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No discuten sobre educación

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El feroz conflicto desatado en la educación no deja de sorprender a la mayoría de la población, que contempla una batalla por parcelas de poder teniendo como señuelo la palabra educación. No obstante, el sustrato de la batalla es pequeño, menor.

De lo que se trata es, con severo perjuicio de niños y jóvenes, de una disputa entre fracciones del Frente Amplio, un ensayo a partir de ella de una guerra mayor, que se extenderá más allá del Presupuesto. Y se trata también de la expresión quizás más clara, de un corporativismo por definición antidemocrático, consistente en sustituir la representación política de la sociedad, con la representación gremial de una parte de ella.

Pocas veces ha sido tan claro el exabrupto de un conflicto en el cual prevalece el interés económico de unos pocos —los docentes— por encima del derecho a la educación de muchos, los educandos y sus padres.

La paradoja es que el gobierno que enfrenta a la corporación es precisamente el que la alentó. Y la envalentonaría definitivamente, en este y otros sectores, si ahora concediera los reclamos. No obstante el conflicto no refiere absolutamente nada sobre educación, que sí es un problema y grave, para la sociedad de hoy, pero mucho peor para la de mañana. Por eso es que vistas estas cosas, la educación pública con mayúscula no tiene solución, no parece haber a corto plazo una forma institucional de defenderla.

En efecto, la parálisis que se vive soslaya por completo los verdaderos problemas. Por citar algunos, puede mencionarse el de su calidad en la comparación con sí misma en el tiempo, o en el cotejo internacional a través de las conocidas pruebas PISA. Frente a la tragedia que supone el desfasaje respecto de los conocimientos que se necesitan, algunas autoridades han querido desacreditar las pruebas de alcance mundial porque refieren a otros modelos de sociedad... Al mismo tiempo esas autoridades se han negado sistemáticamente a cualquier intento de mejora. No solo han rechazado la evaluación externa de los educadores, sino incluso lo han hecho con propuestas modestas, como cambiar el número de horas de clase, o la disposición de los horarios: nada que venga de fuera es aceptado por la corporación para la que el salario es un derecho sin una contrapartida de obligaciones. Y precisamente es este caso en el que las obligaciones deberían ser lo relevante.

Pero si los temas de calidad de la educación, de la preparación de la gente en la enseñanza pública para enfrentar el mundo, quedan fuera de la discusión pública, qué decir de temas de fondo también absolutamente ausentes. Así por ejemplo, se podría cotejar la organización de la educación pública con la forma en la que esta refleja la libertad de enseñanza, derecho fundamental y muy deteriorado. En efecto, el derecho de los padres y más tarde el de los propios educandos, no aparece bien representado hoy en una educación de programa oficial y único. Otro desafío: cómo compatibilizar la educación en valores con la laicidad, ya que notoriamente no hay un sistema de valores único, y menos aun cuando se impone el de las autoridades de hoy, con su peculiar visión por ejemplo de la familia, o de la historia reciente, o del liberalismo.

Y por fin, si interesaran de verdad los temas cruciales de la educación como los referidos, buena cosa sería bajar del bronce por un rato a Varela, como se lo hace habitualmente con todos los próceres, y volver a discutir si aquello de laica, gratuita y obligatoria sigue mereciendo el mismo alcance que se le dio hace ciento cuarenta años. Quizás hay que enriquecer lo de laicidad con pluralismo, que probablemente se ajuste hoy mejor a la libertad de enseñanza; y tal vez haya que discutir de nuevo lo de gratuita, y pensarlo mejor como universal.

En definitiva, muchos redactores de este diario hemos abordado el conflicto desde las múltiples aristas que tienen que ver con lo político, con las luchas de poder, con la figura abollada dentro de su propio partido, del presidente. También se ha abordado dentro de un enfoque presupuestal, de asignación de prioridades para el gasto.

Hoy toca mirar la ausencia de temas de fondo en un conflicto de ferocidad inaudita, que no solo propone enfrentar disposiciones constitucionales, sino también cuestionar poderes del estado e involucrando la suerte de los más débiles, los educandos. Y todo ello sin aportar una sola idea a los temas de fondo.

Por eso el problema de la educación pública, con o sin conflicto, con o sin servicios esenciales, desafortunadamente no tiene solución, al menos por unos años. Y ya van...

Editorial

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