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Nosotros y los riesgos

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EDITORIAL

Hace más de 30 años, Ulrich Beck dijo que negándolos, los riesgos no se eliminan. Y agregó que los efectos laterales de una política que prescinde de encararlos amenaza con convertirla en lo que habrá de destruirla.

En 1986 el sociólogo alemán Ulrich Beck (fallecido en 2015) publicó un sólido y desafiante ensayo titulado La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad. La obra salió a librerías casi en la misma fecha en que se produjo el desastre nuclear de Chernobyl, que para el autor significó la Edad Media moderna de la inseguridad y un nuevo escenario del conflicto entre naturaleza y sociedad.

La idea central del libro es que la modernización de las sociedades agrega a la idea de progreso material el riesgo como variable omnipresente y como precio a pagar. Dicho riesgo surge como consecuencia de los peligros que acechaban a las sociedades en el último cuarto del siglo XX y se encuadraba en lo que para Beck era la palabra clave de ese tiempo: el prefijo post del "post industrialismo", la "post modernidad" y más específicamente la "post ilustración".

Tuvieron que pasar 20 años para que la traducción al español del libro estuviera disponible. Si bien su enfoque se centra en analizar la sociedad capitalista industrial avanzada y europea en las postrimerías del siglo pasado, hay en sus páginas ideas y conceptos que hoy son aplicables a nuestra realidad. Por empezar, ya desde el título el libro alude con precisión el tipo de sociedad en que vivimos y que Beck define así: la Sociedad del Riesgo es una sociedad catastrófica. En ella, el estado de excepción amenaza con convertirse en estado de normalidad.

En el presente siglo, esos riesgos se multiplicaron: crisis económicas, inestabilidad política, corrupción, narcotráfico, nacionalismos, terrorismo, cambio climático, conflictos religiosos, hambrunas y guerras permanentes localizadas en muchas regiones del globo. Todo lo anterior se ha difundido como una peste por efecto de la incontenible globalización. A eso se le suman los fulgores del independentismo y una nueva aplicación del prefijo post, con la moda de la posteridad que todo lo falsea, olvida y relativiza.

La pregunta es: ¿qué tanta conciencia tenemos en Uruguay de que vivimos en un mundo en el que el riesgo forma parte de la vida cotidiana, tanto de cada uno de nosotros como del país que habitamos? Digamos que muy poca. Nuestro talante autocomplaciente, gradualista, conservador y reacio a los cambios profundos y necesarios impermeabiliza la conciencia nacional frente a la realidad del riesgo. En el fondo todavía pensamos que somos inmunes a ciertas amenazas y seguimos aferrados a los acrisolados clichés del "país modelo" o "como el Uruguay no hay", aggiornados en el eslogan incumplido de "un país de primera".

Citemos un solo ejemplo de esa estéril actitud defensiva: de manera obstinada algunos sectores del partido de gobierno se niegan a firmar un tratado de libre comercio con Chile para preservar de riesgos a sectores que podrían verse afectados. Además de desairar al presidente Vázquez que lo impulsó, ignoran el mundo en que viven. Preservar a una minoría de ese posible riesgo, determina que la mayoría tenga que enfrentarse a uno mayor. Por otra parte, las amenazas de un tratado comercial con el país trasandino no han sido expuestas de manera clara por los que se oponen a firmarlo. Son los reflejos corporativos los que gobiernan esta situación o la ilusión de que cerrados a comerciar y competir lograremos preservarnos de asechanzas y peligros exteriores.

Es bueno recordar que el martes 4 de octubre de 2016, día en que se firmó el acuerdo para suscribir el futuro tratado, este diario informaba que el Secretariado Ejecutivo del Pit-Cnt entendía que como el comercio bilateral con Chile ya estaba básicamente desgravado, un nuevo convenio no era necesario y podía resultar inconveniente si se traducía en una aproximación a la Alianza del Pacífico (integrada por Perú, Colombia, Chile y México) de la que el Pit-Cnt desconfía. ¿Hubiera desconfiado tanto si los países en cuestión hubieran sido Bolivia, Ecuador y Venezuela?

Hace más de 30 años, Beck dijo que negándolos, los riesgos no se eliminan. Y agregó que los efectos laterales de una política que prescinde de encararlos amenaza con convertirse en lo que habrá de destruirla. Pero este autor va más lejos cuando sentencia que esos efectos se atribuyen a la responsabilidad de la política y no de la economía. Y aquí podemos agregar: no solo de la política partidaria sino de la que impone la central obrera. En cualquier caso es poner a la política y a los intereses sectoriales —e ideológicos— por encima del derecho al bienestar colectivo. Es la paradoja de un país con el sistema de vías férreas más obsoleto de la región, en el que los trenes del progreso siguen pasando de largo porque nos negamos a tomarlos.

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