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La izquierda de campus

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Una de las lecciones que dejó la derrota de Clinton es el encierro en el que vive lo que podemos llamar la izquierda de campus universitario. Ese encierro, claro está, no es algo que solo se constate en los Estados Unidos.

Convencida de sus ideas y obnubilada por sus problemas, la izquierda de campus que tanto incidió en el discurso de la candidata demócrata se olvidó de que la realidad es más amplia, compleja, y en definitiva diferente de lo que se cree dentro del protegido mundo universitario con sus códigos, debates y prioridades. La izquierda de campus terminó creyendo que su ombligo era el centro del mundo y la realidad política le devolvió una cachetada electoral formidable.

Es que la agenda de temas y problemas de la izquierda de campus universitario, con ser a veces compartible, no deja de ser algo anecdótico para la mayoría. La gente vio como esa agenda se expandió entre algunos medios de comunicación y círculos de la pequeña burguesía urbana acomodada. Pero ocupar todo ese protagonismo no fue suficiente para que la mayoría ciudadana pasase a creer que esa agenda era relevante. Cuando llegó el momento de juzgar en las urnas, el rechazo fue fulminante.

Los ejemplos en nuestro país acerca de esta izquierda de campus y sus solipsistas preocupaciones, que en realidad son completamente menores pero que terminan ocupando un desmedido protagonismo, son numerosos.

Los negros en el Uruguay se mueren por las mismas causas que el resto de los uruguayos que integran sus mismas clases sociales; sin embargo, la izquierda de campus decide abrir una policlínica de "salud étnica" para atender enfermedades que aquí no existen pero que "visibilizan", como le gusta decir a esa izquierda en su jerga, esa "problemática de salud".

Los negros adolescentes, que son en su mayoría pobres, sufren de un rezago educativo mayor, como pasa con el resto de los uruguayos que pertenecen a las clases más humildes. Pero la izquierda de campus, muy oronda, cree que atiende esta "problemática educativa" si publica guías como la de "Educación y Afrodescendencia" en la que se insta a evitar la discriminación afirmando, con un racismo implícito feroz, que los niños negros se identifican mejor con personajes históricos negros que con otros.

Después de doce años de la mayor bonanza económica de la que se tenga registro, la situación de los adolescentes más necesitados es un desastre: no solamente por las torturas que sufren en los centros de atención estatal o los numerosos casos de prostitución cobijados por funcionarios del INAU, sino porque seguimos teniendo altísimas tasas de expulsión de jóvenes de los estudios secundarios y también porque, como sociedad, hacemos recaer sobre las madres adolescentes más pobres el mayor esfuerzo relativo de renovación generacional. En vez de ocuparse de estos asuntos, la izquierda de campus a través del INAU emprende una campaña por la mala influencia que puede llegar a tener la trama de una telenovela turca en el comportamiento de casamientos de jovencitas y, por supuesto, sugiere que se la saque del aire.

Porque otra característica de esta izquierda de campus es su perfil autoritario. Como ella tiene razón y el resto está equivocado, cambió el premio Onetti de Literatura y en 2016 incluyó menciones especiales para obras que abordaran "igualdad y estereotipos de género", o clausuró un baile sin norma habilitante alguna, porque le pareció que ofrecer un refresco a chicas que concurrieran de short o calzas era discriminatorio.

Su perfil autoritario esconde un afán reeducativo. Cuando hace un par de años la Intendencia de Montevideo revocó el permiso a un organizador de espectáculos de tangos por haber discriminado a una pareja homosexual, la izquierda de campus agregó algo muy importante y completamente violatorio de la libertad individual: condicionó la renovación del permiso a que el hombre siguiera "acciones de formación en políticas de género e inclusión".

La izquierda de campus cree además que este tipo de iniciativas son centrales en la agenda de gobierno de un país. El equipo de Clinton así lo creyó y el pueblo estadounidense, muy razonablemente, le dijo que no. Porque los verdaderos problemas son otros, como por ejemplo la mejora del nivel de vida, la seguridad del empleo y la cohesión social que dé certezas de un futuro mejor.

Ojalá que el rechazo democrático a esta izquierda de campus universitario llegue hasta nuestras costas y que volvamos a tener políticas que se ocupen de los verdaderos problemas de la gente.

EDITORIAL

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