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¿Quo Vadis Turquía?

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Desentrañar el meollo de los últimos acontecimientos ocurridos en Turquía, donde el presidente Erdogan acaba de declarar el estado de sitio por tres meses, no es cosa simple.

Sin embargo, su valor geopolítico como país bisagra entre Europa y Medio Oriente, con una población que supera los 79 millones y un ejército que representa la segunda fuerza militar de la OTAN (aunque parte de su armamento sea medio vetusto), convoca a hacer el intento.

Todo indica que Recep Tayyip Erdogan, quien ya lleva 13 años en el poder, como primer ministro al principio y como presidente después, aunque no una presidencia protocolaria al estilo de la alemana, por cierto, va en camino de convertirse en un dictador con respaldo democrático. Otro más. Como Hitler en su momento o Maduro en el suyo.

Las noticias del golpe lo encontraron tomando el sol en una playa, pero difícilmente desprevenido, dada la contundencia con la que repelió la revuelta que ahora le permite barrer con todos los que le molestaban. Sin ningún prurito en llamar a la gente a las calles, (cosa que antes censuraba rudamente y que de seguro iba a provocar más muertes), para "defender a la democracia".

Considerada erróneamente como sinónimo de la libertad, sin tener en cuenta otra crucial consideración. La importancia de la libertad individual. Hay suficientes ejemplos, antiguos y presentes, que muestran cómo la democracia puede ser desvirtuada hasta el extremo de ser irreconocible, al perderse los valores que la debieran sustentar.

La purga implementada por el gobierno ya supera las 60 000 personas, entre cesados, despedidos y suspendidos, entre los cuales se encuentran funcionarios, jueces y educadores. Se habla de 6.538 maestros y a ellos hay que sumarle los casi 11.000 detenidos por implicancia directa en el alzamiento, la mayoría militares. De los 118 generales y almirantes, cerca de un tercio del total, casi todos fueron llevados a declarar y solo tres dejados en libertad.

Desde el comienzo, las versiones escuchadas resultaron contradictorias. Por un lado se hablaba de que era el ejército, —garante del sueño de Atatürk, que previó un futuro laico, moderno y prooccidental para Turquía— quien estaba detrás del golpe, disconforme con el giro hacia el oscurantismo musulmán cada vez más notorio en el actual régimen.

Pero a su vez, el propio Erdogan le echaba las culpas de lo sucedido a un clérigo. A Fethullah Gülen, antiguo compañero político suyo, hoy exiliado en Estados Unidos. Afirmación que no parecía coincidir con las inquietudes laicistas que se suponían detrás del movimiento castrense. El para muchos misterioso Güllen, lidera la organización Hizmet, que tiene cientos de colegios, bancos y el diario Zaman. Más allá de lo poderoso que pueda ser, ha tenido una prédica en la que se incluye el diálogo interreligioso, la tolerancia hacia el "infiel" y al mismo tiempo una postura bastante afín hacia la modernidad y el capitalismo. Crearon el AKP como una salida a los partidos kemalistas medio decadentes y del tradicionalismo de Necmetin Erbakan y del Saadet, (Partido de la Felicidad), junto con Erdogan. En un principio pareció ser una expresión del islamismo donde la religión ocuparía un lugar semejante al del cristianismo en las democracias occidentales. Pero es difí-cil pensar que haya acudido al Ejército para que haga de garante del estado laico, promovido por Atatürk. Qué pasó y qué sucede entre ellos, no está claro.

Erdogan ganó mucho prestigio al dar vuelta la economía del país, pero cuando esta empezó a rendir menos y él siguió en la senda de acumular cada vez más poder, el descontento se fue esparciendo en varios sectores.

Y los temores han ido en aumento. La cabeza de la iglesia anglicana, (afincada allí desde 1582 aunque no les han permitido construir más iglesias, excepto por un corto período en el siglo XIX), el respetado Canon Ian Sherwood, ha hecho saber de su preocupación por el avance de la intolerancia religiosa en esta nación en un 99% sunnita. No solo porque se agolpen frente a su iglesia grupos de jóvenes a gritar "Allahu Akbar", sino porque hay amenazas a sacerdotes y han sido asesinados un obispo y un cura católicos.

O bien se trató de grupos de militares contrarios a la política ambigua de Erdogan frente al EI, que además resienten su creciente pérdida de espacio o la Istihbarat, el servicio de inteligencia que responde al Presidente, armó este complot aprovechándose del enojo entre los generales. A consecuencia, Erdogan puede seguir efectivizando sus planes de afirmación de poder.

EDITORIAL

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