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El Nobel, revolución y migraciones

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Este año el premio Nobel de la Paz no fue para ninguna persona en particular. Por extraño que parezca, el comité Nobel eligió premiar un proceso político en Túnez: el llamado diálogo nacional.

Hay que poner en contexto histórico esta importante decisión. Hacia finales de 2013 la primavera árabe, que también había ganado Túnez, estaba estancada y con serio peligro de derrapar allí hacia una guerra civil, con al menos dos asesinatos relevantes de políticos laicos de la oposición al partido islámico Enhalda que por ese entonces estaba en el poder. Fue así que el llamado cuarteto, formado por la principal organización sindical tunecina, la federación de empresarios, la liga tunecina de los derechos del hombre y el orden nacional de abogados de ese país tomaron las riendas del proceso. Obligaron al sistema político a mantener un rumbo de reformas que impidió caer en el caos en el que, por ejemplo, sucumbió su vecino libio. En enero de 2014 se aprobó una nueva Constitución de bases laicas, y en el correr de ese año se organizaron elecciones presidenciales y legislativas libres y justas.

Por supuesto que nada está resuelto aún. La transición hacia la democracia en Túnez debe vencer la tentación terrorista de grupos extremistas que ya han asesinado turistas extranjeros en museos y playas. También, el caos importado desde la frontera con Libia genera inconvenientes graves en zonas alejadas de la capital. Y finalmente, para asegurar todo el proceso se precisa un crecimiento económico que devuelva las esperanzas, sobre todo a las nuevas generaciones que fueron las protagonistas de la primavera en 2011-2012. Sin embargo, a pesar de estos enormes desafíos pendientes, la experiencia premiada con el Nobel de la Paz importa mucho como modelo posible de avance democrático en toda la región.

A nadie escapa que la primavera árabe despertó tanta esperanza en 2011 como cosechó fracasos en los años siguientes. Ni en Egipto, ni en Libia, ni por cierto en Siria o en Yemen, por ejemplo, se logró cumplir la promesa de democratización y libertad que traía consigo ese movimiento transnacional. En estos años, los argumentos que explican esos fracasos sobre bases civilizatorias o religiosas abundaron, como por ejemplo los que señalan que los países musulmanes no pueden hacerse democráticos por causa del Islam, o los que dicen que las sociedades árabes no están maduras para vivir en libertad.

Además, las crisis políticas en el mundo árabe trajeron consigo significativas olas migratorias que hoy tocan a la puerta de Europa, con sus consecuencias trágicas en el Mediterráneo y sus temores a ver llegar invasiones sin límites en el espacio de prosperidad que es la Unión Europea.

En este sentido, no hay nada nuevo bajo el sol. Cuando cayó el muro de Berlín en 1989 por ejemplo, el temor era al "plomero polaco", es decir, al conjunto de poblaciones de Europa del Este que, se decía, habrían de invadir el espacio comunitario por causa de la crisis política y económica del área ex -comunista. Antes, la crítica era al mundo eslavo y comunista, tan diferente al occidental. Hoy, es al mundo árabe y musulmán, también tan distinto al de la mayoría actual en Europa occidental.

Es por todo ello que el Nobel de la Paz hizo bien en premiar este proceso tunecino. Porque muestra hasta qué punto es posible avanzar en el camino de la modernización democrática, a pesar de las enormes dificultades, en el mundo árabe. Muestra, en definitiva, que no hay culturas más proclives a la democracia que otras, y que de proponérselo con voluntad, el valor de la libertad individual puede extenderse incluso a regiones que sufrieron durante décadas lo peor del despotismo político.

Aquí en nuestra América debiéramos de tener claro este asunto, cuando durante tantos años tantos analistas, por lo general de origen anglosajón, señalaron que la "cultura católica" de Latinoamérica era un impedimento para que pudiera avanzarse en el camino de la democratización.

Como en el caso del mundo árabe, es claro que ese camino es largo y que siempre ha de seguirse en el esfuerzo del perfeccionamiento democrático. Y también es cierto que hoy en nuestro continente nuestros pueblos votan bastante más seguido que en pleno siglo XX, cuando había dictaduras militares por doquier.

Para asegurar la paz y la prosperidad se precisan más procesos como el tunecino que apuntalen la democratización política. El premio Nobel de la Paz, en un gesto simbólico importante, hizo muy bien en señalarlo.

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