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El infierno de Verdún

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Se cumple en estos días un siglo del comienzo de la batalla de Verdún, una de las más largas y sangrientas de la historia, síntesis del horror de la Primera Guerra Mundial. En febrero de 1916 se inició ese combate cuyo saldo, según las estimaciones más cautas, fue de 250.000 muertos y medio millón de heridos.

Después de diez meses de combate los franceses lograron contener la invasión alemana en una lucha de posiciones, con tropas estacionadas e intentos de romper las filas enemigas mediante oleadas de hombres lanzados al asalto en un suelo plagado de minas y alambradas de púas.

Los dos bandos sufrieron terribles pérdidas, tan graves que el nombre de Verdún invoca hasta ahora el sinsentido de las guerras y la necesidad de procurar la paz por todos los medios. Así lo prometieron en 1984 los presidentes de Francia y Alemania, François Mitterrand y Helmut Kohl, cuando se apretaron las manos en un homenaje a las víctimas y renovaron los votos de amistad entre los dos pueblos en un acto realizado ante las tumbas de Douaumont, en donde yacen los restos de millares de jóvenes soldados galos y germanos. De este modo, paradójicamente, Verdún terminó siendo un símbolo de la fraternidad franco-alemana, base de la Unión Europea.

Allí, en Douaumont, se levanta el principal monumento dedicado a la batalla en medio de lo que se denominó "zona roja", un territorio plagado de artefactos bélicos y bombas sepultadas en donde alguna vez existieron prósperos poblados y en donde hoy nadie puede vivir y nada puede construirse. Alguien definió el sitio como "un santuario a cielo abierto" que cobija en sus verdes praderas miles de esqueletos, cementerios, fortines y variados monumentos que evocan a los caídos en aquella guerra de las trincheras en donde se ensayaron armas tan crueles como el "gas mostaza".

Verdún era una ciudadela fortificada, una de las más importantes entre las que fueron construidas por los franceses para resguardar su frontera con Alemania. Fue edificada como eje de una línea de antiguas fortificaciones erigidas desde la guerra franco-prusiana de 1870. En 1916, con la Primera Guerra Mundial en auge, se convirtió de pronto en el centro de la resistencia para salvar París, la capital ubicada a 300 kilómetros. En aquel helado mes de febrero, el día 21 la artillería pesada alemana concentró sus baterías sobre aquel punto en un bombardeo que se extendió a lo largo de nueve horas, algo nunca visto en esa guerra. El ataque se prolongó durante varios días ante la obstinada resistencia francesa galvanizada bajo la consigna "No pasarán" hasta que el frente de batalla se estabilizó.

Para la historia quedaron las imágenes de esa guerra de trincheras en donde el frío, las enfermedades y las privaciones causaron tanto daño como las bombas. "Vivimos en una inmensa fosa común", escribió un soldado francés consternado por las escenas de las que era testigo. Del lado alemán las cosas no estuvieron mejor como lo prueban las expresiones de sobrevivientes que se felicitaban por haber salido ilesos del "infierno de Verdún". Una película que se exhibe en el pequeño museo-anfiteatro de Douaumont muestra esos testimonios entre pavorosas escenas de la vida cotidiana en las trincheras.

Con aquella batalla se abría 1916, un año clave en el desarrollo de una conflagración que no saldaría las cuentas entre los principales enemigos. Porque esa guerra que tanta sangre regó fue la antesala de la Segunda Guerra Mundial en donde la cuenta de destrucción y de víctimas se elevaría aun más. Verdún fue el sitio en donde los franceses detuvieron el avance enemigo y en donde los alemanes advirtieron que su derrota era posible. Otra batalla igualmente cruenta, la del Somme, donde intervinieron también los británicos, dividió las fuerzas alemanas, y finalmente con la crucial intervención de las tropas estadounidenses, terminó por definirse el curso de las acciones a favor de los aliados.

Se dice que el rencor surgido en las trincheras alemanas de Verdún y explotado por Hitler, fue una de las causas del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Aquel fracaso de la invasión y la humillante paz que los gobernantes alemanes firmaron en un vagón de tren en Compiegne alimentaron el afán de revancha de los vencidos. Esto prueba que el sacrificio de Verdún, que trituró a una generación de jóvenes soldados galos y germanos, no alcanzó a desterrar los instintos belicistas. Tuvo que sobrevenir un segundo gran conflicto bélico para que prevaleciera, al menos en teoría, la causa de la paz. Porque, aunque no tan grandes como aquellas, las guerras son todavía el azote de la humanidad.

Editorial

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