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El país y el partido primeros

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EDITORIAL

Los tiempos que corren son de esperanza para un Partido que ha dado ejemplo de participación ciudadana en una hermosa elección de jóvenes que, superando todos los cálculos, votaron con tolerancia y convicción cívica.

La sociedad debe asumir los asuntos públicos a través del pronunciamiento de las Instituciones, en especial de los partidos políticos que son la herramienta fundamental que hacen a la estabilidad y a la credibilidad del sistema democrático. No hay democracia sólida con partidos políticos débiles y estos tienen obligaciones y competencias orgánicas que requieren el respeto de todos los dirigentes.

El FA ha pasado por una instancia traumática que culminó en la renuncia del Vicepresidente luego de una resolución de su Comité de Ética. Todo se desdibujó desde que el propio Presidente de la República describió la situación como producto de una conspiración internacional y de una deshumanizada persecución a su compañero de fórmula, ignorando lo que las autoridades de su partido pusieron en marcha haciendo participar al órgano con competencias específicas para juzgar éticamente las conductas de sus miembros.

José Mujica, la nueva Vicepresidente y el propio Dr. Vázquez han decidido amortiguar los daños ocasionados al Gobierno y al Frente Amplio ocultando la situación de su Partido y la permanente lucha interna entre sus sectores. Los tres han realizado exposiciones públicas de un cinismo político inaceptable.

A partir de estos hechos es necesario que todos los demás partidos asuman con responsabilidad los problemas internos de sus colectividades; en especial el Partido Nacional que hoy se muestra como la fuerza de oposición con mayores posibilidades de ganar la próxima elección y de rectificar un estilo y un rumbo que ha dañado la imagen y la proyección institucional del país.

Los candidatos y dirigentes de mayor presencia pública deben actuar con firmeza pero también con prudencia, ya que las diferencias que naturalmente existen de ninguna forma pueden derivar en enfrentamientos personales que comprometan el futuro de la colectividad. La mayoría de la población espera que la eficiencia y la transparencia sean los valores centrales a rescatar y que la confianza vuelva a respaldar a los que tengan la responsabilidad de conducir los destinos del País.

En tal sentido, el Partido Nacional tiene su Directorio, su Convención y, en particular, la Comisión de Ética que ha actuado antes y ahora en todos aquellos casos que se han sometido a su consideración de acuerdo a su Carta Orgánica. Para un Partido que ha hecho de su lema fundacional la defensa de la ley nada puede ser obstáculo para que sus instituciones ejerzan sus competencias sin expresiones extemporáneas de cualquiera de sus dirigentes. El tiempo de los personalismos exacerbados ha quedado en el camino. Los liderazgos son tan legítimos como necesarios, pero ejercidos con la debida prudencia para evitar que intereses contradictorios terminen afectando la imagen y el futuro de la colectividad. No se puede someter a un partido político al juego de cálculos personales o de sectores administrando la coyuntura en función de eventuales ventajas que puedan favorecer a unos y a otros según sus estrategias.

El adversario está afuera y se conoce; es más, está esperando que los conflictos internos de los blancos oscurezcan el "papelón institucional" de Sendic y que los increíbles disparates a los que el matrimonio Mujica-Topolansky ha recurrido auxiliados por el doble discurso del Presidente, sean olvidados rápidamente. No se necesitan mayores argumentos para disuadir a nuestros principales dirigentes de abstenerse a dirimir sus diferencias públicamente y permitir que las autoridades partidarias cumplan sus roles.

Los tiempos que corren son de esperanza para un Partido que ha dado ejemplo de participación ciudadana en una hermosa elección de jóvenes que, superando todos los cálculos, votaron con tolerancia y convicción cívica a los candidatos que serán la masa crítica más importante de la democracia en el Uruguay.

La nueva generación y toda la ciudadanía no se merecen que las ambiciones sectoriales sean capaces de socavar esa construcción que le augura al Partido Nacional un futuro de renovación y modernidad basado en valores que han sido el motivo de su nacimiento y son la antesala de un nuevo Uruguay.

La rivalidad entre dirigentes es natural en toda organización que se nutre de la actividad y energía de personas que aspiran a ser la mayoría en el Partido. Pero sería un error inadmisible si el objetivo principal de ganar las elecciones se compromete por aspectos personales que, aunque explicables, no deberían prevalecer en momentos que temas delicados están, como corresponde, en manos de las autoridades partidarias. Vamos a respetarlas.

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