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Oídos necios

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La reacción de algunos integrantes del Partido Socialista ante una pieza publicada aquí días atrás, deja en claro lo importante de mantener espacios de contrapunto ideológico.

Sobre todo en un país donde ese debate, ya sea por liviandad conceptual o falta de empeño, no lo dan quienes deberían llevar la carga de hacerlo, o sea los dirigentes políticos que se supone representan a quienes no se sienten identificados con los modelos delirantes que anidan en la estructura interna del Frente Amplio.

Pues bien, la pieza que motivó tanto enojo se limitaba a marcar las debilidades de la propuesta realizada por el PS para enfrentar el viento de frente que padece la economía nacional. Las mismas se basaban en la vieja receta de aumentar impuestos, subir sueldos, reducir jornadas laborales, y denunciar la supuesta avaricia de empresarios y comerciantes. Casi como escuchar a Maduro.

El argumento del editorial era contundente; ante una caída de los ingresos de una familia, ¿a alguien se le puede ocurrir que la solución es gastar más y trabajar menos? ¿Es acaso viable una receta que implica darse de frente contra las leyes básicas de la economía? ¿No se ha aprendido nada del fracaso estruendoso de todos los que han intentado eso?

Por supuesto que la respuesta de los dirigente socialistas no encara estas preguntas centrales. Todo gira en torno a la aburrida letanía de que el que esgrime estos argumentos es un oligarca acomodado, que no hay que resignarse ante las injusticias del mundo, y que la política no debería dejarse someter a las reglas inhumanas del mercado. Ahora bien, dejemos por un segundo el debate mínimo que proponen los herederos del añorado amigo de Ceaucescu, Reinaldo Gargano, y elevemos un poco la mira. Si dejamos de lado sutilezas y hacemos una clasificación bien grosera, el debate político hoy se divide en dos grupos.

Por un lado están quienes creen que la riqueza es una torta más o menos estable, que si hay gente que se enriquece, necesariamente hay otros que se empobrecen, y por tanto el rol de la política debería ser usar al Estado para oficiar de juez y emparejar las cosas. Esto presenta al menos tres problemas. Uno, que como nadie parece estar dispuesto voluntariamente a rebajar su nivel de vida, (sobre todo en Uruguay donde los quintiles más altos tienen unas condiciones vitales que serían de clase media para abajo en cualquier país semidesarrollado), las medidas a tomar implican necesariamente alguna forma de violencia o coacción. Segundo, quién va a ser el juez iluminado que va a decidir lo que le debe tocar a cada uno. Y tercero, que en todos los países que se ha tomado medidas de este tipo, se ha afectado la inversión y el crecimiento económico, por lo cual a mediano plazo siempre se termina con una sociedad más pobre.

Por otro lado están quienes creen que para elevar el nivel de vida de toda la población, lo importante es que esa torta crezca. Liberar las energías individuales para que estas permitan aumentar la riqueza general. Este tipo de estrategia es la que ha logrado que en el último medio siglo, el planeta haya experimentado un proceso de reducción de la pobreza y mejora en la calidad de vida global, como no se vio en los 500 años previos.

El único problema sería que se ha notado que cuando eso pasa, quienes tienen mejor formación o facilidad de acceso al capital, tienden a aumentar sus ingresos de forma bastante más rápida que los demás, potenciando, al menos en el inicio, una mayor desigualdad.

Ahora bien, se podrá discutir si en determinado momento de un país se puede aplicar políticas que fomenten una redistribución de la riqueza. Se podrá discutir, qué medidas son las mejores para ir quirúrgicamente operando sobre el sistema para tener una sociedad más equilibrada. Lo que nadie puede discutir es que Uruguay tiene una prioridad excluyente que es sacar gente de la pobreza, y no tanto perseguir a una supuesta oligarquía de ultrarricos, que aquí no existe. Como decía el contador Damiani, en Uruguay no hay ricos, hay "riquillos".

Y lo que nadie debería ya discutir es que ese paquete de medidas que impulsan los sectores más rancios del oficialismo, han fracasado todas las veces que se han implementado. Desde los experimentos con el socialismo real, pasando por Maduro, los K, o hasta los ensayos más modernos como el del Zyrisa griego, que solo han beneficiado a su ideólogo Varoufakis, que ahora cobra 60 mil dólares por dar conferencias. De nuevo, si China tiene que desmontar el dirigismo estatal y abrirse al mundo, si los suecos tuvieron que recapacitar sobre las bondades de su estatismo, si los alemanes no lograron hacer funcionar el socialismo, ¿lo van a lograr Olesker, Xavier y Conde? ¿Usted que cree?

EDITORIAL

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