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Un año que dejó su marca

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El oficialismo no solo perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, sino que por primera vez se encuentra jugando a la defensiva, mientras se repiten las encuestas que anuncian una inminente alternancia en el poder para 2019.

Se cierra un año políticamente movido. No porque haya habido episodios de grandes rupturas, sobre todo si se compara con los cambios en Brasil o incluso con la alternancia en Argentina. Pero sí porque, a pesar de nuestra relativa tranquilidad, el escenario político pasó a ser otro y muy distinto al imaginable hace tan solo un año atrás.

Primero, porque el oficialismo perdió la mayoría absoluta en Diputados. Desde 2005 que la ecuación parlamentaria era de mayoría regimentada del Frente Amplio en ambas Cámaras. Nada en esta década había complicado al gobierno en temas sustanciales con relación al apoyo parlamentario oficialista. Pero en 2016, eso cambió. Por supuesto, habrá que ver si el Frente Amplio no suple el diputado 50 que ahora le falta con aportes de la extrema izquierda, o con algún pequeño acuerdo con algún diputado que pueda coyunturalmente apoyar tal o cual iniciativa oficialista. Pero lo cierto es que, estructuralmente, estamos en un escenario nuevo.

Segundo, porque ese escenario nuevo también genera posibilidades diferentes del otro lado. El cálculo es sencillo de entender: por primera vez desde 2005, los partidos de oposición pueden llegar a generar acuerdos que impliquen sacar adelante leyes con mayoría consensuada y no frenteamplista en Diputados. Por supuesto, esos proyectos de ley deberán enfrentar una probable negativa en la Cámara Alta, donde el Frente Amplio conserva su mayoría. Sin embargo, se abren aquí posibilidades novedosas para una oposición que, de ponerse de acuerdo todos sus partidos, podría embretar al gobierno tomando medidas legislativas importantes, en seguridad y en educación sobre todo.

Estas posibilidades están vinculadas a la tercera novedad de este año: los importantes cambios en la oposición. Por un lado, el surgimiento de un partido nuevo formado a partir del liderazgo de Novick, que ya tiene representación en ambas Cámaras y que pretende dar batalla electoral en todo el país. Es una incógnita cuál será su rumbo y su éxito. Pero desde ya, se trata de un actor nuevo y distinto que sacude la configuración de la oposición. Por otro lado está la particular y difícil situación del Partido Colorado, que no solamente votó mal en 2014 y 2015, sino que tampoco pareció encontrar en este 2016 una dinámica de liderazgos que lo hiciera repuntar en las encuestas de simpatía partidaria.

También la estrategia de 2016 del Partido Independiente, que procura crear un polo socialdemócrata, trae cierta novedad. El tiempo dirá si termina de tomar forma electoral y política concreta. Finalmente, el Partido Nacional cierra un año lleno de movilizaciones partidarias y festejos por todo el país por sus 180 años de vida. Con giras sectoriales y activa presencia parlamentaria, los blancos en este 2016 se han consolidado en el lugar del partido fuerte de oposición al Frente Amplio. Es en torno a su protagonismo que se debe articular la propuesta de una alternativa al oficialismo para 2020.

Y aquí está la otra parte del balance político de este año que se acaba. Se trata de la sensación de que, efectivamente, es posible que ocurra una alternancia en la próxima elección. No es que los resultados ya estén definidos hoy, ni mucho menos. Tampoco es que el oficialismo no tenga chance alguna de volver a ganar las elecciones que vienen. Lo que ocurre sí es algo que todas las encuestas muestran con claridad: hay mucha gente disconforme con el gobierno, incluso votantes frenteamplistas, y es posible que eso haga cambiar las mayorías en 2019. En este 2016 la opinión pública empezó a mirar con mayor atención las acciones y declaraciones del otro lado político, es decir, del arco de partidos que hoy son oposición. Y los escrutará de forma más exigente en 2017 y en 2018.

La herencia de este 2016 no es entonces poca cosa. Sobre todo, deja fijado un escenario novedoso y distinto al pensable, por ejemplo, a finales de 2015. Por el lado de los partidos de oposición, porque si quieren ganar en 2019 deben enfrentar el desafío de mostrarse desde ya capaces de coordinar con eficiencia. Por el lado del oficialismo, porque a pesar de las dificultades de este 2016 mantiene un peso electoral relevante y quizá deba enfrentar el desafío de renovar sus principales candidaturas con vistas al ciclo electoral de 2019.

Finalmente el peor legado de 2016 es también político: la constatación de que no se hará nada para mejorar sustancialmente la educación pública. A pesar de ello, seamos optimistas para lo que viene: que todos tengamos un feliz y próspero 2017.

EDITORIAL

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