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El Estado se terminó

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Se va a seguir escribiendo sobre este ajuste fiscal, porque abierto que sea el trámite parlamentario, parece claro que por la debilidad política del gobierno en su propio partido, aparecerán en impresentable competencia, planteos de los diversos subsectores del Frente Amplio para "mejorar" el ajuste.

Este es un tema relevante, que vuelve bastante poco práctica la discusión impositiva dado que finalmente, puestos los legisladores frentistas a opinar, el ajuste puede terminar en cualquier cosa. Así lo teme por ejemplo en su declaración anual la Federación Rural, pero también se ha hablado por parte de legisladores oficialistas y del Pit-Cnt de "mejorar" el IRPF, de eliminar beneficios fiscales a la inversión, nada menos que de tocar reservas, etc.

Lo primero que llama la atención es el nivel de ignorancia económica que suponen algunas de estas propuestas. Por ejemplo vender reservas es idéntico a perder el grado de inversión, lo que supone encarecer y eventualmente eliminar el financiamiento externo por muchos años. Pero sin llegar a este extremo insoportable, la verdad es que algunos planteos suponen una cuenta aritmética tonta, que supone modificar la tasa sobre los ingresos que se desea gravar, sin considerar el efecto que la modificación pudiera tener en la propia recaudación. En realidad no solo hay ignorancia; en verdad hay ideología y de la vieja. En efecto el aumento sin más de la presión tributaria supone a veces, expropiar activos sin pagar por ellos, lo que seduce a algunos; y también limitar la actividad privada para retomarla quizás desde el estado: es ideología pura.

También procede de la ideología la zarabanda verbal que preside las diferentes "propuestas de mejora". En efecto se quiere que este ajuste fiscal, que lo único que tiene que hacer es mejorar las cuentas, contribuya —inefable socialismo— a la redistribución del ingreso, como si no generara efectos en la producción o en la asignación de recursos, que les importa poco. La verdad que este gobierno cree que la justicia depende solo de acciones estatales, y que la función del gobierno es redistribuir ingresos. Pero no es así. Como lo señalaba hace poco un columnista de este diario, la función del gobierno, más allá de ciertos límites básicos, no es redistribuir ingresos, no es para eso que la sociedad le delega el poder. Su función no es sacar al que tiene más para dar al que tiene menos, sino producir bienes públicos que es otra cosa. Con estos se generan condiciones para crecer, para desarrollarse, para aumentar la calidad de vida. Y son estos bienes públicos los que para su provisión, el Estado cobra impuestos.

Y qué tenemos hoy. Que no hay ni un solo bien público que con una presión fiscal de las más altas del planeta, el estado provea satisfactoriamente. En efecto, el gobierno socialista dilapidó recursos aumentando en casi 70 mil los empleados públicos que había cuando llegó, administró con incapacidad, y provee ahora lo que provee en educación, en salud, en seguridad, en infraestruc-tura: son los bienes públicos que no suministra a partir de impuestos que mal reparte.

Y van a hacer falta más tributos porque ni siquiera se plantea bajar gastos —su famoso gasto social que no genera los bienes públicos— y porque lo que provee no va a mejorar.

No va a mejorar la infraestructura porque por ideología no hay forma de impulsar con todo los PPP. No va a mejorar la educación, porque por ideología el presidente la entregó a las corporaciones, y hoy no hay vuelta atrás; no va a mejorar la inserción externa del país porque por ideología preferimos ser bolivarianos y antiamericanos o de los países del Pacífico, y porque en el gobierno son mayoría los que anteponen lo político a lo jurídico. No va a mejorar la salud porque el gobierno la socializó; no va a mejorar la seguridad porque por ideología nadie quiere reprimir en serio el delito; y no va a mejorar el gasto porque por ideología no se va a recortar nada: seguirán el Antel Arena, el Fondes y AlasU, y se tratará de olvidar por ideología que a Ancap ayer —mañana vaya a saber a cuál— se le pone plata en magnitud mayor a la del ajuste.

En definitiva, el estado en su capacidad de generar bienes públicos, se terminó. No por falta de dinero, sino por incompetencia e ideología. Quedan por delante varios años grises, sin entusiasmo ninguno por cambios que valgan la pena y sí con mucho de la ideología que en tiempos duros termina alentando el resentimiento en un país parado por la presión fiscal, por el cambio serio en las reglas de juego para la inversión, y por la disputa, fogoneada desde el oficialismo, por un ingreso nacional estancado.

EDITORIAL

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