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Farsa electoral en Nicaragua

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Aunque las elecciones en Nicaragua se harán el domingo 6 de noviembre se descuenta que Daniel Ortega será reelecto para un cuarto mandato presidencial y no precisamente de la manera más democrática.

Víctimas de medidas arbitrarias de la Suprema Corte de Justicia y las autoridades electorales, los principales candidatos de la oposición no participarán en lo que consideran una "farsa" orquestada por el líder del sandinismo, antes guerrillero y ahora erigido en el mandamás de Nicaragua.

Retornado al poder en 2007, Ortega hizo modificar la Constitución para asegurarse su reelección indefinida e instaurar "un régimen de partido único y sin libertades", como denuncia Sergio Ramírez, ex vicepresidente sandinista y celebrado escritor. El líder de esa "dictadura electiva" como la califican sus opositores en Nicaragua, optó por ubicar a su esposa, Rosario Murillo, como compañera de fórmula, en tanto sus hijos dominan empresas y medios de comunicación. "Es una dinastía familiar, al estilo de los Somoza, la que gobierna en Managua", dice un diputado del Partido Liberal Independiente (PLI) cuyo candidato presidencial, Eduardo Montealegre, fue impedido de competir contra Ortega.

Esta evocación de la dictadura de los Somoza en Nicaragua trae a la memoria el origen de la revolución sandinista que hizo época a fines de los 70 al derrocar a una de las peores dictaduras de América Latina. Combinando la teología de la liberación con el marxismo y la épica guerrillera, los sandinistas se convirtieron en referencia obligada de la izquierda continental, una atracción de la cual no escapó el Frente Amplio uruguayo. Ortega emergió como caudillo entre los comandantes de aquella revolución que hoy, en su mayoría, reniegan de él y repudian su gobierno, su conducta personal y sus prácticas corruptas.

En uno de los países más pobres del continente y con mayor porcentaje de analfabetos, auxiliado por la bonanza de los últimos años Ortega instauró generosos programas sociales que explican el mantenimiento de su popularidad entre ciertos sectores de la población. Al mismo tiempo construyó una política de buenas relaciones con el sector privado basado en una línea económica prudente y respetuosa de las reglas del capitalismo. Un crecimiento del 5% anual de PBI le permitió hasta ahora sostenerse en el poder, pero todo indica que los días por venir no serán fáciles.

Los 3.800.000 nicaragüenses convocados a votar tendrán pocas opciones para expresar discrepancias por cuanto la oferta electoral se compone de "Ortega y cuatro partidos más que no son realmente opositores", según señala el ex - diputado Pedro Chamorro, uno de los 28 parlamentarios del Pli destituidos por un gobierno que maneja la justicia a su antojo a la vez que domina el organismo regulador de las elecciones. Ese control es tan férreo que meses atrás Ortega advirtió que no aceptaría observadores extranjeros el día de los comicios, una decisión que adoptó después del alud de las escandalosas denuncias de fraude que soportó a propósito de las últimas elecciones municipales.

Edmundo Jarquín, ex ministro del primer gobierno sandinista, recaló días pasados en Montevideo para presentar un libro cuyo título exime de mayores comentarios: "El régimen de Ortega ¿Una nueva dictadura familiar en el continente?" Según Jarquín, desde su regreso al poder una década atrás Ortega "ha revertido y pervertido el proceso de construcción democrática de Nicaragua". Explica Jarquín que entre los países del llamado socialismo del siglo XXI, en donde incluye a Venezuela, Ecuador y Bolivia, fue Nicaragua el país que logró pasar más desapercibido por su menor importancia, lo que le permitió a Ortega quedar "fuera del radar internacional" consolidando "un poder personal y familiar absoluto, ahora con pretensiones dinásticas".

En efecto, Venezuela, cuyo petróleo barato consolidó al gobierno sandinista, concentró mayormente la atención, en particular tras la muerte de Hugo Chávez y su reemplazo por Nicolás Maduro. Por su parte, los gobiernos de Ecuador y Bolivia también hicieron lo suyo por suscitar la inquietud internacional aunque tanto Rafael Correa como Evo Morales desistieron últimamente de ser reelectos y no osaron amañar las consultas populares al burdo estilo de Ortega.

Así, a estas alturas, en vísperas de elecciones, los excesos del "comandante" nicaragüense lo devuelven al primer plano y permiten apreciar claramente su talante autoritario y antidemocrático, el peor rostro de aquel sandinismo que tantos suspiros de admiración suscitó en filas de la izquierda.

EDITORIAL

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