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Porota vuelve de la playa

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Canaliza el país sin ningún rigor intelectual y concluye sandeces como si fueran grandes verdades, solazada como está en el encierro de su corral hecho de chismosa mediocridad.

En los 90 hubo un programa televisivo con Jorge Porcel y Jorge Luz llamado "La Tota y la Porota". Se trataba de dos señoras de barrio que se encontraban en la vereda a chismorrear de la vida.

En cualquier conversación de Tota y Porota el nivel de análisis no podía pasar de prejuicios y lugares comunes dichos como afirmaciones contundentes. Llevados a otros ámbitos muy usuales, sus contenidos podían ser parecidos a los que ocurren en una conversación de boliche o en un asado entre amigos: no se precisa mucha capacidad de abstracción ni reflexiones profundas para chismorrear en paz.

Un problema que tenemos hoy en Uruguay es que muchas opiniones de expertos en ciencias sociales se parecen demasiado a los chimentos de Tota y Porota. Hay así muchos ejemplos de comentarios vacíos conceptualmente o de medias verdades que además, las más de las veces, ofician de munición para la defensa del gobierno del Frente Amplio. Porque siempre es bueno tener presente que estas Totas y Porotas de las ciencias sociales, a pesar de querer parecer objetivas, en realidad son visceralmente frenteamplistas.

Una de las últimas opiniones de este tipo la dio la cientista social Porota al volver de la playa. En su verano junto al mar, con tiempo para pensar, concluyó que sus hijos tienen mucha suerte de crecer en Uruguay porque como está el mundo hoy, hay pocos lugares mejores para vivir que aquí. Así, comparando prejuicios y medias verdades al nivel de aquellas señoras en la vereda, estimó que vivimos en un "sitio amable" y que no verlo ni disfrutarlo es un gran error. Aunque falten algunas cosas lo cierto es que, esencialmente, como el Uruguay no hay.

Sin embargo, la verdad es muy diferente a esta impúdica visión complaciente y provinciana. En primer lugar y más grave, en lo que refiere a las clases medias y populares. A nivel de ingresos económicos, y redondeando las cifras, el 10% de la población es pobre ya que percibe menos de $ 11.000 al mes, es decir unas 340.000 personas; son 800.000 los asalariados, es decir casi dos de cada tres en total, los que perciben menos de $ 25.000 al mes; dentro de ese grupo, unos 450.000 trabajadores reciben en el entorno de $ 15.000 al mes; el ingreso promedio per cápita del país es de $ 19.000 al mes; casi ocho de cada 10 pasividades son menores a $ 22.000 al mes, es decir unas 460.000 en total, y son menos de 155.000 los pasivos que perciben más de $ 29.000 por mes.

A toda esta gente, que es la gran mayoría del país, decirle que "hay pocos lugares en el mundo para vivir mejores que Uruguay" suena a chiste de mal gusto. Porque además ella es la que más sufre la debacle de la educación y la inseguridad ciudadana. Por un lado, hace ya muchos años que la educación pública dejó de ser el ascensor social que permitía a las nuevas generaciones de clases medias y populares pensar en un futuro mejor hecho de trabajo y esfuerzo. Por otro lado, el mundo urbano medio y popular sufre más que nadie las más de 54 rapiñas diarias promedio en el país, y una tasa de homicidios en Montevideo que, por poner ejemplos cercanos, es superior a las de San Pablo y de Santiago de Chile.

En segundo lugar, el diagnóstico complaciente también es errado si se refiere a quienes están en el quintil más alto de ingresos, ese que integran estos cientistas sociales y sus familias. Porque, comparativamente, con ese nivel de ingresos hay mejores lugares para vivir que Uruguay. No solo están, obviamente, los numerosos países económica y culturalmente centrales sino también las metrópolis de la región, por ejemplo, que cuentan, a precios muy similares, con mejores universidades que las nuestras para educar a sus hijos, con mejores servicios de salud para atenderlos y, teniendo en cuenta los cerrados circuitos que transita esa clase social, con una urbanidad mucho más "amable" que la de la degradada convivencia de Montevideo.

El problema no es Porota volviendo de la playa convencida de lo lindo que es su país o Tota creyendo que todo el mundo veranea y pasa bárbaro. El problema es más profundo y más grave: tenemos una mayoritaria elite intelectual, cultural y social que, mirándose el ombligo, vive complacida con este gobierno. Produce un relato provinciano, autocomplaciente, conservador y satisfecho sobre el Uruguay actual que además es políticamente funcional al Frente Amplio. Pero, sobre todo, analiza el país sin ningún rigor intelectual y concluye sandeces como si fueran grandes verdades, solazada como está en el encierro de su corral hecho de chismosa mediocridad.

EDITORIAL

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