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Mentiras y disparates

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Hay actores que mienten sin ningún tipo de inquietud moral. Por momento es tan burdo y torpe el uso de la mentira que ni siquiera toman en cuenta el disparate de lo que afirman. No hay duda, la veracidad y el sentido del ridículo parecen en peligro de extinción.

El sistema político uruguayo ha perdido mucha credibilidad en estos años. Algo inquietante para la salud democrática del país. Lejos de sentirse incómodos con ello, hay actores que mienten sin ningún tipo de inquietud moral, hundiendo a la sociedad en un fango confrontativo, mientras el mundo avanza sin pedir permiso y sin preocuparse por los rezagados.

Esta semana, sin ir más lejos, el uruguayo que sigue las noticias debió resistir estoico las mentiras descaradas de al menos dos figuras de relevancia pública.

El primer episodio lo protagonizó el exsenador y exministro Ernesto Agazzi, hoy uno de los referentes políticos del MPP, sector mayoritario en la coalición de gobierno. Durante un acto en recuerdo del extinto líder del MLN, Raúl Sendic, Agazzi salió a enfrentar las versiones cada vez más insistentes de que su grupo político estuvo involucrado en robos y asaltos como forma de financiar su estructura hasta el año 2002. La última versión al respecto surge de un libro que señala incluso que el propio José Mujica habría sido el ideólogo de esta estrategia.

La respuesta de Agazzi frente a los micrófonos de los informativos centrales de TV fue de manual para cierta dirigencia del MPP: denunciar que todo es parte de una megaconspiración de la derecha, la oligarquía, la CIA, y, por supuesto, el diario El País. Agazzi sostuvo muy seguro de sí mismo que el libro en cuestión se había publicado en la imprenta de El País, lo cual mostraba a las claras que todo era una conspiración.

El problema con la pintoresca versión es que es mentira. Si Agazzi tuviera un mínimo de dignidad y amor propio, antes de tirar semejante disparate podría haberse tomado un minuto, y ya que estaba en la calle Tristán Narvaja, cruzar hasta una librería y revisar el texto. No muerden. Allí habría visto que el volumen fue impreso en Zonalibro, una empresa que nada tiene que ver con este diario. Incluso aparece allí el número de teléfono de esa imprenta, a la que podría haber llamado para desasnarse antes de decir una mentira flagrante delante de medio país.

¿Usted cree que eso quita el sueño al exsenador Agazzi? ¿Que va a llamar a conferencia de prensa para pedir las disculpas del caso? Consiga una silla cómoda, y siéntese a esperar.

El otro protagonista de esa oleada de disparates fue el señor Gabriel Molina, principal orador del acto oficial de Pit-Cnt por el 1º de mayo. Molina no es una de las figuras más visibles del Pit, pero es un dirigente clave del sindicato de Antel. El lector tal vez lo recuerde como aquel señor algo entrado en carnes y tono vituperante, que hace un par de años lanzó un furibundo ataque contra la organización Un techo para mi país, por el cual luego la central tuvo que (más o menos) pedir perdón.

Mostrando que sus antecedentes no le han pesado en lo más mínimo, esta vez Molina se mandó una oratoria inflamada de consignas internacionales y contra el "imperialismo yankee", al que acusó de haber lanzado la "madre de todas las bombas" en Siria, "masacrando a cientos de niños". Todo precioso, todo muy 1984; por un momento el raleado público de la plaza Mártires de Chicago se debe haber transportado a las buenas épocas en las que alcanzaba con decir cuatro mentiras y alabar a la URSS (¿se acuerdan de la URSS?), para que la audiencia explotara.

El tema, otra vez, es que Molina le estaba errando feo. Esa famosa "madre de todas las bombas" fue lanzada en realidad en Afganistán, con la intención de destruir un sistema de cuevas donde se refugian los milicianos talibanes, a miles de kilómetros de suelo sirio. No se informó que ningún niño haya sido afectado.

Pero como el sentido del ridículo está en peligro de extinción, luego Molina pretendió dar una lección de economía, y afirmó que si aumentando los sueldos se ha logrado reducir la inflación, la respuesta debería ser aumentarlos aún más, y el país lograría llegar a la meta inflacionaria. Con semejante afirmación, Molina aspira desde ya a un premio Nobel de Economía. ¿Cómo no se le ha ocurrido esto a nadie antes? Si subiendo sueldos, bajamos la inflación, dejamos a la gente contenta y la macroeconomía encaminada, ¿en qué pierde su tiempo la academia del mundo? A Molina le alcanzaría con darse una vuelta por su apreciada Venezuela para ver el efecto que tienen las políticas que propone en la economía y la vida de la gente.

Pues este es el tono del debate público hoy en Uruguay. Es la forma que eligen quienes representan a buena parte de nuestra sociedad, por más que sea una constatación bastante deprimente. Mientras tanto, el presidente argentino Mauricio Macri se reunía con el emperador del comercio digital chino Jack Ma, para vender carne y productos frescos de su país a toda China. ¡Vamos bien!

EDITORIAL

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