Publicidad

¿Para qué invertir?

Compartir esta noticia

No hay chance de reducir el gasto; porque el gobierno no entiende que su fin crucial es generar bienes públicos (educación, infraestructura, seguridad, clima de negocios) y no sacarle a Juan para darle a Pedro.

El ajuste fiscal con el que el gobierno inaugura el año va generando una irritación creciente. Por las redes sociales circulan fragmentos de discursos del Presidente en campaña, prometiendo no solo no incrementar la presión tributaria, sino incluso reducirla. En definitiva los ciudadanos hemos sido engañados otra vez, y el modelo de exacción de ingresos a los privados se va extendiendo.

Un gobierno convencido de que su función primordial es la redistribución de la riqueza, en un contexto de economía estancada, es ciertamente un peligro. Si la economía no crece la puja redistributivista se acentúa, la presión tributaria no cesa de crecer y las posibilidades de alentar inversiones se caen. Hay pues en este ajuste un elemento ideológico propio del socialismo: darle más dinero a la gente, pero no como fruto de la inversión y el crecimiento sino de "generosos". Por eso no hay chance de reducir el gasto, porque el gobierno no entiende que su fin crucial es generar bienes públicos —educación, infraestructura, seguridad, clima de negocios— y no sacarle a Juan para darle a Pedro, esto sí propio del socialismo. En este caso además se trata de un socialismo de empleados públicos, o sea uno que no intentó gestionar algo mejor para todos y optó por la dádiva, ya sea en forma directa como aumentando en 60 mil los empleados públicos, que en eso se fue el famoso espacio fiscal que hoy hay que cubrir con impuestos, tarifas, etc.

Si en una empresa el 35 % o más de la renta debe ir para financiar el espacio fiscal, si la parte de la utilidad que se va es más que la que queda por hijo en una familia de tres o más miembros, y si el Estado es socio en algo parecido al 40%, qué sentido tiene invertir en el país. Este ajuste opera como si el mundo estuviera desesperado por venir al Uruguay, como si no hubiera ningún otro lugar mejor para hacerlo, y no es así. ¿Por qué habrían de venir a un país que además de sus debilidades estructurales —tamaño, ubicación— posea una carga tributaria de las más altas del mundo, con servicios del tercero, con muy poca afinidad para con el empresario y su éxito, y un populismo que hace que el poder sindical esté totalmente fuera de madre? Mucho se habla de los altos impuestos en Europa, sin embargo los impuestos a las corporaciones son más bajos que en Uruguay. En Suecia el impuesto a las ganancias corporativas es del 22 %, en Holanda del 25 %, en Noruega del 25 %, en Finlandia 20 %, en Irlanda 12,5 % y Francia, uno de los más caros de Europa, del 33 %. Uruguay tenía antes del ajuste el 25 % más el 7 % a los retiros —total 32 %— impresentable, que se suma a todos los demás impuestos récord: IVA, IRPF, contribuciones, patente más cara que en ciudades europeas, etc.

Quizás lo que no se ve es que con esta situación fiscal en este país, con este desprecio por el innovador y este premio a la condición de asalariado público, con este modelo socialista los mejores jóvenes se irán, y si no se van más es porque su educación va siendo cada vez peor. Por eso alguien sugirió con acierto que hay que desgravar por completo todo emprendimiento de un menor de 30 años, porque se irán.

En este contexto la única inversión posible es la resuelta mano o mano y a medida con el propio gobierno, a veces con los mismísimos presidentes. Cuando los principales empresarios del mundo cuentan que antes de invertir en el país debieron visitar una "chacra" o un domicilio particular, la institucionalidad del país sufre. Ahí están las pasteras o las PPP, que son bienvenidas aunque derivan de una negociación mano a mano, como no la tienen los miles de empresarios del país que generan más empleo que todas las pasteras, pero que no tienen chance de lograr un estatuto de zona franca o una declaratoria de interés nacional, ni pueden negociar canon alguno con nadie.

En los gobiernos socialistas como estos, con pésima inserción comercial y aún ésta ideologizada, la inversión global no deriva del juicio individual de miles de empresarios, arriesgando según un sistema de reglas invariable, ciego, impersonal. Deriva de arreglos pico a pico, construyendo una situación de excepción respecto de la regla tributaria de todos. No es que estos arreglos deban descartarse, pero cabe subrayar que hemos llegado a un punto en el que son prácticamente a lo único que se apuesta. En lugar de ver al gobierno comprometido todos los días con la inversión en la nueva pastera, mucho más gustaría verlo comprometido con el esfuerzo de los miles de uruguayos que quisieran invertir y apostar a una ética diferente, jugada a la excelencia del esfuerzo individual, y obviamente con otra concepción de la tributación y el gasto público.

EDITORIAL

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad