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El gobierno en su purgatorio

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Desaparecida la bonanza, los viejos problemas del país se sienten con mayor fuerza. Si muchos de ellos ya eran difíciles de tolerar, con el viento en contra se tornan absolutamente insoportables.

El presidente Vázquez ha leído la situación y se ha abocado a encarar políticas, sobre todo en materia de seguridad en esta primera instancia, en forma conjunta con la oposición para aliviar el malhumor que viene de la mano del bolsillo flaco. Bienvenido si esto va en serio y no es una simple estratagema para desviar la atención o repartir las responsabilidades de las carencias.

En el oficialismo esta actitud ha levantado resquemores y críticas, porque se consideran autosuficientes, no comparten y se resisten a una política de diálogo con la oposición y su participación en la toma de medidas. El único antecedente se encuentra en el gobierno de Mujica cuando llamó a la oposición para colaborar en la solución del tema de la enseñanza. Pero aquello fue una engañifa para desactivar el empuje de Larrañaga y el consejero Daniel Corbo. Nunca, hasta ahora, se ha intentado desde los gobiernos frenteamplistas tender puentes hacia los representantes de la mitad de los uruguayos y no ven motivos para abandonar esa actitud.

Pero también desde sectores de la oposición se ve como innecesario y contraproducente sentarse en estos momentos en una mesa de diálogo con el gobierno. Entienden que los problemas que tienen son "sus" problemas, el resultado de una política caprichosa y exclusivista que los llevó a las actuales dificultades. La consigna es "ni un vaso de agua para el Frente" y que se hagan cargo de lo que han creado.

No sabemos qué puede pasar en este ámbito de conversaciones, donde los mayores obstáculos para que cristalicen en propuestas serias y concretas se encuentran en la carencia de mayorías parlamentarias de Vázquez y que, difícilmente, se anime a una ruptura con los sectores radicales de su partido para impulsar políticas de consenso. Porque el principal problema de Vázquez para imponer una línea coherente a su gobierno lo tiene en la propia interna y en los sindicatos compañeros que manejan justamente los díscolos de la interna.

Un acuerdo con la oposición en materia de seguridad daría tiempo a Vázquez para encarar el mayor desafío —inmediato— de este gobierno que es "administrar la escasez" de recursos por el parate de la bonanza económica. Es una asignatura nueva en la que el FA no tiene experiencia porque en sus años anteriores de gobierno solo fue "administrar la riqueza". Así fue que se dilapidaron recursos cuando Uruguay crecía a tasas asombrosas y ahora nos arrastramos exánimes para alcanzar un esmirriado 1% que apenas sirve para atenuar el déficit fiscal heredado de Mujica. La disyuntiva es determinar si el inevitable ajuste vendrá por subir impuestos o bajar el gasto, porque lo que está en juego es el grado inversor —que Vázquez defendió enfáticamente en su discurso del pasado 1° de marzo— que se encuentra amenazado y que, de perderlo, complicará mucho más la situación del país. El riesgo es, nada menos, que se dispare la deuda pública.

El ministro Astori ha prometido un paquete de medidas que apuntan a bajar el gasto, ese que se ha multiplicado como los panes bíblicos al amparo del más crudo clientelismo, pero dentro de su partido se niegan a perder "popularidad". Desde el sector de Sendic se planteó la apropiación del excedente del Fonasa y desde el Partido Comunista directamente aumentar los impuestos. Durante la campaña electoral, Vázquez prometió no aumentar los impuestos en caso de alcanzar la presidencia y, hasta ahora, ha cumplido. Sí utilizó —pero no fue tema de estricta promesa— la suba de las tarifas públicas y el congelamiento de los precios de los combustibles como formas de recaudación rápida y segura.

La solución de Astori parece a todas luces la más justa. Si lo recaudado en la bonanza tuvo como destinatario al Estado, que sea el mismo Estado que afronte las penurias de la escasez y no se castigue al sector privado que ha sido inocente en este manejo manirroto.

Es justamente el sector privado quien asume la producción y sus costos y permite los ingresos que llegan a través de las exportaciones. Es el único que hace crecer la economía, genera empleos (no los inventa) y vive en el mundo real. Y les guste o no, es también ese sector privado que debe hacerse cargo de los disparates gubernamentales o de sus empresas públicas como el Fondes, Pluna o Ancap y sus 800 millones de dólares.

EDITORIAL

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