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¿Grecia hundirá a Europa?

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El triunfo en las elecciones legislativas griegas de la coalición de extrema izquierda Syriza tuvo repercusiones importantes. Están los que saludaron el inicio de una primavera de los pueblos europeos que terminará, dicen, con los planes económicos antipopulares. Grecia mostró el rumbo y ese es el camino para llegar a un mundo más justo y humano. Muchos creen que están viviendo el Moscú de 1917 y otros la Europa de 1848. Se conmueven con el triunfo de la "verdadera izquierda", cantan la internacional socialista, y sueñan con un protagonismo popular que enfrente al neoliberalismo y al capitalismo salvaje. Entre ellos están la izquierda francesa de Mélenchon, el movimiento español Podemos de Iglesias, o la Anti- Austerity Alliance de Irlanda, cuyo líder incluso viajó a Atenas para vivir el triunfo de Syriza en directo.

Sin embargo, lejos de tanta parafernalia y tanto discurso sentimental, está la dura realidad.

Primero, Syriza no ganó con avalancha de votos. Recibió el apoyo del 36% de los votantes griegos, 9% más que el partido conservador Nueva Democracia que estaba en el poder. Ese porcentaje se tradujo en una mayoría confortable en el Parlamento por el particular sistema electoral griego. Segundo, ese país vive, en verdad, un cambio en su bipartidismo de 40 años, que tenía como referente de izquierda al viejo y poderoso partido socialista griego, Pasok, que sacó solo 4,6% de los votos. Tercero, para gobernar Grecia con mayoría parlamentaria, Syriza buscó el apoyo de un pequeño partido de derecha, xenófobo y populista. La promesa de la izquierda radical, internacionalista y tolerante, duró poco.

El programa de Syriza en ningún momento plantea grandes rupturas con el orden establecido. No se quiere la salida del Euro, no se pone en juego la adhesión a Europa, y ni siquiera se plantea una ruptura con el sistema capitalista o con la lógica del mercado para dirigir la economía nacional. No hay nada que pueda contemplar al viejo espíritu izquierdista que todavía campea entre los nostálgicos de la perspectiva del socialismo real (y de otros movimientos similares).

El objetivo de Syriza es distinto. Tsipras, el nuevo primer ministro griego de 40 años, que es el más joven del último siglo, plantea cambios para la recuperación económica. La propuesta es reactivar la demanda subiendo el salario mínimo mensual a 750 euros, aumentando las jubilaciones más bajas, y bajando impuestos a las clases medias. En realidad, Estados Unidos, con su vigoroso crecimiento, parecería ser un buen modelo a seguir para esta particular extrema izquierda.

Se trata de dejar que aumenten los déficits y aceptar un poco más de deuda pública con tal de apuntalar el crecimiento cuando flaquea la demanda privada. Cuando llegue el momento en que la economía se recupere, gracias al apoyo de la demanda pública y a la mejor competitividad internacional por una moneda más barata, ya los sostenes de política monetaria y presupuestal no serán tan necesarios y se volverá al equilibrio.

Grecia adhiere así a una salida que pretende terminar con la lógica de austeridad presupuestal que se extendió luego de la crisis de 2008 y que fue implementada con éxito muy dispar en estos años en varios países europeos en dificultades. Y Syriza no está solo. Economistas del peso de Paul Krugman o Lawrence Summers vienen argumentando en este sentido desde hace años. Por estos días, el italiano Draghi desde el Banco Central Europeo también anunció un ambicioso programa que inyecta liquidez, promueve inversiones y debilita el Euro. En Japón, el primer ministro Abe está en la misma sintonía con sus medidas que se conocen como las "abenomics" para fomentar el consumo.

La elección en Grecia no abre una época de revoluciones populares anticapitalistas. Abre, por el contrario, un tiempo de debates y negociaciones en Europa. Luego de muchos años de sacrificios exigidos por la austeridad presupuestal y por las reformas estructurales para mejorar la competitividad, hay un tiempo nuevo. De fondo, está en juego el camino alemán de estos años para salir de la crisis, que no parece haber sido del todo eficaz: la realidad de la economía europea es hoy de crecimiento anémico. Pero importa entender aquí que estos debates siempre procuran el mismo objetivo final: implementar mejores políticas que aseguren un crecimiento sostenido.

Grecia no está hundiendo Europa. A pesar del sueño de los nostálgicos de la internacional socialista, la extrema izquierda griega no está haciendo la revolución.

Editorial

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