todo caso dirigirse a la institución pública que vigila estos temas? Esto es grave, porque implica desconocer cosas básicas como el derecho al debido proceso, a una defensa justa, a tener la chance de ser oído antes de ser sancionado. Arim buscó un atajo y mandó a la tropa fascistoide que vegeta en las redes a hacer un trabajo patoteril desconociendo los carriles naturales, institucionales, y justos que posee el país para ello. ¡Nada menos que un decano universitario!

Como si todo esto no fuera suficientemente perturbador, la columna de opinión del jerarca aclarando su postura es todavía más inquietante.

Para empezar, menciona como cuatro veces el tema de los "colectivos", como si estos grupos fueran sujeto de derecho en el país. Pues no. El Uruguay tiene una constitución liberal, y los sujetos de derecho aquí son los individuos. Pretender convertir el debate social en un choque entre colectivos en vez de una coordinación entre derechos y obligaciones individuales es lo que hicieron el fascismo, el comunismo, y todos los ensayos totalitarios de la historia,

Pero lo más grave es la relativización que hace Arim sobre el derecho a la libertad de expresión. Sostiene que tolerar ese cartel "conlleva aceptar, como si fuera intrínseco al concepto de libertad individual, la expresión de valoraciones con claras connotaciones agresivas hacia ciertos colectivos".

El decano debería saber que la libertad de expresión es particularmente tutelada en los regímenes constitucionales liberales por entenderse que es un derecho clave para el ejercicio de todos los demás derechos humanos. Ello implica, por ejemplo, que solo se puede castigar sus abusos a posteriori, aun aceptando que ello implique que se cometa un daño. Una miradita a los artículos 7 y 29 de la Constitución le haría bien al académico inquisidor. Pero además, el criterio de Arim lleva a un razonamiento asustador: si se puede prohibir o sancionar un cartel que cita una frase de una película ¿qué falta para prohibir o sancionar la exhibición de una película, si afecta la sensibilidad de un "colectivo"? ¿Vamos a ir por ese camino?

En su artículo, Arim se reivindica como cinéfilo. Sería interesante entonces que viera una película del director checo Milos Forman que se llama "El pueblo contra Larry Flynt". Es la historia del creador de la revista pornográfica Hustler y su juicio contra un pastor conservador evangélico. En una escena el abogado de Flynt, interpretado por Edward Norton, hace un alegato memorable ante el jurado donde dice: "No intento convencerlos de que les guste lo que hace el señor Flynt. A mí no me gusta. Pero lo que sí me gusta es que vivo en un país libre, y eso es algo magnífico. El tema es que vivir en libertad implica que a veces tengo que tolerar cosas que no me gustan. Porque si empezamos a levantar muros en función de lo que a algunos nos gusta o nos parece obsceno, un día nos vamos a despertar y habrá muros por todos lados que no nos dejarán ver la realidad. Y eso, señores, no es libertad". Parece obvio. Resulta que no tanto.

EDITORIAL

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