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El paro general

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Un paro general no debería ser motivo de alegría. No es un fiesta republicana, ni un evento que fortalezca la democracia, ni una ocasión de regocijo popular. Pero en un país donde tantos conceptos básicos del sistema republicano democrático parecen estar desdibujados, hay gente que cree que un evento de este tipo debe celebrarse como una ocasión de festejo.

Un paro general implica pérdida de riqueza para un país, implica pérdida de salario para los trabajadores, implica pérdida de educación para los jóvenes, implica molestias e incomodidades para aquellos que no se sienten identificados con la medida, y quisieran trabajar normalmente. En el caso de que estos últimos tengan la mala idea de trabajar en el transporte público u otras áreas específicas, puede implicar además la pérdida de cosas más serias, desde algunos dientes hasta el medio de ganarse la vida.

Los únicos que ganan con un paro general son los dirigentes sindicales que por ese día se convierten en protagonistas de la actualidad, y muestran a toda la sociedad su capacidad de presión.

Eso no quiere decir que un paro siempre esté mal. Se trata de una medida amparada y especialmente protegida por esta Constitución "escrita por estancieros" (Mujica dixit), con el fin de que los trabajadores puedan reaccionar ante abusos o situaciones injustas que aparezcan en la realidad laboral del país. De más está decir que un paro no debería ser una herramienta de presión política por la cual sectores que en las elecciones nacionales obtienen cantidades ínfimas de votos, logren imponer determinadas visiones ideológicas a la mayoría que no quiere saber nada con ellas.

Este paro general de hoy tiene características especiales. Es el primero que ocurre desde 2008, se da a pocos meses de la asunción de Tabaré Vázquez, candidato a quien apoyó expresamente la principal central sindical, y cuando el país enfrenta un cambio de ciclo económico que viene golpeando con dureza a las cuentas públicas, a la economía de empresas y personas, y a todos los países de la región. Y cuando el gobierno debate un presupuesto quinquenal en medio de incertidumbres y turbulencias que invitan a la prudencia. Algo que haría cualquier padre de familia mínimamente consciente en un momento así.

Pero hay otros elementos de este paro general de hoy que resultan tan sorprendentes como reveladores. Por ejemplo, la masiva inversión en propaganda que ha hecho la central sindical como forma de potenciar sus efectos, con miles de pesos invertidos en publicidad de radio y TV, con pintadas generalizadas en las paredes, y un activismo fuera de lo habitual.

También los puntos de reclamo que destacan los muy bien producidos folletos que han invadido el centro de la ciudad en los días previos. A los habituales y comprensibles "aumento del salario real", "más presupuesto", y "más inversión pública", se suman cosas no tan claras ni justificables. Como la exigencia de "un sistema de compras públicas", algo que ni siquiera gente muy informada sabe a qué apunta, y el rechazo al TISA, un tratado en negociación del cual nadie sabe su contenido, y que parece poco probable que sea tema de inquietud de las masas de trabajadores sindicalizados, los cuales según se ha podido ver, no serían en absoluto alcanzados por un acuerdo que busca liberalizar la prestación de servicios, de las pocas áreas donde el Uruguay puede llegar a ser competitivo a nivel global.

Pero hay otros dos conceptos en la convocatoria que justifican un análisis. Uno el "título" de la misma, que dice "cuando a los trabajadores nos va bien, al país le va bien". Una obviedad que bien podría decirse exactamente al revés. Pero que encierra un concepto interesante, ¿los trabajadores no son el país? ¿Quién es el malo que prospera cuando al país le va mal? Una visión maniquea totalmente divorciada de la realidad. ¿Alguien sabe de algún empresario que haya prosperado cuando la crisis del 2002? ¿Alguien sabe de alguno que esté contento en la situación de hoy?

En segundo lugar, el encare de la campaña. Se dice que hay gente que agita el cuco de la crisis para beneficiarse y que los trabajadores no tienen que creer y deben seguir exigiendo más. ¿Es razonable exigir a un gobierno que ve un panorama económico difícil, y que ya viene gastando más de lo que ingresa, que salga a romper la chanchita? ¿De dónde va a salir ese dinero? ¿Es creíble que haya gente que quiera menos inversión, menos consumo, menos trabajo?

Cuando se parte de la premisa de que en un país hay gente que quiere que le vaya mal al conjunto de la sociedad, el resultado del análisis es tan infantil como negativo para la convivencia general.

Editorial

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