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El respeto de los principios

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No podemos aceptar ni ejercer ningún acto de intromisión en los asuntos internos de otros Estados; menos aún si se trata de nuestro principal socio comercial y que es, además, una pieza clave en nuestra estrategia geopolítica en la región.

El Brasil desde la radicación de la Corona portuguesa en 1808 en Río de Janeiro desarrolló una permanente política de fronteras vivas destinada a consolidar su enorme territorio. Contrariamente a ese resultado, el Virreinato del Río de la Plata se fragmentó dando lugar a la creación de varios Estados. De tal modo que el Brasil colonia, el Brasil Imperio y la República Federativa del Brasil fue y es nuestro principal vecino junto con la República Argentina, a lo que se agrega una extensa frontera seca alimentada de una intensa vida comercial, social y productiva desde ambos territorios.

Por otra parte, en los últimos tiempos, importantes empresas brasileñas complementan sus cadenas de producción en nuestro territorio ya sea en el arroz, la cebada o la industria frigorífica. Son fuente de miles de puestos de trabajo, se ajustan y respetan a las reglas de juego vigentes en el mercado uruguayo.

El primer punto a tener en cuenta es que la geografía es la madre de la historia y que los límites que compartimos con Brasil y Argentina son hechos jurídicos y geográficos irreversibles, de modo tal que vecindad y territorio prevalecen sobre otras afinidades (como las ideológicas que están tan de moda) al tener una relación directa con los permanentes intereses en juego.

El segundo punto es que para administrar relaciones entre economías asimétricas, como son las de Brasil y Uruguay, se necesita desarrollar una estrategia de activa diplomacia, tan realista como pragmática, que tenga como principal garantía el cumplimiento de las obligaciones jurídicas asumidas por ambos Estados, en el marco del Derecho Internacional.

El tercer elemento tiene que ver con la "radical prudencia" con la que un país como el Uruguay tiene que manejarse en su relacionamiento externo; que no debe interpretarse como inacción u oportunismo, sino como el desarrollo de una estrategia en búsqueda de coincidencias con otros Estados que le permitan concretar sus objetivos en el corto y mediano plazo.

El planteo que desarrollamos viene a cuenta en momentos en que la reacción del gobierno de Venezuela (¡hasta cuándo Maduro!) contra las expresiones del nuevo canciller brasileño, hacen del insulto soez y la descalificación sus instrumentos preferidos dejando de lado los innumerables mecanismos jurídicos que podría utilizar para defender su posición. O tal vez el gobierno venezolano no conoce otros.

Por tanto, en nuestra opinión, el Brasil no puede admitir que otro Estado —más si es su socio en un proyecto de integración— interfiera en sus asuntos internos interpretando su Constitución y proclamando que el Estado brasileño, uno de los más respetados sujetos del Derecho Internacional, sea calificado por un gobierno de Sudamérica como una "vergüenza mundial".

El nuevo canciller brasileño Aloysio Nunes, al asumir el cargo reflexionó sobre el alcance de la cláusula democrática que obliga a todos los países del continente y las dificultades que en relación a ella se viven en Venezuela, y lo hizo dentro de las facultades que reconocen los diversos Tratados que nos vinculan. Podrá no haber gustado esas expresiones, pero la diplomacia existe para que las diferencias entre cada país se solucionen pacíficamente.

En consecuencia en Uruguay, tanto el gobierno como la oposición, cometerían un grave error si olvidaran que nuestra relación con el Brasil es un tema central. Y que no podemos aceptar ni ejercer ningún acto de intromisión en los asuntos internos de otros Estados, y menos aún cuando se han venido produciendo en los últimos tiempos basados en argumentos propios de una hemiplejia moral inaceptable. Hay un vasto sector del partido oficialista que entiende que todo lo que viene de Venezuela, aún la existencia de presos políticos, debe ser apoyado y aplaudido. Esa política de "barrabravas" está de más.

Por eso, suma prudencia y cautela es la respuesta; y sobre todo, independencia de criterio y solidaridad con un Estado que además de ser nuestro principal socio comercial, es una pieza clave en nuestra estrategia geopolítica en la región.

La credibilidad de un país se fortalece con la firmeza de sus posiciones y la debida profesionalidad diplomática para plantearlas. A partir de allí, se adquieren mejores credenciales para exigir el respeto que el Uruguay siempre ha defendido en su reconocida historia diplomática. Hay muchas maneras de hacer historia, pero no tantas como de deshacerla.

EDITORIAL

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