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¿Quo vadis América Latina?

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Tanto el gobierno de Macri en Argentina como el de Temer en Brasil, esbozan políticas más sensatas y con visión de largo plazo que las pésimas administraciones anteriores.

En los últimos años se han verificado algunos cambios políticos relevantes en América Latina. Actualmente, el panorama muestra que la cresta de la "ola progresista" ya pasó, pero aún es difícil deducir cuál es la alternativa que viene a sustituirla, con realidades nacionales sumamente disímiles.

Argentina con el gobierno de Macri ha dejado atrás lo peor de la década kirchnerista en cuanto a corrupción rampante, violaciones a la libertad de prensa y un gobierno que azuzó odios y enfrentó con virulencia a la sociedad argentina como estrategia política de la peor calaña. Sin embargo, el macrismo tiene el gran desafío de demostrar que es más que "kirchnerismo con buenos modales" como suele calificarlo el economista José Luis Espert.

Los "brotes verdes" que finalmente comienzan a aparecer y auguran crecimiento económico para el presente año son frágiles debido a una política económica que se debate entre la inercia y el gradualismo. En efecto, mientras que la inercia del crecimiento del gasto público de la etapa anterior se mantiene, sustentado en el acceso al mercado de crédito internacional para contraer deuda, en otras áreas se ha avanzado en forma muy gradual, sin afrontar los costos de medidas de shock, pero también demorando la recuperación.

En Brasil debería darse un "efecto rebote" debido a la gran recesión que atravesó la economía norteña, que está siendo contenido por la incertidumbre política. Si bien se espera que este año la economía brasilera crezca, será a una tasa módica en espera de que se despejen los temas que tienen al país paralizado desde hace un buen tiempo.

Más allá de estas realidades económicas, tanto el gobierno de Macri cuanto el de Temer esbozan políticas más sensatas y con visión de largo plazo que las pésimas administraciones encabezadas por Cristina Kirchner y Dilma Rousseff, carcomidas por la corrupción, el abuso de poder y un daño económico, social y cultural profundo a sus respectivos pueblos.

Chile mientras tanto, otrora la estrella de América Latina, está en problemas. Cuando la exitosa Concertación se transformó en Nueva Mayoría en la última elección con la incorporación del Partido Comunista, se produjo algo más que un cambio de rótulo.

La presidente Bachelet ha llevado adelante un persistente empeño por destruir el exitoso consenso chileno, sostenido por Alywin, Frei, Lagos, Piñera y la propia Bachelet en su primera administración. Entre reformas absurdas y pérdida del rumbo cierto que caracterizó a la economía trasandina, Chile abandonó la receta que le permitió reducir drásticamente la pobreza y mejorar la calidad de vida de todos sus habitantes.

La popularidad de la presidenta, en consecuencia, está por el piso y hoy por hoy Sebastián Piñera es claro favorito para la elección del presente año, con la simple pero fundamental promesa de recuperar el camino.

Perú, en tanto y sin hacer mucho ruido, sigue creciendo con políticas de sentido común, mejorando la vida de millones de personas. El actual presidente Pedro Pablo Kuczynski, sobre la base de lo que con sus luces y sombras construyeron los gobiernos anteriores (de 2005 a 2013 fue la economía de mayor crecimiento en el continente) sigue creciendo al 4%, lo que alienta un desarrollo social en su país como nunca había vivido.

Quedan, finalmente, tres países como resabio de la época que se va, la dicta-dura venezolana y los gobiernos de Bolivia y Ecuador. Este último país vivirá a comienzos del mes próximo su segunda vuelta electoral donde, según las encuestas, el candidato de Correa pelea cabeza a cabeza con el opositor Guillermo Lasso.

Bolivia vive una situación muy peculiar, ya que políticas económicas ortodoxas le han permitido mantener un crecimiento importante, mientras la retórica populista se mantiene a tope y los fastuosos privilegios para la clase gobernante resultan aberrantes.

Venezuela se ha transformado en el último bastión radical de la "ola progresista". La dictadura caribeña muestra en su etapa final las consecuencias que la falta de libertad política y económica ha arrojado siempre, destrucción, hambre y muerte. Hasta combustible falta hoy en Venezuela, como signo inequívoco del estrepitoso fracaso del socialismo del siglo XXI.

Como vemos, la buena noticia para el continente es que lo peor parece haber pasado, pero la nota de incertidumbre sigue siendo qué será lo que vendrá. Como en todos los tiempos, la defensa de la libertad desde la sociedad civil será clave para alumbrar mejores tiempos para la sufrida América Latina.

EDITORIAL

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