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Frente al aumento del déficit fiscal, la opción del gobierno ha sido intentar contenerlo sobre todo subiendo ingresos. Primero fueron las tarifas públicas más caras, que se ajustaron por encima de la inflación pasada. Y ahora es a través de mayores impuestos.

El argumento oficialista es que nada de esto era previsible en 2014, cuando sus promesas de campaña fueron de que no había en el horizonte la necesidad de hacer un ajuste fiscal. ¿Acaso se podía prever la crisis política de Brasil, o su fuerte recesión económica, o la compleja situación argentina, o la baja del precio del petróleo? Como nada de eso se sabía en 2014, dicen, lo que está haciendo el equipo económico es tomar medidas responsables frente a una situación imprevista.

Todo ese argumento oficialista es falso. Por supuesto, nadie en 2014 podía prever la caída de Rousseff para 2016. Pero cualquiera bien informado ya sabía hace dos años que el escándalo del "lava jato" y su esquema de corrupción era el más grande de la historia de Brasil y por tanto, previsiblemente, tendría consecuencias políticas graves. Como también cualquier persona informada sabía que el mecanismo de varios sistemas cambiarios en Argentina no podía resistir mucho tiempo más y que el panorama económico allí iba a complicarse, sea quien fuere el que ganara la elección presidencial.

De forma general, cualquier persona bien informada también sabía en 2014 que había dos fenómenos internacionales que tendrían consecuencias negativas en el contexto latinoamericano, y por tanto también en nuestra realidad económica y comercial.

Primero, el cambio de estrategia de desarrollo de China que en 2013 decidió crecer a ritmos menores. Principal comprador de productos de la región, y sobre todo cliente cada vez más importante para Brasil, era evidente que ese cambio tendría consecuencias para la colocación de materias primas. Segundo, era previsible que cambiara la política monetaria de Estados Unidos y que por tanto aumentara el precio del dólar, se encarecieran los préstamos internacionales y menguaran las inversiones extranjeras en toda Latinoamérica.

La consecuencia más importante de estas dos evoluciones internacionales para nuestro país era que el ritmo de crecimiento no podría sostenerse a tasas tan altas como las que habíamos tenido en la década 2003-2013. En concreto, el problema era que el Estado no iba a poder seguir gastando al ritmo fijado por la izquierda en estos años, simplemente porque la evolución de la economía internacional no nos iba a permitir seguir creciendo a tasas tan altas.

Eso fue lo que plantearon los partidos de oposición en la campaña de 2014. Sin embargo, el oficialismo interpretó mal lo que estaba ocurriendo a nivel internacional y prefirió seguir aferrado a su estrecha visión económica que creía en que se mantendría el crecimiento y que podría seguir aumentando el gasto público.

El año pasado el asunto se volvió a plantear cuando el análisis del Presupuesto. En el Parlamento la oposición volvió a señalar al gobierno que su previsión de crecimiento era equivocada, y en distintas tribunas de prensa varios analistas independientes señalaron que no era sostenible la situación fiscal porque las premisas del análisis del equipo económico estaban erradas. Nuevamente el Frente Amplio hizo oídos sordos y definió niveles de gastos completamente fuera de la realidad que vivía el país.

En este tiempo de desencanto con el Frente Amplio algunos simpatizantes de izquierda aceptan que su partido está cometiendo errores, como puede ser el diseño de este ajuste fiscal o la mala administración de los entes del Estado, sobre todo a raíz del escándalo de Ancap. Pero a la vez que reconocen todo esto, se apuran por señalar que del otro lado, en la oposición, no hay equipos de gobierno solventes con capacidad para conducir al país. Entonces, se dice, más vale este Frente Amplio envejecido y con tantos errores, a que gobierne la nada del otro lado.

Este discurso no solamente es extremadamente timorato y conservador, sino que además es falso. Por ejemplo: a poco que se vea cuáles fueron las posiciones de unos y otros en la previsión de la evolución de la economía, queda claro que los equipos de los partidos de oposición hicieron un diagnóstico mucho más certero que el que planteó el equipo del Frente Amplio en 2014 y en 2015. En las dos coyunturas, mostraron mayor pericia y proyectaron mejor capacidad de gobierno. No lo ve quien no quiere verlo, así como antes no escucharon porque no quisieron.

EDITORIAL

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