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Guantánamo: un final incierto

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Los refugiados de Guantánamo, otro de los legados del gobierno de José Mujica, siguen siendo motivo de preocupación. En Montevideo, uno de los ex presos de esa cárcel estadounidense organizó hace poco un desagradable show de protesta publicitado a nivel internacional.

En tanto, en Washington, la oposición presenta las andanzas en Uruguay de los "guantanameros" como una prueba del mal manejo del asunto por parte del presidente Barack Obama, algo que utilizan para complicarle la autorización de nuevas liberaciones de reclusos.

Como se recordará, los seis refugiados llegaron a fines de 2014 tras un extenso y publicitado proceso de negociación entre Uruguay y Estados Unidos. Un acuerdo en donde todo indica que —más allá de la publicitada habilitación para exportar las naranjas uruguayas— se incluyó el tan solicitado acceso de Mujica a la Casa Blanca para encontrarse mano a mano con Obama, y el apoyo estadounidense a la postulación del excanciller Luis Almagro a la secretaría general de la OEA. No en vano el entonces presidente uruguayo había dicho que no haría nada "gratis" y que "pasaría la boleta" por traer a los refugiados, un trato que según las encuestas de la época recibió el apoyo de apenas la tercera parte de los uruguayos.

La favorable decisión del gobierno uruguayo era importante para Washington pues se entendía que una experiencia positiva de inserción de esos exprisioneros en nuestro país podía servir de ejemplo para toda la región y contribuir así al objetivo de Obama de vaciar cuanto antes la prisión de Guantánamo. No fue así dado que los seis musulmanes protagonizaron aquí incidentes tales como acampar durante tres semanas ante la sede de la misión diplomática de Estados Unidos y protestar por su situación, lo que influyó en la negativa de varios países latinoamericanos a recibir refugiados de esa procedencia.

Por su parte, la oposición a Obama consideró que esa acampada evidenciaba la precariedad del operativo montado con Uruguay, a cuyo gobierno le reprochó haber manejado el caso con errores garrafales como alojar a los refugiados en las cercanías de la embajada yanqui. Esa fue una de las razones esgrimidas en algún momento para entorpecer la salida de más reclusos de Guantánamo en donde en estos momentos aún hay 103 prisioneros, de los cuales 44 ya tienen autorización para irse en tanto otros 13 podrían viajar próximamente.

En medio de esa situación, con un presidente de Estados Unidos al que le queda menos de un año de mandato y quiere cumplir antes de irse con su promesa electoral de vaciar la cárcel, de Montevideo volvieron a llegar malas noticias. Es que uno de los seis, el sirio Jihad Dhiab, adhirió días atrás a una jornada de protesta por lo de Guantánamo con una acción tan ingrata como espectacular. Frente a la embajada de Estados Unidos Dhiab quiso remedar la forma en que sus carceleros lo alimentaban a la fuerza cuando estaba detenido, mediante una sonda colocada en su nariz. Un pequeño grupo de personas, en su mayoría periodistas, presenció los procedimientos que terminaron de manera sangrienta y con gritos de dolor de Dhiab que insistía en escenificar cómo hacían en Guantánamo para quebrar su huelga de hambre.

La prensa difundió esa acción teatral de Dhiab con las consiguientes repercusiones entre quienes se oponen en Estados Unidos a la liberación de personas sospechosas de haber colaborado con Al Qaeda en los terribles atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono en 2001. Se recordó incluso que ese mismo refugiado había viajado de forma sorpresiva el año pasado a Buenos Aires en lo que significó una ruptura del acuerdo entre gobiernos según el cual los seis deben permanecer sin viajar al exterior al menos durante un plazo de dos años. Una condición negada en su momento por el propio Mujica pero que se ha confirmado con el tiempo, lo que indica que, contrariamente a lo que dijo el gobierno en su momento, los "guantanameros" no gozan en Uruguay de plena libertad.

Si bien es cierto que los compañeros de Dhiab están cumpliendo el compromiso que firmaron de adaptarse a vivir en nuestro país y que algunos de ellos se casaron con uruguayas, el final de esta historia está aún por verse.

En tanto, si se hiciera una nueva encuesta sobre la decisión de darles refugio, la respuesta más probable de los encuestados volvería a ser que Uruguay no debe seguir metiendo las narices en temas vinculados al islam, al terrorismo y a los conflictos de Medio Orien- te. No ganamos nada y tenemos mucho que perder.

EDITORIAL

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