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Panes para todos

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Suiza hay una sola. Mal que nos pese, algunas decisiones recientes tomadas por la ciudadanía de aquel país dejan en evidencia lo lejos que estamos de aquella realidad en materia de discusión pública y responsabilidad ciudadana.

Es que en un par de años el pueblo suizo se ha enfrascado en varias discusiones centrales del debate político y económico actual. Y en todas ellas, a la hora de votar, se han impuesto las posturas más racionales y analíticas, por encima de demagogia y populismos. Sucedió con la propuesta que impulsaba limitar los salarios de los ejecutivos a 12 veces el de un empleado base, sucedió con la que pretendía imponer un salario mínimo nacional (sí, porque en Suiza no hay salario mínimo, y los trabajadores tienen la mejor calidad de vida de Europa), y acaba de ocurrir con el proyecto para instaurar la llamada renta básica universal, que en el caso helvético sería de unos 90 mil pesos uruguayos al mes.

Más allá de todos los chistes que se podrían hacer en relación a esta propuesta y los discursos del gobierno uruguayo que considera a todo aquel que gana más de 30 mil pesos un ricachón privilegiado, el tema es pertinente y de gran interés.

Sobre todo a partir del debate que se da en las grandes universidades del norte y los centros de pensamiento global ante los imparables avances tecnológicos que están eliminando millones y millones de puestos de trabajo cada año. Por ejemplo, según un estudio de la Universidad de Montevideo coordinado por el economista Ignacio Munyo, un 54% de los puestos de trabajo que existen hoy en Uruguay corren riesgo de desaparecer ante el avance de la mecanización y los desarrollos tecnológicos, proceso que se agrava ya que el altísimo costo que implica la mano de obra en el país, con fuertes cargas sociales y normativas legales extremadamente gravosas para los empleadores, es un fuerte estímulo para la apuesta por la tecnología. A lo que hay que sumar, además, la migración imparable de los trabajos industriales a los países asiáticos por razones de escala productiva y costos laborales.

A tal punto llega este desarrollo tecnológico que Vivek Wadhwa, columnista del tema en el Washington Post, decía hace poco que la fábrica del mañana solo tendrá dos empleados, un hombre y un perro. El hombre estará para darle de comer al perro. Y el perro para asegurar que el hombre no vaya a tocar nada.

El debate vuelve a poner sobre la mesa un libro escrito por el profesor Jeremy Rifkin, quien ya en 1995 publicó "El fin del trabajo", y uno de los defensores de la teoría de crear una forma de ingreso básico universal que garantice una renta a todos los seres humanos más allá de la tarea profesional que desarrollen. Esta postura se viene discutiendo a nivel teórico desde hace muchos siglos, con pensadores marxistas, liberales y socialdemócratas, que no logran ponerse de acuerdo sobre las eventuales consecuencias de la propuesta. De hecho en nuestro país, enfocada con una visión netamente afiliada a los en buena medida caducos planteos de Marx, el diputado del MPP Alejandro Sánchez ha defendido públicamente la posibilidad de implementar una medida de este tipo.

Desde una visión pragmática hay que decir que hoy en día, y planteada de manera nacional, la idea es impracticable, tal como lo han señalado los votantes suizos. Se trata por un lado de una propuesta económicamente ruinosa ya que implica afectar tributariamente a empresas y personas todavía más fuerte que hoy, agravando su falta de competitividad y llevándolas a la ruina. A menos que eso implique desmontar buena parte de la actual estructura estatal creada supuestamente para servirlo, pero que en realidad lo esclaviza. Habría que hacer números, pero ahí capaz que se podría pensar.

Tampoco hay que despreciar el impacto de una medida así en el mercado de trabajo, en el estímulo al progreso personal que ha sido la llave para el desarrollo humano en la historia.

Hay otro tema que frustra esta idea. El mundo empresarial de hoy está caracterizado por una concentración global sin precedentes de la renta corporativa. Cada vez es más común que un par de multinacionales se adueñen de mercados donde antes funcionaban decenas de compañías a nivel nacional, y con el agravante de que suelen tener base en países con mínimas cargas impositivas. Si este proceso sigue agravándose ¿cómo financiar a nivel nacional unas prestaciones de este tipo?

Vivimos tiempos turbulentos, pero no hay que perder de vista que en materia de calidad de vida y mejoras concretas, incluso en los países más "periféricos", los últimos 50 años han mostrado avances inimaginables. El futuro es amenazante y sin garantías, pero a la hora de ponerse imaginativos, bien vale atender las decisiones de la Suiza de veras.

EDITORIAL

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