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Un siglo de la revolución rusa

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El aniversario de los cien años de la revolución comunista de 1917 ambienta balances y reflexiones sobre un régimen político que signó parte de la historia del siglo XX y que terminó instaurando una férrea dictadura condenada al fracaso.

Este año se cumple un siglo desde que Lenin y su partido bolchevique tomaron el poder en Rusia, un episodio que conmovió al mundo y que marcó la historia del siglo XX. El aniversario de la revolución rusa suscitará comentarios y reflexiones por doquier, Uruguay incluido, en un esfuerzo por calibrar la significación de aquel alzamiento, sus consecuencias, su moraleja y su eventual vigencia en la realidad política de hoy.

El mito difundido por los comunistas se basa en que la clase trabajadora rusa, bajo la dirección de su vanguardia, el Partido Bolchevique, impulsó un proceso revolucionario favorecido por las contradicciones socioeconómicas del capitalismo ruso. Cien años transcurridos dan una perspectiva suficiente para entender que la historia no fue tan sencilla ni mecánica y que otros hechos incidieron en el fulgurante triunfo de Lenin y la caída del frágil zar Nicolás II.

El más importante fue el estallido en 1914 de la Primera Guerra Mundial que trastocó el orden tradicional, motivó el derrumbe de los viejos imperios y desnudó las profundas grietas de los sistemas políticos existentes. Los revolucionarios concluyeron en que el capitalismo había entrado en decadencia y que la humanidad debía optar entre el socialismo o la barbarie. Los bolcheviques rusos que pensaban que la autocracia zarista sería reemplazada por el capitalismo liberal y que el socialismo llegaría después, entendieron de pronto que saltar esta última etapa era posible en un país empobrecido, descontento y debilitado por la guerra.

Aunque el mito comunista pregona que la revolución la hicieron obreros y campesinos en una suerte de gran movimiento de masas, la verdad es que el alzamiento fue planeado y conducido por la dirección del partido bolchevique, una docena de hombres audaces y dispuestos a todo en aquellos "diez días que conmovieron al mundo". A ellos se unieron miles de militantes y soldados simpatizantes de la revolución que aportaron los fusiles para asaltar el Palacio de Invierno y dar el golpe de Estado en un país desmoralizado y sumido en un vacío de poder.

Aunque el partido golpista era minoritario en la Rusia de entonces, su organización y su disciplina fueron tan eficaces como sus eslóganes, entre ellos el conocido "Pan, paz, trabajo y libertad". Menos de un año después, la Constitución soviética de 1918 traicionaría buena parte de esos postulados al reemplazar la democracia parlamentaria por una dictadura que no fue la del proletariado, la predicada por Carlos Marx, sino la del Partido Comunista, nuevo nombre del Partido Bolchevique.

Muerto Lenin de manera prematura, Stalin se erigió en dictador supremo. Allí comenzó una era signada, entre otras cosas, por tragedias como la muerte de más de 20 millones de personas como resultado de la colectivización de la agricultura y la industrialización forzada, los "Gulag" y la maquinaria del terror instaurada por la temible "Cheka". Todo intento de protesta fue acallado por las armas, incluido el aplastamiento de la rebelión de los marinos del Kronstadt, cuerpo emblemático de la revolución de octubre.

Como es sabido, la revolución rusa ocurrió en uno de los países más atrasados de Europa, lo que contradijo la profecía marxista de que el estallido se daría en sociedades desarrolladas con sólida base industrial y amplias clases trabajadoras. Desde los tiempos de Lenin había primado la idea de exportar la revolución con una política internacional expansiva que se puso en práctica y que trazó un surco en la historia del siglo pasado.

La mano de hierro de Stalin al frente del partido único y de una enorme burocracia convirtió al país en una potencia industrial y militar que, como luego se probaría, era un coloso con los pies de barro. De todos modos, el imperio surgido de la revolución de octubre se erigió por décadas en el gran rival del sistema capitalista y en particular del país que emergió como el líder de la Segunda Guerra Mundial, es decir Estados Unidos. Una rivalidad entre ambas naciones que engendró la llamada Guerra Fría, parteaguas de la política internacional de aquel tiempo.

A cuenta de mayores reflexiones cabe decir que si un mérito tuvo la revolución rusa fue mostrar en la práctica que aquel régimen instaurado en nombre del socialismo distó de ser el paraíso feliz de los pitufos que algunos se empeñan en elogiar. Por el contrario, el comunismo engendró una férrea dictadura, aniquiló los derechos humanos y construyó un sistema económico y social incapaz de sostenerse por sí mismo. Una lección que nadie debería olvidar.

EDITORIAL

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