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Jorge Batlle

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Próximo a cumplir 89 años, y como consecuencia de un accidente que lo encontró militando por sus ideas y su partido como siempre a lo largo de toda su extensa y fructífera vida, falleció el Presidente Jorge Batlle. Su deceso marca al país entero por los múltiples significados que tiene este luctuoso hecho, que deja un vacío en la vida política y cultural imposible de llenar.

Jorge Batlle Ibáñez nació en Montevideo el 25 de octubre de 1927. Heredero de la tradición política más exitosa en la historia nacional, supo abrirse camino en la vida política por sus méritos, caracterizándose desde sus inicios por una inteligencia clara y libre de preconceptos. Dentro de su ilustre tradición familiar se destacaron antes de él tres presidentes de la República: el General Lorenzo Batlle, presidente entre 1868 Y 1872, luego José Batlle y Ordóñez, a comienzos del siglo XX, y finalmente el padre de Jorge, Luis Batlle Berres, a mediados de la pasada centuria.

El fallecimiento del Presidente Batlle golpea al país en múltiples dimensiones. En la dimensión política Jorge Batlle fue uno de los principales líderes políticos del Uruguay de los últimos 60 años, destacándose por su estilo irreverente y provocador, capaz de hacer pensar a sus interlocutores tratara el tema que tratara. Fue candidato a la Presidencia por primera vez en 1966, y lo volvería a ser en las elecciones de 1971, 1989, 1994 y 1999 cuando, estrenando el sistema electoral con balotaje, fue elegido presidente de la República.

Su pasión por la política lo llevó a dedicarle la vida al país desde el Parlamento, desde el Poder Ejecutivo o desde el llano, despertando siempre la admiración (y a veces también el desconcierto) de la opinión pública. Su eslogan de campaña más recordado es "Le canta la justa" porque define perfectamente bien la honestidad intelectual que caracterizó a su carrera política. Muchas veces resultaba políticamente incorrecto, muchas veces decía verdades incómodas, muchas veces eso le costó sufrir reveses electorales, pero finalmente el pueblo uruguayo reconoció al estadista en las elecciones de 1999.

Su gobierno coincidió con una etapa muy difícil para el país. Desde que asumió el Uruguay ya se encontraba en recesión, y debió aplicar medidas nada populares, pero eminentemente responsables. La crisis de 2002 marcó a fuego su administración y si bien pueden realizarse críticas a la conducción económica previa a su aparición, también debe reconocerse que la crisis fue esencialmente heredada e importada y que la personalidad optimista y luchadora del presidente Batlle fue crucial para que la salida fuera rápida y exitosa.

También debe destacarse que el fallecimiento de Jorge Batlle es un golpe para la cultura de nuestro país. Era un hombre de vastos conocimientos, casi enciclopédicos, y era dueño además de una mente libre que lo convirtió en un referente del pensamiento liberal, abriendo la puerta a su partido y al país a nuevas ideas.

Batlle solía contar que fue clave en su conversión al liberalismo el encuentro con las ideas del premio Nobel de Economía Friedrich Hayek, con quien tuvo oportunidad de conversar en varias ocasiones. "Soy liberal porque tuve un accidente austríaco" solía decir con su habitual buen humor. "Me choqué con Hayek". Y consecuentemente fue un defensor del liberalismo político, económico y social de una sola pieza, lo que fue uno de sus grandes méritos y una de sus grandes batallas a contracorriente, lo que disfrutaba enormemente.

Jorge Batlle fue un demócrata, un republicano y un auténtico ciudadano de fuste, por eso su pérdida es tan lamentable para el país. Hoy, más que nunca, el país necesita recuperar niveles de tolerancia democrática en nuestra corroída República y mayores grados de libertad, especialmente en el terreno económico. Y Batlle estaba con sus casi 89 años dando esa batalla, recorriendo el país y difundiendo ideas cuando cayó con las botas puestas, dando lo mejor de sí por su país, nuestro país.

Su época quizás había pasado, ya los tiempos de los grandes estadistas parece ser cosa de otra era, lamentablemente, pero sus ideas siguen vivas y serán las que salven al país de un destino populista que en otras tierras de América parece casi ineluctable.

El Presidente Batlle fue, por encima de cualquier discrepancia episódica que pueda señalarse, un hombre derecho, un patriota honesto, inteligente y valiente, que sirvió a su país dejando el alma. No puede decirse nada mejor de un político a la hora en que se le abren las puertas de la inmortalidad en la memoria de su pueblo.

EDITORIAL

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