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¿Y Montevideo?

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“Montevideo precisa de una buena vez por todas que los partidos tradicionales la tomen en serio. No basta con la buena gestión de algunos alcaldes ni con el tesón de la nueva generación de ediles blancos”.

Marcha atrás en los cambios que se habían anunciado en los estacionamientos tarifados del centro; objetivo de recaudación millonaria en dólares gracias a las multas que aseguran las nuevas cámaras instaladas en la rambla; boleto que aumenta más de 37% en solo dos años: ¿no alcanza este tipo de noticias para que la oposición fije como prioridad política la alternancia en Montevideo?

Todos conocemos la historia electoral reciente. Lleve al candidato que lleve, bueno o malo; conocido o desconocido; con fama de intelectual ajeno a estos temas o de especialista en la ciudad, lo cierto es que el Frente Amplio ha ganado siempre desde 1990. Por tanto la clave es el apoyo partidario que la izquierda tiene entre los capitalinos, independientemente de tales o cuales figuras políticas coyunturales.

Fue con este diagnóstico que la idea de la Concertación de blancos y colorados procuró en 2014-2015 posicionarse como una alternativa real. No solamente por la acumulación de votos de distintos lemas, sino también por la conjunción de técnicos y de especialistas que pudieran plantear un mejor gobierno para Montevideo. Tuvo sus consecuencias políticas: dos municipios cuentan hoy con alcaldes no frenteamplistas gracias a la Concertación. Empero, a casi dos años de las elecciones municipales, su empuje inicial se ha perdido.

Los motivos de esa anemia concertacionista son varios. Primero, el peso electoral mayor del candidato Novick debía de haberse traducido en un liderazgo capitalino cierto y capaz de posicionarse nuevamente como opción fuerte para 2020. Esa fue, además, la promesa de Novick en campaña: seguir concentrado en Montevideo para intentar ganar la intendencia en el futuro. Sin embargo, su posterior opción personal de disputar cargos nacionales a través de la formación de un nuevo partido ha dejado enteramente huérfana esa iniciativa.

Segundo, seguramente la evaluación de la herramienta Concertación por parte del Partido Colorado no haya sido del todo buena: por primera vez en su larga historia, se quedó sin ediles en su otrora bastión electoral. Por supuesto que sería injusto culpar a la Concertación de la situación montevideana de los colorados: su decadencia capitalina es mucho más grave que eso y es más de largo plazo. Por poner un solo ejemplo bien ilustrativo en este sentido: en las elecciones de octubre de 2014 la otrora poderosísima Lista 15 de Montevideo recibió en esa circunscripción electoral menos votos que el senado encabezado por Mieres del Partido Independiente. Es así que en este contexto de enormes dificultades electorales y políticas, que atañen incluso a su propia supervivencia de futuro, es entendible que el desafío que plantea generar una alternativa seria para Montevideo no haya sido la principal prioridad colorada de estos años.

Tercero, el Partido Nacional no ha prestado ninguna atención a la herramienta Concertación luego de 2015. Por un lado, porque es cierto que se benefició políticamente accediendo a dos municipios que de otra forma no hubiera podido ganar, y es entendible que haya concentrado sus esfuerzos en gestionarlos bien. Por otro lado, porque en estos últimos meses su interna partidaria ha estado mucho más concentrada en atender desafíos nacionales que en preocuparse por los que plantea Montevideo: posicionarse como la alternativa de gobierno al Frente Amplio, en un contexto de mayor crítica de la opinión pública a la gestión de Vázquez; y administrar la evolución política y electoral del importante espacio liderado en 2014 por Jorge Larrañaga.

El problema es que a pesar de todas estas razones y argumentos, la verdad es que si los partidos de oposición no prestan mayor atención a Montevideo no lograrán apoyos ciudadanos mayoritarios pensando en 2019. Algo de eso ha planteado el sector de Lacalle Pou, que ha decidido hacer más énfasis político este año en Montevideo y en Canelones. Pero esa iniciativa no es suficiente.

Montevideo precisa de una buena vez por todas que los partidos tradicionales la tomen en serio. No basta con la buena gestión de algunos alcaldes ni con el tesón de la nueva generación de ediles blancos. Se precisa un gabinete de gestión departamental en las sombras que sea feroz opositor; definir alternativas posibles a las medidas de la administración Martínez; e involucrar a principales dirigentes políticos dispuestos a protagonizar un cambio creíble en la capital.

Si nada de esto ocurre, la intendencia será, simplemente, el tranquilo trampolín electoral del ya precandidato Martínez.

EDITORIAL

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