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La encrucijada del presidente

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Electo recientemente, no carga con el lastre de una guerra como Nixon, la economía marcha bien y “America First” tiene bastante atractivo. Pero se ha autoinfligido un importante daño que podría tener graves consecuencias y el mundo mira atónito lo que sucede en la potencia

El presidente Trump debe estar lamentando su reciente e intempestiva decisión de echar al Director del FBI, James Comey. Despedir a un prestigioso y elevado funcionario en la administración pública no es lo mismo que hacerlo con el gerente de un hotel en Atlantic City o un casino en Las Vegas. Peor, al hacerlo Trump alegó que la razón era que Comey había perdido la confianza de su gente y cuestionó su desempeño, acusándolo de mal administrar al FBI. Estaba en su derecho, pero como dicen los franceses, "c’est le ton qui fait la chanson"... (es el tono que hace la canción), la forma y las razones por las cuales lo despidió sonaron mal.

El jueves pasado, el cesado exdirector explicó —voluntariamente— su punto de vista y dio su versión en el Comité de Inteligencia del Senado. Para quienes oyeron su temerario testimonio, poca duda cabe de que las implicancias serán severas y trascendentes para Trump, a quién dejó mal parado. La TV tiene una virtud, deja trascender el lenguaje corporal, la honestidad del que habla y quienes oyeron a Comey, excepto algunos muy partidarios, deben haber quedado bien impresionados por su entereza y la sinceridad que pudo trasmitir.

Hay otras maneras para hacer un cambio de esa magnitud para alguien que ha dejado de gozar del favor del presidente. Por ejemplo, permitirle al alto funcionario que se encuentra en la mitad del ejercicio de su cargo, renunciar con algún margen de excusa, ofrecerle otro puesto, como podría ser una embajada, y no despedirlo como a un capataz o a un empleado cualquiera. Comey, sin tapujos, calificó como mentiras las razones de su despido. Sugirió que fue por no jurarle la lealtad personal que Trump le exigía. Describió la presión recibida durante los encuentros con el primer mandatario, al punto de ponerse a escribir un memorándum sobre lo conversado, al fin de las reuniones. Durante su testimonio, Comey aseguró que los rusos intervinieron por muchos medios y masivamente en la campaña electoral, a lo largo del proceso.

Desde una perspectiva más lejana, deberíamos recordar que a través de los siglos, las potencias grandes y las no tanto, han tratado y logrado influir de una y otra manera en otros países, en los comicios y sus resultados. Inclusive los EE.UU. han sido de ellos, a veces de forma menos burda y a veces hasta con objetivos que podríamos calificar de loables. Otros no tanto. Altri tempi era conocido lo de las grandes coimas que recibían los electores cuando se elegía al Emperador del Sacro Imperio Germano Romano o las maniobras de los monarcas de Francia o España, muerto el Papa, en la elección del futuro Sumo Pontífice. No hablemos ya, de la obscena y mordaz injerencia de Stalin en las elecciones en Europa del este, después de la segunda guerra mundial.

La cuestión clave que deberá dilucidarse próximamente en EE.UU. no es si Rusia trató de influir en las elecciones norteamericanas, algo que según Comey estaría más que probado. Es si los directores de la campaña republicana: I) estaban enterados de la actividad rusa, II) si coordinaron con ellos y peor aún, si hubo intercambio de datos, comunicación, dinero. III) Si Trump conocía esto y IV) si es por eso que trató de encubrir a Flynn, pidiéndole a Comey que dejara de investigarlo al tomar conocimiento, V) si lo sabía de antes de la elección o lo supo luego y trató de protegerlo.

Robert Muller, respetado exdirector de la FBI, antecesor de Comey, es el procurador especial, nombrado para investigar esta situación. Tendrá no solo que determinar el grado de la participación (ilegal) rusa en la campaña presidencial norteamericana que ellos obviamente niegan y deberá determinar la posible participación de ciudadanos norteamericanos en esta saga.

Finalmente, investigar si el presidente trató de obstruir el curso de la investigación. "Obstrucción de justicia" es la carátula temida ante la cual Nixon decidió renunciar, antes que ser procesado y destituido. Con todo, no estamos frente a una situación similar. El Partido Republicano tiene una amplia mayoría en ambas cámaras. Con los medios de comunicación Trump no es nada popular y hace enemigos fácilmente, pero tiene una base política nada desdeñable y leal. Ha sido electo recientemente y no carga con el lastre de una guerra como Nixon, la economía marcha bien y "America First" tiene bastante atractivo. Pero se ha autoinfligido un importante daño que podría tener graves consecuencias, mientras el mundo mira atónito lo que sucede en la gran potencia. En esa sociedad tan abierta y respetuosa de las instituciones. Difícil observar en muchos otros países, una transmisión semejante .

EDITORIAL

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