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Con Guantánamo a cuestas

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Las recientes —y cínicas— declaraciones de José Mujica sobre el canje de naranjas por los presos de Guantánamo son el broche de oro de una saga que empezó mal y que apunta a terminar peor.

Hace casi dos años, cuando se empezaba a hablar de la venida de ese grupo, una encuesta reveló que apenas el 30% de los uruguayos aprobaba la idea. En la mayoría de los casos los encuestados señalaban los riesgos de inmiscuir a Uruguay en un problema ajeno. Otros alegaban que la ausencia de una comunidad musulmana en nuestro país complicaría la inserción de los recién llegados. Eran formas de advertir que el asunto no sería sencillo.

Si el gobierno hubiera atendido esas objeciones y suspendido el operativo o tomado otras previsiones hoy no seguiríamos pensando en solucionar los problemas de los seis refugiados ni seguirían siendo noticia. Que continúan siendo un problema lo acaba de confirmar el funcionario uruguayo que oficia de nexo entre ellos y el gobierno cuando recordó que en pocos meses terminará el programa por el cual se les dio un subsidio y una vivienda. Desde entonces deberán adaptarse a vivir entre nosotros sin ayuda estatal.

Aunque la mitad de ellos trabaja y los otros no, todos alegan dificultades para sobrevivir por su cuenta, entre otras los bajos salarios que les ofrecen, su escasa capacitación y la ignorancia del idioma. Carencias que debieron preverse antes de traerlos en medio de una ruidosa propaganda que realzaba la generosidad de los gobernantes de la época capaces de extender una mano a los perseguidos del mundo. Como no hubo previsión, los refugiados causaron una serie de disgustos a las autoridades uruguayas con negativa repercusión internacional.

Cuando los egresados de Guantánamo acamparon ante la embajada de Estados Unidos en Montevideo y afirmaron que Uruguay era inseguro, pobre y descartable como lugar para vivir no solo dañaron la imagen de su país de acogida sino que perjudicaron toda la operación urdida por Barack Obama para vaciar esa cárcel caribeña. La idea de Obama era convertir a Uruguay en escenario de una experiencia piloto que, de resultar positiva, podía ser imitada por otras naciones de la región.

A la mala imagen dejada por aquella acampada con huelga de hambre incluida se sumaron otros episodios ingratos, entre ellos las denuncias de violencia doméstica que algunas de las compañeras de los refugiados hicieron ante la justicia. También pesó la actitud de uno de los liberados que primero fugó a Buenos Aires por un día pese a la prohibición de salir del país que pesaba sobre el sexteto, y que después organizó un simulacro público de la alimentación a la fuerza que le prodigaban en prisión. Hechos muy publicitados aquí y en el exterior que demostraron que acoger a los presos de Guantánamo no era algo tan sencillo como se vaticinó.

A la postre, la mala experiencia de Uruguay desalentó a otros países latinoamericanos y al mismo tiempo, en Washington, Obama debió soportar la negativa de los republicanos a seguir autorizando la liberación de otros presos de Guantánamo dadas las continuas complicaciones surgidas en Montevideo, en particular la acampada ante la sede diplomática con entrevistas en los medios en donde los refugiados criticaron a Estados Unidos. Por esas y otras razones Obama está resignado a abandonar la Casa Blanca sin cumplir su promesa de vaciar la criticada cárcel de Guantánamo.

Semanas atrás, en un balance sobre lo actuado, el propio Mujica mostró su desengaño al decir que la conducta de los seis exreclusos fue "pésima" y "egoísta" ya que, según él, terminó por desalentar a otros países que pensaban imitar a Uruguay y perjudicó a sus compañeros de prisión que anhelaban salir en libertad. Ante esos dichos, el funcionario que oficia de nexo entre el gobierno y los seis dijo que Mujica mostró sus "prejuicios" y ejemplificó la falta de preparación de nuestro país "para entender a los refugiados".

Lo que está claro es que si el plan Guantánamo fracasó, al menos para Mujica resultó productivo. Es que el proceso de venida de los refugiados transcurrió —y no por azar— durante la última campaña electoral, a fines de 2014, para la mayor gloria del entonces presidente —y candidato a senador— que por ese tiempo aspiraba a obtener el Premio Nobel de la Paz. Los refugiados no se habrán insertado bien entre nosotros y seguirán causando problemas, pero al traerlos Mujica exhibió su "generosidad y solidaridad" con los ex presos ("yo también pasé por eso", les dijo cuando llegaron). A él la experiencia le sirvió; al resto de los uruguayos no.

EDITORIAL

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