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Un síndrome muy actual

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Quién no sufre de "bulinfomanía" en estos tiempos en que vivimos, es la primera pregunta. La segunda, claro está, es ¿qué será la "bulinfomanía"? Pues bien, se trata de un síndrome, hijo directo de la modernidad, al que le ha puesto nombre Pablo N. Waisberg, según una reciente columna publicada en La Nación, de Argentina.

La ocurrencia resulta tan acertada como sus observaciones "de campo", por lo que es grande la tentación de repetirlas en este espacio. Es una aguda mirada sobre un fenómeno que a todos directa o indirectamente nos toca, derivado de las cataratas informativas que nos circundan. Fruto de la multiplicidad y la eficacia de los medios de comunicación que la inteligencia humana ha desarrollado en forma vertiginosa en unas cuantas décadas, provocando con ello un remolino cultural.

Dice Waisberg que esta es una enfermedad proveniente del estrés que provoca la angustia de querer y no poder procesar el exceso de información que satura la capacidad de atención, que llega por iniciativa propia o ajena, con contenidos interesantes o ajenos.

"Peor aun cuando pretendemos atender la multiplicidad de información desde el afán por absorberlo todo para no quedar desactualizado en los ámbitos en los que nos preocupa permanecer activos". Así es que la persona se enfrenta a una especie de tsunami informativo diario que irremediablemente le pasará por encima, sin que al final del día haya logrado no quedar retrasado con las últimas novedades que aparecen en tantos lugares vinculares globalizados.

Lo de la "bulinfomanía", a Waisberg se le ocurrió al pensar en los trastornos de la alimentación que padecen ciertas personas. Solo que aquí la tiránica atracción no viene por el lado de la comida sino por el de las noticias, las novedades, las informaciones provenientes de "una expansión multidireccional que no deja nada sin atravesar".

Hasta que en cierto momento, la gente, tal como le ocurre a los que sienten una irrefrenable compulsión por comer, le llega el momento de la saciedad, le ataca tal sensación de hartazgo que se decide a tirar al fuego o a la basura, todas las revistas, recortes, artículos, libros, o materiales audiovisuales que ha ido amontonando aquí y allá, al tiempo que elimina miles de emails, leídos o no, apilados en las distintas bandejas de la computadora.

Esa desesperación por estar conectados que observa el autor con acierto, puede constatarse en los aviones al momento del aterrizaje, cuando los pasajeros, apenas el avión ha tocado tierra, sin esperar autorización alguna, en un segundo ya están móvil en mano para recuperar la conectividad perdida durante el vuelo. Si es que este carecía del servicio de internet.

La necesidad de imprimir velocidad a las comunicaciones lleva a las personas a ser rehenes de lo breve y lo instantáneo. Esto lleva a la abreviatura de palabras y parece empujarnos a una progresiva degradación del lenguaje, comenta Waisberg, citando a Nicholas Carr cuando habla "de la muerte del pensamiento lineal que está siendo desplazado por otra clase de configuración mental que necesita recibir y diseminar información en estallidos cortos, descoordinados y rápidos".

Fear Of Being Offline (FOBO) es la sigla con la que una investigación de Facebook describe el miedo de los jóvenes a quedar desconectados. Se sabe que hoy es característica de la actualidades no el clásico bullying, sino el ciberbullying. Una de las formas más usuales para hacerle daño a un niño o un joven, consiste en aislarlo dejándolo fuera de la red de amigos, del chat de los compañeros, preocupándose de que tenga clara su situación. Otra imagen recurrente en la sociedad que nos circunda es la de amigos, de parejas, sentados uno frente al otro, con una cercanía solo geográfica pues la atención de cada uno está más allá, en el buceo de su celular. Y lo mismo se da en las reuniones familiares y entre hombres y mujeres por igual.

Cómo encontrar el equilibrio entre estas nuevas tentaciones, el deseo constante por la superconectividad y la absorción frenética de revelaciones, es un desafío multigeneracional. Aprender a dosificar y controlar estas tendencias debería ser una condición sine qua non para evitar que la ola nos revuelque y nos deje tirados en la playa de la vacuidad.

Hay que luchar para aprender a desprenderse de lo descartable, vencer el incesante desasosiego, darnos tiempo para encontrarnos con nuestros afectos, con nuestros intereses, con el ocio, con el deporte, con el arte de conversar, no perder humanidad ni convertirnos en "bulinfomaníacos".

EDITORIAL

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