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El sectarismo de la ministra

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De todas las agresiones que el oficialismo prodigó a la oposición en la reciente campaña electoral, la de Liliam Kechichian se lleva las palmas. Una vez conocido el triunfo de Enrique Antía en Maldonado, la ministra de Turismo y Deporte tuvo una reacción poco recomendable al insultar al ciudadano electo intendente por los fernandinos.

En su intento por descalificar a Antía, la ministra acometió contra los votantes que lo ungieron como jefe departamental acusándolos de haber apoyado en las urnas "al que siempre mintió y usó a la gente".

Tal muestra de agravio a la voluntad popular resulta inquietante en alguien que integra el gabinete ministerial y que no es precisamente una debutante en política. Como lo expresó en un comunicado el directorio del Partido Nacional, ella representa a todos los uruguayos más allá del partido político al que pertenece por lo que no corresponden sus palabras "basadas en la ideología, la liviandad y la falta de contenido veraz". Cegada por la derrota de sus correligionarios de Maldonado, Kechichian exhibió un sectarismo triste, agravado por la falta de un pedido de disculpas ineludible.

Aun se recuerda cuando años atrás, siendo subsecretaria de Turismo y Deporte, le hizo un desplante a una delegación de las Damas de Blanco, las heroicas y habitualmente apaleadas resistentes a la dictadura cubana que solo pedían ser escuchadas por autoridades del gobierno uruguayo. Esas mismas Damas de Blanco que, hay que reconocerlo, más adelante serían correctamente recibidas en la Torre Ejecutiva por el propio presidente José Mujica, fueron ignoradas por Kechichian en una actitud sumamente criticable.

A propósito de su desatinado comentario sobre Enrique Antía, el nadador olímpico Gabriel Melconian, un conocido deportista uruguayo, de origen armenio, le salió al cruce al decir que "ella es la primera mentirosa. Enseguida que llegamos (de los Juegos Olímpicos) de Londres, dijo que se iba a construir un centro de alto rendimiento porque —según ella— no va a haber deporte de elite sin infraestructura. ¿Dónde está ese centro?", concluyó.

También es pertinente afirmar que su actuación al frente de un ministerio tan importante para el país, no ha llegado a calzar los puntos de su predecesor, Héctor Lescano, un hombre con el que se podría tener diferencias políticas e ideológicas, pero que supo desempeñarse en el cargo con señorío y equilibrio. Algo que contrasta bastante con lo expuesto por Kechichian, desde que una decisión muy polémica del ex presidente José Mujica, eliminó a Lescano de su puesto.

Siempre resultó llamativa la soltura con que Kechichian maneja cifras de las cuales surge inexorablemente que cada temporada turística resulta más exitosa que la anterior. Sin embargo, si tomamos como ejemplo el caso de la última, está claro que el consumo promedio de los visitantes descendió abruptamente según unanimidad los agentes turísticos.

Desde estas páginas, con cierta frecuencia se ha señalado que nuestro país padece una lenta pero persistente degradación en el respeto a los valores básicos, principalmente los relativos a la convivencia democrática, a la tolerancia y al respeto por las convicciones ajenas. Esa decadencia, acelerada en el último quinquenio a través de dichos y hechos emanados de lo más alto del poder, queda confirmada nuevamente con este episodio protagonizado en momentos de cerrarse la campaña de las elecciones municipales por la ministra Kechichian.

El turismo es una actividad económica fundamental para el país, y que ha venido consolidándose con políticas en general sensatas y compartibles por la abrumadora mayoría de la población, sin importar su color político. Una estrategia que comenzó hace ya muchos años en tiempos de la gestión de Pedro Bordaberry, y que su mantenimiento y profundización armoniosa ha sido uno de los grandes logros de los gobiernos del Frente Amplio. Sobre todo porque implica conciliar intereses muy diversos, y manejar con extrema delicadeza una industria que, sobre todo en lugares como Punta del Este o Colonia, está muy vinculada a esparcimiento y a la inversión de sectores de alto poder adquisitivo del Uruguay y de otros países de la región. Un trato que podía imaginarse difícil para gobiernos autoproclamados "de izquierda", pero que se ha manejado hasta ahora con lucidez e inteligencia.

Es por ello que nadie merecía una salida destemplada como la de la ministra, y menos la autoridad democrática llamada a administrar el departamento clave en materia turística para el país. Tendrá que trabajar codo a codo con ella y el insulto, gratuito, está demás. Un político a ese nivel tiene la obligación de saber controlarse. Se impone, por lo menos, un pedido de disculpas.

editorial

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